La convocatoria de nuevas elecciones en Cataluña –que por cierto son elecciones libres, justas y transparentes–es lo lógico, lo más sano y está dentro del marco de la Constitución española. Los catalanes son catalanistas, es decir nacionalistas. Eso no se discute. Pero ser nacionalista no equivale a ser independentista, y menos a serlo a la manera de los que han conducido a la Generalitat en los últimos tiempos, colocando a Cataluña al borde del abismo.

El Partido Popular y Madrid también tienen su cuota muy importante de responsabilidad en el presente descalabro, por haber sustituido la pulsada negociación por una rigidez centralista, en verdad desfasada. Desde la transición hacia la democracia española, a mediados de los años 70 del siglo XX, y hasta 20 años después, Madrid y Barcelona lograron entenderse sorprendentemente bien. No fue fácil pero hubo disposición. Eso comenzó a cambiar para mal, es decir, en rumbo de re-centralización con la llegada de Aznar al poder.

Unas nuevas elecciones, podrían conformar una nueva mayoría política catalana, más sensata y razonable. Que defienda como debe ser los intereses históricos, presentes y futuros de Cataluña, pero sin el proceder partisano de Puigdemont y Junqueira. Algunas encuestas señalan que la coalición independentista perdería en votos pero no es escaños en el Parlament Catalán. Ojalá y perdieran tanto en votos como en escaños. La dirección impuesta ha terminado por ser muy contraproducente para los intereses de Cataluña, sobre todo los económicos. Y los catalanes, con todo y ser nacionalistas en justicia, también son pragmáticos, laboriosos y productivos. La economía les importa y mucho.

Una Cataluña descoyuntada de España sería una locura. Al principio, perdería más Cataluña que España, pero luego otras regiones podrían encaminarse por sendas similares, y eso significaría el fin de España como potencia global. El presidente Rajoy, a pesar de todos los precedentes que le inculpan del desarrollo de la crisis, ha actuado conforme a la Constitución y ha suscitado un fuerte apoyo político, que desborda los limites de su parcialidad partidista. Merece un reconocimiento por eso, aunque todavía falta mucho camino que recorrer para que se esclarezca la situación.

El drama de Cataluña no ha concluido. El resultado de las venideras elecciones autonómicas es crucial. Por el bien de esa magnífica región histórica, hay que repetir las palabras del Cardenal Juan José Omella, Arzobispo de Barcelona: amo a Barcelona, amo a Cataluña, amo a España. Que así sea.

flegana@gmail.com

 




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