Hace algunos años, en un programa semanal de TV que conduje, el profesor Orcajo contó que intentó sensibilizar a su hija sobre la crisis del país, a lo que ella reaccionó airadamente: ¡No me importa, solo quiero graduarme y ejercer!
Rápido, luminoso, como un rayo, el pensador universitario respondió: ¿En cuál país, hija? Puso de una vez en el tapete la relación: ciudadano-universidad-país.
Corría por las universidades una visión tecnocrática, individualista, donde la enseñanza de una conciencia de nación democrática y libertaria, una responsabilidad política que las había acompañado históricamente, quedaba sepultada en el pragmatismo de concebir también la universidad como una parcela a la cual sacar provecho grupal o partidista.
Ayudaba ese propósito de desentendimiento de los ciudadanos de la vida y del destino público, también la arrolladora confiscación de los actores políticos de la preocupación y toma de decisiones de la vida social y política del país . Pasaba a entenderse entonces que, las cosas públicas, las decisiones sobre el destino nacional, eran cosa de los políticos y los partidos, creándose así una cultura política donde los ciudadanos no pintaban, no eran protagonistas expertos que sabrían que decidir: se produjo la gran confiscación y, la política, la toma de decisiones sobre el país, pasó a ser materia de expertos y políticos avezados.
Esto se tradujo en una separación de los ciudadanos, de su destino como nación. Junto al pensamiento de los grandes estadistas encabezados por Betancourt, también desaparecieron los últimos hombres de ideas y sensibilidad social dentro de las organizaciones políticas, para dar paso al pragmatismo de los pequeños intereses y los grandes negocios de la política menor.
Los últimos años han sido de afirmación de una nueva cultura política y liderazgo, de credibilidad y legitimidad, de destape de las arterias del pensamiento y amor por Venezuela.
En medio del fervor político y espiritual se ha reconectado el país con sus ciudadanos y su destino, gracias al vigor y la abnegación ejemplar de una mujer, MCM, y su propuesta de rehacernos cómo nación democrática y próspera.
El momento es de afirmación fortaleza, serenidad, sin dudas, ni pequeñeces; de percatarnos del gran sol que alumbra la puerta del túnel.
Esta es una lucha de todos los ciudadanos, no sólo de MCM. Ella y su proeza somos todos, seguros de la comprensión de lo que hacemos, sin desespero ni precipitaciones.
Mas grande que el miedo es perder el país, es la hora de responder la pregunta del Profesor Orcajo: ¿En cuál país? En nuestro país, EN VENEZUELA.