El granjero brasileño Aurelio Andrade, entrevistado por la AFP en su hogar, cerca de Porto Velho, estado de Rondonia, el 26 de agosto de 2019.

«Deforestamos para sobrevivir», confiesa a la AFP el granjero Aurelio Andrade en un punto remoto de la Amazonía brasileña, mientras las llamas consumen la maleza de la finca de su vecino.

A 120 kilómetros de Porto Velho, capital del estado de Rondonia (fronterizo con Bolivia), este hombre menudo y robusto de 65 años libra su propia batalla, ajeno a la crisis política y diplomática generada por el avance de las llamas en la mayor selva tropical del mundo.

Visto desde el aire, su terreno, de pocas hectáreas si se compara con las grandes haciendas, muere casi en la línea que divide la menguante selva verde de la creciente área deforestada, de color entre marrón y rojizo.

Visto desde el aire, su terreno, de pocas hectáreas si se compara con las grandes haciendas, muere casi en la línea que divide la menguante selva verde de la creciente área deforestada, de color entre marrón y rojizo. AFP

Era vista como una ‘tierra de nadie’, que Andrade ocupó hace 19 años con su mujer evangélica (que anda cuatro horas para ir a misa al pueblo más cercano), y espera que sea reconocida como su propiedad por las autoridades.

Ese procedimiento para apoderarse de tierras públicas (llamado ‘grillagem’ en portugués) es fuente permanente de conflictos entre comunidades indígenas, ‘invasores’ y poderes estatales más o menos presentes.

Ayudado «solo por Dios»

En este caso, se trata de un lugar sin comunicaciones, sin vigilancia, sin otra ley que la que imponen hacendados, madereros y mineros ilegales para saquear los tesoros de la mayor selva tropical del planeta.

«Aquí no tenemos apoyo de gobierno federal ni de nadie, solo de Dios. Así que cortamos árboles para plantar pasto para sobrevivir, para que el ganado coma», dijo Andrade a la AFP.

«Aquí no tenemos apoyo de gobierno federal ni de nadie, solo de Dios. Así que cortamos árboles para plantar pasto para sobrevivir, para que el ganado coma», explica.

Su finca la componen una precaria casa de cemento y un terreno que ha ido deforestando con los años, en el que cría vacas, gallinas, cerdos, patos y caballos.

Los ambientalistas acusan a los pequeños hacendados como él -no solo a los grandes- de valerse de la falta de control del Estado para ir ampliando sus posesiones a costa de la selva.

Vista aérea de áreas quemadas de la selva amazónica, cerca de Porto Velho, estado de Rondonia, Brasil, el 24 de agosto de 2019. AFP

«Es solo cortar unos árboles, esperar tres meses y tirar semillas. Incluso si coges un área desierta tienes que desbrozar, quemar y hacerte una casa para tener donde vivir con tus hijos. Porque no te vas a hacer un casa en el hueco de un árbol, como si fueras un pájaro ¿no?», agrega entre risas.

Ni una mención al hecho de que estos fuegos supuestamente controlados de la temporada seca suelen irse de las manos y convertirse en los incendios descomunales que acaparan desde hace varios días los noticieros de todo el globo.

Como el que está ardiendo, a pocos metros, en la finca de su vecino hasta que cruza sus ‘lindes’. Y que, según él, le quita el sueño.

«Estoy con miedo», confiesa. «Hasta pedí ayuda [de las autoridades] para ver si cortan y el fuego se apaga. Porque si no, cualquier noche estás durmiendo y ese fuego puede causar un problema muy serio», explica.

«Durante el día, vengo a mirar desde aquí, al lado de la cerca, y observo, dónde está el humo y dónde el fuego», agrega. AFP




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