Por fin volvemos a la normalidad de esta anormalidad tan nuestra. Atrás quedó el episodio de “los perniles de la ira”; decimos adiós a una Navidad que no lo fue y empezamos un nuevo año que nace viejo, con un panorama bastante sombrío; con incertidumbre en lo político, cansancio en lo social y terror en lo económico…

Con una especie de desesperanza impropia de un país petrolero, que supuestamente, y al cabo de 18 años de ensayos en pos del «hombre nuevo», «del auténtico desarrollo endógeno», con la puesta en marcha de “los cinco motores» que vinieron fundidos , y tantas «bondades» que se enmarcan en cuanto disparate cabe en ese «Socialismo Siglo XXI», como este nuevo parapeto denominado “Petro” que no pasará de guijarro así lo respalden 5 mil millones de barriles de petróleo bajo tierra, pues también a ese nivel se encuentra el sitial adonde nos condujo esta “revolución bonita”, que tan solo nos ha dejado corrupción, resentimientos, violencia, hambruna, atraso y desconfianza.

Es un hecho que en este 2018, mientras la gente esté preocupada por llevar la comida a sus hogares, por afrontar una indetenible inflación que no la contendrá ni el hecho de ser un año electoral; que se encuentre volteando al cielo no para afianzar una oración por un pariente que yace postrado por el medicamento que no se encuentra, o porque no llegó a tiempo a acompañarle en su agonía pues su vehículo falló, pues en ese momento estaremos empezando a subir la empinada cuesta de un año que nos convoca, con todo y los desalentadores presagios, a unir fuerza, coraje y voluntad, para cambiar de gobierno.

En este 2018 se hace menester dejar atrás esa etapa signada por la pesada incertidumbre, por la permanente fractura y por la perversa intolerancia que venimos de transitar en estos duros años que en fin de cuentas resultaron un necesario aprendizaje, impartido por tantos dramas sociales desbordados, particularmente con la muerte de más de 130 muchachos que ofrendaron sus vidas en este fatídico año que atrás quedó.

Se acerca el momento de emprender una ruta libertaria, la cual empieza desde este momento, por unificar nuestro desgarrado país, pues hoy tenemos la seguridad que existe una inmensa mayoría que no quiere una ruptura de fuerza ni acepta la imposición de un proyecto político excluyente, y esa inmensa mayoría ha madurado en lo que quiere y en lo que no quiere como país.

¿Qué nos ha pasado? En realidad algo muy serio nos pasa. Y, como decía Ortega y Gasset, no sabemos con certeza si «lo que nos pasa es no saber lo que nos pasa».
Si no aprendemos a construir unas organizaciones políticas que no dependan de los avatares de un hombre sino de la solidez de sus propuestas, seguiremos siendo un país a la deriva. La esperanza está viva, el logro del objetivo aún es posible.

No es cierto que todo está perdido o que todo debería ser arrastrado por la demencial conducción de este régimen. Todo lo contrario: nuestro país tiene un enorme potencial de buena voluntad, creatividad, capacidad, solidaridad y anhelo por salir de este terrible marasmo. La cuestión es estimular este potencial, darle más espacio y confianza.

Esta es una tarea de los verdaderos políticos, de los comprometidos con el porvenir, aunque no sólo de ellos, sino todos aquellos que disienten de tanto odio y disparate; todos aquellos que no están dispuestos a renunciar al derecho fundamental de educar a sus hijos, de informar, expresar, opinar y comunicar en libertad; de todos aquellos que con verdaderas raíces cristianas, que tienen muy firmes sus principios y valores sustentados en la dignidad y en los derechos de las personas.

Si bien es cierto que hoy más que nunca se necesitan líderes políticos capaces de contribuir a definir los futuros posibles y deseables, y de acompañar a la ciudadanía en el rescate de nuestro país, no es menos cierto que toda una generación de relevo se está preparando, pues ya llega el momento de comprometerse con las acciones que permitan frenar las pretensiones de perpetuarse en el poder de un régimen que NO cumplió, ni cumplirá con Venezuela.

Es la historia la que nos indica que los grandes líderes políticos surgen cuando hay falta de fe y de esperanza, cuando es necesario un faro que ilumine la ruta de una nación a la deriva.




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