“…Si hubiera de presentarse en un cuadro el estado de Venezuela mirada por esta faz de su historia económica (1853), sería fácil hallar a la mano varios colores que dejarían ver en cada error un desengaño, y en cada desengaño una lección de experiencia…” Cecilio Acosta. Obras Completas.

Nos dice el Diccionario de la Lengua Española que el desengaño – en su primera acepción- es la impresión que recibe una persona cuando la realidad desmiente la esperanza o confianza puestas en una persona o cosa.

Baltasar Gracián consideraba a la Razón como «madre del desengaño» y a este último, lo llamó «querido hijo de la verdad».

Con su rosario de promesas incumplidas, este régimen irresponsable logró, en repetidas elecciones, vencer…pero no convencer. De manera cínica y descarada, a lo largo de estos 18 años, prometió abundancia y engendró miseria, prometió libertad y engendró servidumbre. El régimen abrevó sobre los cambios iniciales, anestesiando a la mayoría del país, incluyendo a buena parte de la clase media, mientras se desmantelaba el Estado.

Lamentablemente este tipo de regímenes logra su cometido cuando los ciudadanos no han alcanzado su mayoría de edad: cuando prefieren obedecer a pensar por sí mismos, o cuando sus intereses particulares triunfan sobre los generales.

Todo reducido a la interpretación que el líder hacía del sentimiento del pueblo, de aquella desesperanza aprendida que se le inoculó al ciudadano con absoluto cinismo. Pero le alababan y se entregaban sin reservas por las recónditas razones de su corazón.
Al líder surgido de la necesidad y del entusiasmo, con la virtud mínima de un carismático comunicador, pero que de manera irresponsable, experimentó con medidas antieconómicas y populares que en un principio favorecieron al pueblo, para posteriormente condenarlo a sistemas de racionamiento disfrazado con una “guerra económica” más falsa que una escaera de anime; ubicando la política por encima de la economía.

A ese líder le sucede un ladino incapaz y demagogo que escamotea el afán pseudo-democrático y, pensando éste también ser la encarnación del pueblo, justifica sus necedades esgrimiendo en su defensa la noble y fecunda convicción en el profundo acierto del instinto popular…

Ha sido tal la andana de disparates, desde aquellos tiempos de samanes y juramentos, en los cuales juraron acabar con la corrupción y con los partidos y vamos para veinte años.

Pero, como aquella estrofa que tarareaba Rubén Blades: ¡La vida te da sorpresas!
Ahora, ese súbdito transformado en “soberano” parece despertarse de tan absurdo letargo, y sabiéndose ciudadano, con soberana arrechera parece entender que resultaba más saludable un gobierno que diese trabajo a los pobres, que uno que les mantuviese con dádivas, promesas… ¡y pasando trabajo!

El desengaño se percibe en la radio, en los periódicos, en las calles, en las reuniones familiares, en los hospitales y universidades, pues los defraudados del gobierno son muchos.

Los asuntos pendientes en materia de seguridad, corrupción, condiciones laborales, educación, salud; la imparable inflación, el estrepitoso fracaso en la política habitacional y el derrumbe del sistema eléctrico nacional agobian día a día a la sociedad, que prefiere responder al régimen mediante un distanciamiento sus disparates.

La ciudadanía no cree en más explicaciones justificativas del fracaso del régimen. Ya se hace presente ese desengaño de la gente como respuesta emocional ante tanta ineficiencia, ante tanta perversidad, ante tanto desaguisado… lo que le da tanta vigencia al viejo refrán: El que vive de ilusiones, muere de desengaños.




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