Cortesía El País de España

Claas Relotius, ilustre redactor del prestigioso semanario Der Spiegel, era un timador. Sus textos publicados llevan ahora una nota advirtiendo que pueden ser ficticios. Lo desenmascaró Juan Moreno, colaborador de la publicación. Esta es la historia del último gran fraude periodístico en la era de las fake news, contado por El País de España

Peleó por convencer a sus jefes de que él, el eslabón más débil de la cadena laboral, tenía razón y de que Claas Relotius, de 33 años, la estrella del periodismo alemán, se inventaba las historias que publicaba. No resultó fácil, pero fue una de esas raras ocasiones en las que David acaba por vencer a Goliat. Moreno, un periodista español criado en Alemania, se la jugó y ganó.

Su victoria es, sin embargo, tremendamente agridulce. Su éxito es a la vez la desgracia de Der Spiegel, la legendaria publicación alemana para la que Moreno trabaja como colaborador. Resulta difícil comprender cómo la prestigiosa revista pudo encumbrar a un reportero que se inventaba las historias, que aseguraba haber entrevistado a gente a la que nunca vio y visitado lugares que no pisó. Cómo nadie, ni sus jefes, ni el departamento de comprobación de datos, ni ningún compañero, se dio cuenta de que el más de medio centenar de artículos que su periodista estrella había escrito eran demasiado perfectos para ser ciertos; eran en realidad un fraude.

Moreno llega casi una hora tarde a la cita en su piso, situado al norte de Berlín. Viene de declarar en la comisión de investigación de Der Spiegel. Su esposa, también periodista freelance, termina un artículo en un portátil sobre la mesa de la cocina. Tres de sus cuatro hijas entran y salen a lo largo de las tres horas largas que dura el encuentro.

El periodista español Juan Moreno develó el fraude cometido por Claas Relotius. Foto cortesía El País de España
“Fueron cinco semanas horribles. Yo sabía que algo no estaba bien, pero no me creían”

“No soy ningún héroe, ni el gran defensor de la verdad. No me quedaba otra. Tengo cuatro hijas y por un momento me vi en la calle porque mi nombre aparecía en un artículo lleno de errores”, arranca.

La cotidianidad del hogar de Moreno saltó por los aires a principios de noviembre pasado, a raíz de la elaboración de un reportaje titulado La frontera de Jaeger. El reportero estaba en México, cubriendo la caravana de migrantes, cuando le llamaron de la revista y le dijeron que iba a escribir un reportaje conjunto con Relotius, la gran pluma de la publicación. Moreno acompañaría a un migrante hasta la frontera y contaría el viaje, y en Estados Unidos Relotius se empotraría en un grupo de milicianos civiles dispuestos a frenar la llegada de migrantes.

A Moreno no le entusiasmó la idea. No conocía a Relotius, pero una vez había leído un texto suyo sobre un asesor fiscal cubano que le había chirriado. El trabajo se hizo. A Moreno le llegó el texto firmado a medias y detectó detalles que no le cuadraron. Escribió al departamento de comprobación de datos y documentación, donde trabajan unas 60 personas. No le hicieron caso.

Después, Relotius le envió un nuevo borrador en el que aparecía una escena final nueva, en la que un miliciano disparaba contra algo que se movía, insinuando que era un migrante. Ese pasaje no aparecía en la primera versión. “Es imposible que un buen periodista presencie una escena semejante y no la incluya desde el primer momento”, pensó.

A partir de ahí, Moreno comenzó una desesperada lucha por la verdad que le robaría el sueño y le sumiría en una frenética investigación contra reloj para salvar su pellejo y su nombre, que irremediablemente acabó apareciendo bajo el reportaje falso. Descubrió un artículo publicado en la prensa estadounidense que se parece sospechosamente al de Relotius. En él salía también un miliciano llamado Jaeger, pero había detalles de los personajes que no coincidían. Después, Moreno reconoció en una de las fotos publicadas por Der Spiegel y compradas a The New York Times a Tim Foley, un miliciano al que había visto en un documental premiado. Era famoso, pero Relotius no le había puesto el nombre y dijo que no le dejó fotografiarle y que por eso fueron compradas las fotos a The New York Times.

Las incoherencias crecían y Moreno escribió al jefe del departamento de Sociedad, que encargó el reportaje. “No me hicieron caso y me pidieron que fuera a Hamburgo a hablar con ellos”.

La frontera de Jaeger resultó ser la punta de un iceberg cuyas dimensiones están aún por calibrar. En total, Relotius ha escrito 60 piezas para Der Spiegel, además de para otros periódicos alemanes, que ahora bucean en sus archivos en busca de la verdad. La publicación ha decidido “asumir por defecto que todos los artículos escritos por Relotius fueron fabricaciones”, según anunció, poco después de conocerse el escándalo, el director, ­Steffen Klusmann.

Pero por aquellas desesperadas semanas de noviembre, Der Spiegel no lo tenía tan claro y empezó a sospechar que Moreno podía tener algo que ocultar. Al fin y al cabo, Relotius era un hombre de la casa. Estaba en plantilla y había ganado hasta cuatro veces el gran premio de periodismo alemán, la última vez en 2018, y había sido nombrado periodista del año por la CNN. Era además un tipo que caía bien en la redacción. “Todos en Der Spiegelle apreciaban. Sus compañeros me han dicho: ‘Si lo hubieras llegado a conocer, no habrías hecho esto”. Estaba a punto de ser ascendido.

Pero Relotius era sobre todo un tipo que traía historias. Conseguía lo que los demás ni aspiraban a lograr. Aseguraba hablar con los protagonistas que se negaban a hablar con otros. Sus reportajes estaban bien escritos, llenos de voces, acción y personajes; eran caramelos demasiado dulces como para que algún jefe se preguntara algo. “Como jefe de una sección, tu primera reacción al recibir historias como esas es de satisfacción, no de sospecha”, ha reconocido Ullrich Fichtner, un responsable de la revista, en una larga reconstrucción del caso. “Relotius siempre entregaba historias excelentes, era un empleado especialmente valioso”.

Moreno, sin embargo, es un outsider. Un reportero freelance que trabaja desde su casa en Berlín y apenas pone el pie en la central, en Hamburgo. Es una voz exótica, hijo de un español empleado de una fábrica de neumáticos que emigró a Alemania desde el campo almeriense cuando él tenía año y medio (nació en 1972). Trabajó para varios medios y tuvo una columna en ­Süddeutsche Zeitung, hasta saltar a Der Spiegel en 2007.

Por eso en parte, cuando Moreno cuestionó el trabajo de Relotius, las sospechas se volvieron en su contra. Pasó cinco semanas dedicado a desmontar las historias de Relotius. Aprovechó un viaje de trabajo a Estados Unidos para llevar a cabo una misión secreta. Buscó a los supuestos entrevistados en el reportaje de la frontera. Condujo durante 800 kilómetros, hasta dar con Foley. Le mostró una foto de Relotius. No le había visto en su vida. Hizo lo mismo con Chris Maloof, otro supuesto entrevistado. Tampoco. Grabó esas entrevistas en vídeo y volvió a Hamburgo. Relotius argumentó que en su reportaje se hablaba de actividades ilegales y que nadie iba a reconocer en un vídeo haberlas hecho. Seguían sin creerle.

Ejemplares de la revista 'Der Spiegel' con el reportaje a partir del que se descubrió el engaño.
Este es el reportaje publicado por la revista ‘Der Spiegel’ que permitió descubrir el engaño. cortesía El País de España

Lo que pasó después se ha contado en las páginas de Der Spiegel a lo largo de varios artículos en los que la publicación ha entonado un sonado mea culpa. El 3 de diciembre, a las 3.05, una mujer llamada Janet envió un correo electrónico a la revista. Es la encargada de prensa del grupo de vigilantes al que supuestamente había acompañado Relotius en Arizona. En él preguntaba cómo era posible que hubiera escrito un artículo sobre ellos sin haber pasado por allí. Relotius falsificó el texto para que pareciera que la mujer preguntaba por qué había pasado tan poco tiempo con ellos. Pero 10 días más tarde llegó la prueba definitiva.

Los grandes jefes de la publicación se reunieron acompañados de un informático. Moreno les había convencido de que accedieran al servidor. Comprobaron que Relotius había manipulado el correo y que nunca había estado con los patrulleros de Arizona. La madrugada anterior, una de las jefas del impostor se había enfrentado a él tras descubrir otra fabricación, esta vez en Facebook. Relotius se derrumbó y confesó.

El 22 de diciembre, Der Spiegel publicó un número especial con una portada roja con grandes letras blancas en las que se lee: “Cuenta lo que es”. Son palabras del fundador de la revista, Rudolf Augstein, las mismas que ocupan un lugar destacado en la redacción de Hamburgo y que Relotius traicionó hasta su amargo final. Aquel número dedicó 23 páginas al asunto. En él se afirmaba que las alarmas deberían haber saltado en numerosas ocasiones. Como cuando Relotius pidió a los traductores de la edición internacional que no publicaran sus piezas en inglés. O cuando pidió que no divulgaran en la web una foto de la edición impresa.

La revista ha creado una comisión de investigación con veteranos de la casa, además de la exdirectora de Berliner Zeitung. Durante meses analizarán “cómo Claas Relotius pudo falsificar historias, inventar protagonistas, engañar a los colegas y burlar los sistemas de control de calidad, y qué cambios en la organización deben adoptarse”, según indica en un correo una portavoz de la publicación que evita ofrecer más detalles hasta que avancen las pesquisas. De momento, todos los artículos de Relotius aparecen en la web con una nota que advierte de que pudieron ser falsificados.

Más allá de las paredes de la revista, el Spiegelgate ha desatado un intenso debate global en torno al futuro del periodismo en la era de las fake news, de la hipermedición de audiencias y de la compulsión por hacer las historias atractivas aun a riesgo de sacrificar la verdad. O, como lo ha llamado el analista de los medios Jeff Jarvis, “el peligro de la seducción del formato narrativo”. Alertan estos días algunos gurús del periodismo del riesgo de forzar las historias para hacerlas cada vez más atractivas, como si la realidad no bastara. Este es solo uno de los debates que planean sobre la redacción devastada de Der Spiegel, uno de los pilares del periodismo europeo.

Der Spiegel afronta ahora una profunda remodelación, mientras espera el resultado de una investigación que no anticipa nada bueno. Relotius guarda silencio. Y Moreno, que recibe cientos de mensajes de felicitación y ofertas varias, ha vuelto a su vida de siempre, la de reportero freelance. 

Lee el trabajo completo en El País de España




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