Foto EFE

«En Venezuela se repite un patrón: la gente tiene que recurrir al crimen para sobrevivir», resume Ignacio Marín, fotoperiodista español, su viaje a ese país, en el que retrató la vida de las personas afectadas por la crisis.

Su reportaje «Crímenes de hambre», finalista de la XXII edición de los premios Luis Valtueña de fotografía humanitaria, otorgados por Médicos del Mundo, refleja la «amalgama de actividades criminales» a la que se ven obligados a recurrir los venezolanos «para poder salir adelante», explica.

Marín reconoce que siente «vértigo» al pensar que un país que hace apenas unos años era de clase media «donde la gente tenía carros, pisos» ahora tenga «gente buscando en las basuras, que se muere de hambre».

Este madrileño de 31 años ha trabajado en varios países víctimas de crisis humanitarias como Etiopía, Bangladesh o el campo de refugiados de Idomeni, en Grecia.

«El hambre es un fenómeno humano, pasa en todos los continentes», reconoce, pero tiene clara la diferencia entre la situación casos como el de Etiopía o el de Venezuela.

El primero «tiene que ver con fenómenos meteorológicos, más que políticos». «Cuando estuve en 2016 encadenaban su quinto año de cosechas fallidas» debido a la sequía, explica.

En cambio, considera que «el hambre en Venezuela es un fenómeno político». Marín achaca a las instituciones del país el actuar como si el problema no existiera, impidiendo a las ONG activar los mecanismos de ayuda humanitaria.

Marín llegó a Venezuela casi por casualidad: «Me contrató una productora británica como operador de cámara para un documental con el que pasamos por varios países», entre ellos Venezuela.

Sin embargo, una vez allí, empezó a conocer la precariedad en la que vivían muchas personas y decidió quedarse para elaborar un fotoreportaje. «Todos tenían historias de alguien asesinado, preso o que se dedicaba al secuestro, a robar motos…», cuenta e Efe.

Cada una de las diez imágenes de la serie «Crímenes de hambre», que se expone actualmente en Madrid, esconde una historia diferente. Por ejemplo, la de una madre que llevó a su hija de un año al médico y éste le dijo que necesitaba comer carne o pollo.

La madre «me dijo: ‘¿cómo voy a pagar el pollo?», y la niña murió poco después, narra Marín.

Ante la pregunta de qué foto le resultó más difícil tomar, duda aunque finalmente contesta: «Me costó mucho hacer las del funeral de Keiber Cubero», un joven barrendero de 25 años que fue asesinado por robar en un restaurante.

«Me di cuenta de que tenía fotos del crimen, del dispositivo de policía, de una cárcel, a gente comiendo de la basura, pero no tenía ninguna de las consecuencias», comenta.

«El padre de Keiber tenía muchas ganas de que la historia de su hijo se supiera», explica, aludiendo a la responsabilidad que siente ante situaciones como esta. «Tienes que hacerlo bien para que la foto vaya a algún lado. Si no, fallas en el compromiso que tienes con esas personas».

Además de esa responsabilidad ante los sujetos fotografiados, Marín reconoce que ser reportero en Venezuela supone una «constante preocupación» y recuerda a los tres periodistas de Efe detenidos brevemente el mes pasado. A su juicio, se hizo a modo de advertencia para que los demás periodistas tuviesen «más cuidado».

El objetivo de Ignacio Marín es que cuando alguien vea sus fotos «se haga alguna pregunta, se plantee algo». «Por desgracia me parece que no pasa mucho», lamenta. «La gente que ve mis fotos sabe a lo viene. Pero seguimos intentándolo. Y de vez en cuando cuela». EFE




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