La gente se cansa de tanta palabrería, imagina uno. Un ciudadano normal que vive en Venezuela, aún si no está en pobreza crítica –lo cual para empezar lo convierte en minoría-, tiene que rebuscarse las mil maneras de alimentar a la familia, evitar a los malandros, cuidarse de la pandemia, conseguir medicinas y adaptar sus horarios a la llegada de la luz, el agua o Internet. Con esa sola lucha diaria no debe tener tiempo para ocuparse de que uno o varios cancilleres europeos o norteamericanos, o de dónde vengan, estén preocupados por la situación del país, y mucho menos para interpretar el soso lenguaje diplomático que dice lo que quizás quiere decir pero sin decirlo del todo.

El documento más reciente del Grupo Internacional de Contacto para Venezuela (GIC) es una muestra, por una parte, de que el papel lo aguanta todo; por la otra, del carácter difuso, etéreo y contradictorio del lenguaje diplomático; y finalmente, de que por ahí no vienen las soluciones. No parece que las 8 naciones europeas y las 8 latinoamericanas que integran el GIC tengan claridad en cuanto a lo que es posible, y lo que no, para una eventual salida a la crisis política de este terruño.

El texto oficial comienza por darle la bienvenida a Chile y República Dominicana como miembros del grupo, y de inmediato expresa su “preocupación” por lo que pasa en Venezuela. De seguidas, convoca a los actores políticos y la sociedad civil a “moverse con carácter de urgencia y de buena fe” hacia la resolución de las profundas dificultades que sufre el país. Y aquí se encuentra la primera disonancia. El GIC pone en el mismo barril –el de la buena fe- a un régimen dictatorial, a los partidos democráticos que le hacen oposición y hasta a la sociedad civil, o sea, a la población que en más de un 80% rechaza a la dictadura y a la que le faltan 6 millones de habitantes porque se han ido a buscar cobijo en otras tierras. Ni la sociedad ni los partidos opositores tendrían que “moverse” hacia ninguna parte, porque están parados donde deben estar: en la defensa de las libertades y la democracia.

El GIC desconoció las elecciones legislativas del 6D de 2020 porque no fueron libres ni transparentes, pero ahora llama a un proceso de negociación incluyente que resulte en la selección de un Consejo Electoral “balanceado e independiente” que conduzca unas elecciones limpias, en línea con lo que señala la constitución. Y expresa asimismo que no puede haber democracia sin el compromiso “de todas las partes” de respetar las reglas electorales básicas y la independencia del CNE. De nuevo, en el mismo saco cae la dictadura y los que quieren un país libre, cuando es sabido que desde hace años no se celebran elecciones limpias en Venezuela porque el régimen no lo ha permitido.

En otro punto del documento se convoca a la “oposición democrática” a unirse para participar en un eventual diálogo con el régimen que, se asume, traerá los resultados que todos esperan. Y luego llaman –este llamado es obviamente para los que mandan, aunque no se nombran- a la liberación incondicional de los presos políticos y a garantizar los derechos y las libertades elementales. Termina el documento con una alusión a la crisis humanitaria y con una solicitud genérica para que se permita el acceso al personal, medicinas y alimentos que vayan hacia la población más vulnerable, a la vez que se pide un alto a la represión contra las organizaciones humanitarias y defensoras de los derechos humanos.

El documento tiene la ambigüedad y los cambios de seña que terminan confundiéndonos a todos. Por un lado, iguala políticamente a las partes, como si una de ellas no fuera una dictadura que el mismo GIC acaba de desconocer. Luego le dice a la oposición que se una para dialogar, obviando los repetidos fracasos que han significado los diálogos con el chavismo. Pide libertades y cese de la represión pero no se señala al responsable, como si la violación de los derechos humanos resultara de la maldad de un ectoplasma que persigue a la gente. En síntesis, se le pide al régimen lo que se sabe que no puede -ni quiere- cumplir, pero ahí van 500 palabras más. Para que no digan.




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