Pensemos por un momento en la inflación en términos de un grifo. Asumiendo que haya agua, mientras el grifo esté abierto, pues saldrá agua. De la misma manera que mientras las medidas vigentes favorezcan la pérdida de valor de la moneda por la emisión irrestricta de dinero, pues habrá inflación. Como sucede con la fiebre, esto es el síntoma y no la raíz del problema.

Las políticas macroeconómicas requeridas NO SON aquellas diseñadas para recoger en una vasija el agua que sale del grifo. Eso no basta para detener la inflación y más bien con el tiempo la vasija se desborda en lo que se conoce como hiperinflación. Ya todos lo sabemos, ya lo vivimos y estamos a punto de transitar nuevamente por ese nefasto sendero.

Se pueden aplicar paliativos malos como crear nuevos tributos o subir los que ya tenemos, también podemos restringir el crédito bancario, asfixiando la economía pero el problema persiste indefectiblemente, ya que el agua sigue saliendo. Señores, tenemos que cerrar el chorro. Hacen falta aquellas medidas que detengan la creación de dinero.

Actualmente, habiendo mutilado al sector productivo y por ende la recaudación de impuestos, el Estado paga sus nóminas ordenando la emisión de dinero, paga sus gastos ordenando la emisión de dinero, cubre casi todos sus compromisos con una emisión permanente de ese dinero que se conoce como inorgánico, ya que sus mermados ingresos no alcanzan para sufragar los egresos. Ergo, inflación.

En un famoso discurso pronunciado en la India en 1963, hace exactamente 60 años, el hoy laureado economista Milton Friedman expuso que la inflación es básicamente un fenómeno monetario. El crecimiento de los precios, o la pérdida del valor de la moneda viene dado por el crecimiento de la masa monetaria. Nada nuevo y algo que ya a estas alturas deberíamos haber aprendido.

Entonces, en teoría pareciera relativamente fácil controlar la inflación. Simplemente, limitemos la emisión de dinero, justo lo necesario para cubrir el crecimiento en la producción de bienes y servicios; el popular PIB. Con eso bastaría para mantener los precios a raya. Ahora, bien, pasando de la teoría a la práctica, ¿por qué no cierran el condenado chorro?

Estamos ante la aplicación de medidas que son de orden político más que económico, como tratar de preservar a ultranza una moneda que no infunde confianza y por no cumplir con sus funciones básicas nadie la quiere. En especial, no preserva su valor, por lo que nos desprendemos de ella lo antes posible. La canjeamos rápido por divisas, haciendo que suba la cotización y así los costos de los insumos importados, y yes, más inflación.

El IGTF es otro claro ejemplo de accionar político, en desmedro de lo económico. Las remuneraciones públicas otro más, acabando con la capacidad de consumo. Basta ya de redistribuir pobreza. Hay que aplicar con decisión los correctivos que impulsen el crecimiento económico. Allí se acabará la inflación, que mayormente en este país nunca hubo.

Restablecer la confianza es posible, si eso queremos, con un certero golpe de timón. No debemos continuar soportando este modelo agotado y derrotado donde no hay ganadores. Este extraordinario motor económico donde habitamos puede recuperarse pronto, si restituimos las condiciones que todos conocemos, bajo las cuales se crea abundante riqueza a partir del rico sector energético y del diversificado sector privado.

Ambos bandos produciendo bienestar, generando empleo y aportando al erario los impuestos necesarios para cubrir los gastos del Estado, sin emitir dinero de más. Esta cruzada promueve los cambios necesarios en lo socioeconómico y no en lo político. Lograrlo es crucial, si bien está claro que no es suficiente. Pero, por ahora hace falta aquello que permita a todos mejorar algunas de nuestras condiciones básicas de vida. En especial a los que más afecta la inflación, la paupérrima remuneración y la falta de oportunidades.

guillermomendozad@gmdconsultor.com




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