Cuando apenas el mundo comenzaba a recuperarse por la pandemia, Valdimir Putin dio un duro golpe a las esperanzas de paz en Europa, invadiendo a un país soberano alegando que las pretensiones ucranianas de ingresar a la OTAN ponen en riesgo la seguridad de Moscú. Previamente y de una forma bastante maquiavélica, el ruso reconoció las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, desmembrando de esta forma el territorio de la pequeña nación exsoviética.

Pero detrás de la invasión salen a relucir otros componentes. Putin, quien pareciera busca con ansias el esplendor que hace décadas gozaba la URSS, sostuvo que detendría un falso genocidio contra la escasa población pro-rusa, desnazificar el país y defenderse ante agresiones que nunca existieron. Existe bastante evidencia para afirmar que esas suposiciones son falsas. Las víctimas civiles del conflicto separatista en Ucrania han sido documentadas por observadores internacionales desde 2014, quienes han registrado todos los muertos y heridos. Además, la gran mayoría de los fallecidos se registraron en la primera etapa del conflicto, entre 2014 y 2015. Desde 2016, el número de víctimas disminuyó considerablemente.

A esta situación le sumamos lo absurdo de hablar de un proceso de “desnazificación”, cuando en Ucrania la extrema derecha es sumamente débil y su presidente, Volodimir Zelenski, electo en 2019 por una mayoría abrumadora, nada tiene que ver con estos grupos. En este sentido, pareciera que a Putin le incomoda que su vecino, con un amplio apoyo popular, voltee a mirar hacia Europa Occidental, bloque con el que asegura relaciones económicas que pudieran mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Del lado ruso, solo hay garantías para el sometimiento a la prepotencia de un engendro al que no le importa el derecho a la vida.

Putin ha demostrado una soberbia hitleriana desde hace tiempo. Encarcela a la disidencia, persigue homosexuales, ataca a medios de comunicación, limita la libertad de expresión e impone sus verdades utilizando máquinas de propaganda. Sus ansias de poder lo llevan a violar territorio extranjero y matar a quien sea. Ignora el principio de la autodeterminación de los pueblos, tan cacaraqueado por los socialistas, pero que en este caso no vale absolutamente nada. Es el reflejo de los liderazgos nocivos que socavan como un cáncer la tranquilidad y la estabilidad del mundo. Putin quedó desvestido y ahora podemos ver al asesino, al aberrado, al fortachoncito, al que bombardea escuelas, edificios residenciales, iglesias y mata civiles sin compasión.

Precisamente, la compasión es un sentimiento que no poseen estos engendros del mal. No reconocen al otro como semejante. Se inventan un falso diálogo, pero en paralelo siguen matando, quieren exhibir su poder e infundir miedo. Mientras tanto, tampoco observamos por parte de los líderes europeos intentos de mediación efectivos en medio de esta catástrofe que ya ha costado la vida a casi 300 civiles según los últimos reportes. Esperemos que, a pesar del personaje, la presión internacional lo lleve a retirarse de una tierra que no le pertenece y en donde la mayoría de sus habitantes decidió hace tiempo que quieren un porvenir lejos de Rusia.

 




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