Foto: @PSG_espanol

Empieza a parecer una maldición. Cuando no es por una cosa, es por la otra, pero el París Saint-Germain parece maldito en la Liga de Campeones, el único objetivo que justifica la multimillonaria inversión catarí en el equipo y la piedra en la que, año tras año, tropieza su constelación de estrellas.

Remontadas fuera de su estadio contra el Barcelona, bulimia frente a un grande ante el Real Madrid y, en esta ocasión, remontada ante sus aficionados frente al Manchester United. De todos los colores se viste el fracaso parisiense en ante el reto europeo.

El equipo, construido a base de talonario para tutear a los grandes, parece temblar cuando se acerca a la «orejona», como si la proximidad del éxito les hiciera morder el fracaso.

Contra el United firmaron una nueva modalidad de drama. Esta vez fueron a Old Trafford para firmar un gran partido y traerse un resultado tranquilizador, un 0-2 que parecía poner la clasificación para cuartos a buen recaudo. Solo quedaba, como titulaba por la mañana «L’Équipe», «terminar el trabajo».

Escamados por los tropiezos anteriores, barrieron todo signo de confianza. Como el año pasado ante el Madrid, afrontaban el reto sin Neymar, lesionado, el jugador más caro de la historia, la verdadera apuesta para levantar la Liga de Campeones.

Tampoco estaba Edinson Cavani, su máximo goleador histórico, apenas recuperado de una lesión y cuya vuelta a los campos no consideró Thomas Tuchel urgente ante un marcador que le era favorable.

Todos los focos estaban en Kylian Mbappé, que a sus 19 años tenía que dar el paso adelante en la máxima competición europea que se espera de él.

El tempranero gol de Lukaku, a los dos minutos, fue respondido diez más tarde con el empate de Bernat. Y el equipo controló el juego, fabricó ocasiones y parecía dominar el escenario camino de los cuartos.

Otro tanto del atacante belga les obligaba a vivir en la cuerda floja, pero los ingleses no parecían constituir un gran peligro. El partido giraba en las botas de Marco Verratti, el mejor en el césped, y eso parecía proteger a los franceses del drama.

Pero tras haber regalado dos goles, vino el penalti pitado desde el VAR y el proyecto catarí descarriló de nuevo.

Ahora, el PSG es un nudo de interrogantes. De poco servirá que gane una liga que tiene casi atada, que levante una copa y que pulverice récords en Francia. Su temporada estaba en Europa, porque solo en esa frontera se mide su éxito, porque no es un equipo tallado a la altura de los retos nacionales.

¿Hasta cuando aguantará la paciencia de los cataríes? ¿Seguirán las estrellas del equipo confiando en este proyecto? ¿Esta nueva eliminación en octavos provocará una desbandada de jugadores?

El fútbol no entiende de paciencias y el PSG ha buscado acelerar todos los plazos. Ha querido entrar en el olimpo de los grandes por los atajos del talonario, olvidando las estructuras en las que se soportan las grandezas.

A riesgo de situar demasiado alta la barra de las esperanzas, el club se arriesga a convertir el éxito en una obsesión y el fracaso en un hábito.

El futuro aparece sombrío para un equipo que hasta hace unas horas parecía instalado en la euforia. Y, en cierta medida, está en manos de jugadores y directivos que han hecho del capricho un modo de vida.




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