«Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio. En ese espacio descansa nuestra capacidad de elegir la respuesta. Y, en esa respuesta, se asienta nuestra libertad y nuestro crecimiento». Victor Frankl

Estamos transitando un prolongadísimo punto de inflexión tanto nacional como mundialmente: la pandemia, una crisis sin precedentes en la Humanidad. Pero en nuestro país, la sociedad venezolana viene presentando una grave enfermedad, aún más dura que el COVID: un permanente proceso de descomposición moral. No se puede augurar éxito a ningún proceso de largo plazo si éste no comienza con la reconstitución de los valores éticos de todos los estamentos que conforman su cuerpo social. Desde hace un buen tiempo para acá, no se hace menester recurrir a las encuestas para percatarnos que los niveles de insatisfacción cruzaron la barrera de lo insoportable. Ya hace más de veinte años nos preguntamos a dónde iremos a parar y cuándo lograremos el país que deseamos. Luego de dos décadas de evidentes y recurrentes desaciertos, tiene que haber una visión de país con el que todos nos comprometamos, pero esta visión no puede ser generada tan sólo por un grupo político, se hace impostergable de un gran acuerdo nacional en cuanto a ciertos temas que son fundamentales.

Si en algo está de acuerdo toda nuestra nación, es que este no es el país que queremos. Cada uno de nosotros, bien sea por descuido, por ignorancia, por soberbia, por temor, por desaciertos, por aquiescencia, por indiferencia, por arrogancia, por cansancio, por irresponsabilidad, permitimos que se acumularan los polvos que con el vendaval de ruindad de este fracasado «socialismo siglo XXI» se transformasen en el pantanal que ahora tenemos como país Muchos somos culpables y como dice la máxima, cuando muchos somos culpables, nadie lo es. O como lo aclaraba nuestro Simón Rodríguez tan acertadamente:

«La ignorancia es la causa de todos los males que el hombre se hace y hace a otros; y esto es inevitable, porque la omnisciencia no cabe en un hombre; puede caber, hasta cierto punto, en una sociedad (por el más y el menos se distingue una de otra). No es culpable un hombre porque ignora —poco es lo que puede saber—, pero lo será si se encarga de hacer lo que no sabe…»
Ante tan desolador panorama nos queda, más que la esperanza o la imaginación de lo que aspiramos sea nuestro país, el compromiso y la perseverancia en lograrlo. Así las cosas…

Queremos un país capaz de admirar desde el ideario de Bolívar, hasta la razón de un Uslar Pietri, sin resignarse a cuanto llamado a la muerte le convoque irresponsablemente. Queremos un país unido, competidor, donde más que derecha o izquierda, haya prosperidad. Queremos un país sin intolerancia, sin violencia de ningún tipo, un país sin opresiones y discriminaciones por religión o idea política. Queremos un país sin marginados y sin niños de la calle. También queremos un país donde no se persigan las personas por expresar sus ideas, por su religión, por sus legítimas opciones o por reclamar sus derechos. Queremos un país sin desterrados y sin exilio político, queremos un país sin las corrupciones que devoran pueblos enteros, sin nomenclaturas, clases privilegiadas, sin partidos únicos y sin grupos de poder que se adueñen de vidas, también y, si no es mucho pedir, queremos un país sin tiranías y sin tiranos, sin despotismo, ni totalitarismo. Queremos un país donde el Estado no se confunda con el partido que gobierna, y queremos gobernantes que no vivan declarando la guerra -ni siquiera verbal- a quienes se opongan a sus designios. Queremos un país donde la historia – la de verdad y no esa oficial o tergiversada – nos enseñe y no nos permita tropezar de nuevo con la misma piedra.

Un país que otorgue las condiciones necesarias para que los ciudadanos vivan dignamente: con trabajo, salud, vivienda; y, sobre todo, solidaridad, lo que nos permitiría alcanzar la verdadera independencia individual, enmarcado esto en una economía humana y asentada en valores. Queremos un país con un sistema judicial que garantice las libertades y responsabilidades individuales y que exista seguridad jurídica que incentive la inversión externa.

Queremos un país donde se consolide el proceso de descentralización, institucionalizando la participación ciudadana en la gestión pública local, regional y nacional. Un país en el cual la palabra diáspora suene a relato antiguo.

Un país equilibrado, con líderes auténticos, donde la honestidad sea la base del desarrollo, donde se luche por una democracia auténtica. Un país que no pierda dos décadas en vano y que demuestre su unidad en un proyecto conjunto. Un país con oportunidades de un trabajo digno, y con educación y salud de calidad y accesible. Un país con instituciones eficientes y transparentes, al servicio de una ciudadanía responsable y participativa que garantiza la seguridad y promueve la paz y el desarrollo. Y este país que queremos debe surgir de la actitud de sus ciudadanos, pues esto, sin duda alguna, es lo que su gente anhela. Ya no debe haber más espacio para la frustración, y menos aún escuchar esos llamados a «la lucha» que tan sólo han propiciado la violencia, el odio y el resentimiento. Por eso, definamos por nosotros mismos la clase de país que queremos, aplicando la inteligencia y la voluntad que caracteriza a nuestro noble pueblo . Pero estos merecidos anhelos solo serán posibles si todos los venezolanos nos unimos y nos comprometemos en no descansar hasta sacar a este régimen usurpador. Solo así comenzará una nueva etapa en la vida de nuestro carajeado país.

Manuel Barreto Hernaiz




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