“Me gusta la gente sentipensante, que no separa la razón del corazón. Que siente y piensa a la vez. Sin divorciar la cabeza del cuerpo, ni la emoción de la razón”. Eduardo Galeano

La mayoría de los venezolanos sentimos indignación, vergüenza o rabia ante la corrupción, los desafueros y los disparates y la brutal y desmedida violencia de cuantos desgobiernan a nuestro carajeado país. Y este sentimiento afectivo es necesario para orientar la conducta en contra de lo que se proclama como inaceptable e injusto.

Estamos de acuerdo que vivimos momentos de desconcierto, de indignación, de incertidumbre; sin embargo, son momentos en los cuales las emociones y la razón deben caminar unidas, y sobre todo, que en esas concentraciones, asambleas y marchas que se emprendan, la razón gobierne a la emoción, pues es bien sabido que cuando la emoción se impone a la razón, el objetivo es muy difícil de lograr.

Vivimos momentos en los que los torrentes comunicativos nos empujan permanentemente. Ahora bien, esos torrentes de gran caudal comunicacional requieren esclusas que contengan o aplaquen la información sin sentido o el cliché banal. Esta no es una lucha generacional. Ni una contienda entre partidarios de Referéndum Revocatorio y quienes esperan por el proceso electoral presidencial.

Así las cosas, son tiempos de no reaccionar automáticamente, de no responder de inmediato, de resistir la aceleración de exceso de bilis; son momentos de evadir el esquema estímulo-respuesta, de establecer una distancia ante los llamados a la confrontación insensata, o posponer la respuesta y posibilitar incluso algo nuevo, original e imprevisible.

Y no se trata de pretender esa racionalidad aséptica que impediría la democrática y constitucional protesta, tal como lo insinuase hace 340 años Baruch Spinoza, al afirmar el solo conocimiento es incapaz de mover a la acción humana, que se requiere la emoción para motivar ese comportamiento; o como lo expresaba Gustave Le Bon -especialista en la psicología de las masas – quien afirmaba que el hombre que pretende obrar guiado sólo por la razón está condenado a obrar muy raramente, puesto que ni la razón trabaja sin emoción ni la emoción trabaja sin razones.

Hay una corriente dentro de la psicología que argumenta que la razón y los sentimientos van de la mano; que no compiten, sino que se complementan entre sí; la racionalidad pura, sin emociones, no es garantía de felicidad, como tampoco lo es una emotividad sola sin racionalidad. Tan negativa es la emoción desaforada sin el freno de la razón, como la razón sin el impulso de la emoción.

Y logrando ese debido equilibrio, de lo que se trata es de transformar lo inadecuado en adecuado, evitando la tentación maniquea de dividir a los factores democráticos, a la Plataforma Democrática, a los partidos de la oposición, al Frente Amplio, y a toda organización ciudadana que se dedique a la cívica tarea de rescatar nuestro carajeado país.

Que ese fiel de la balanza nos encamine a ponernos un bloque de hielo en la cabeza y un tizón en el corazón; que nos aparte de caer en provocaciones, tomando tal vez en cuenta aquel pensamiento de Nietzsche que alertaba que todo aquel que luche contra monstruos, ha de procurar que al hacerlo no se convierta en otro monstruo.

De lo que se trata es que prevalezca más que la unidad, la UNIÒN, tal como lo precisaba el profesor Víctor Reyes Lanza, además de suministrarnos el sustento para el tema que ahora abordamos.

Exponía el amigo Reyes Lanza que en casi todas las tertulias aflora el término unidad como exigencia sine qua non para alcanzar el logro libertario, sacrificándose de alguna manera, la necesaria diversidad. Luego, sería más apropiado, que se exija la unión; pues así se estaría respetando las diferencias y se podría expresar la voluntad de crear un proyecto que pueda llegar a ser compartido. Una suma de independencias unidas. Y esa unión no tiene por qué ser unanimidad; es sí la mayor posible suma de voluntades, el máximo consenso alcanzable para lograr el objetivo. Puede ser dinámica y hasta diferenciada en el diseño y ejecución de estrategias comunes de lucha. Lo que nunca puede ser es complicidad o juego calculado de intereses políticos y económicos que, en definitiva, caen dentro de los propósitos del régimen.

La razón debe gobernar las emociones, pero nunca anularlas. La razón y las emociones suelen ir de la mano; no compiten, sino que se complementan entre sí; la racionalidad pura, sin emociones, no es garantía de felicidad, como tampoco lo es un apasionamiento sin racionalidad. La razón sin emociones sería como un general sin ejército, en tanto que la emoción sin razón sería como un carro sin frenos. Van de la mano, se necesitan, son inseparables.

Manuel Barreto Hernaiz




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