«Ningún grupo puede actuar con eficacia si falta el concierto; ningún grupo puede actuar en concierto si falta la confianza; ningún grupo puede actuar con confianza si no se halla ligado por opiniones comunes, afectos comunes, intereses comunes”. Edmund Burke

Entre las acepciones del término confianza nos encontramos que se trata de la esperanza firme que una persona tiene en que algo suceda, sea o funcione de una forma determinada, o en que otra persona actúe como ella desea.

Tanto para los sociólogos como para los psicólogos sociales la confianza es una hipótesis que se realiza sobre la conducta futura del ciudadano.

Se trata de una creencia que estima que una persona será capaz de actuar de una cierta manera frente a una determina situación.

Es una expectativa respecto a las acciones futuras de otras personas, de instituciones y de organizaciones. Sobre este concepto es posible establecer relaciones de excelencia que reduzcan la incertidumbre y generen certezas para el desarrollo de la sociedad y para ubicarnos debidamente en el siglo XXI.

La confianza implica reciprocidad. Vamos depositando nuestra confianza en el otro al comprobar que no somos defraudados y, al mismo tiempo, porque experimentamos que también somos objeto de confianza. Esperamos, porque estamos convencidos de que vamos a recibir. La desconfianza es costosa pues aumenta los costos de transacción, incrementa los tiempos en todos y cada uno de los procesos, se entorpecen las relaciones, los intercambios y las vinculaciones de todo tipo por la sospecha, el temor y el miedo. Y de esto sobran, en todos los ámbitos de nuestro país, abundantes ejemplos que dan fianza a lo anotado.

Ahora bien, resulta innegable que estamos viviendo en nuestro país una lamentable pérdida de credibilidad y de confianza en el estamento político, la paciencia y la tolerancia de la sociedad están cada vez más agotadas, desconcertadas y desencantadas.

Nos enseñaba el Profesor Rosanvallon: Juzgar consiste en examinar una conducta o una acción, prolongando el ejercicio de una sospecha y haciendo necesario que se llegue a una conclusión definitiva; luego, la regeneración de la confianza resulta entonces, un aspecto imprescindible para que los partidos políticos cumplan a cabalidad con la nación venezolana; y para poder recuperar la confianza de los ciudadanos, lo primero que deben hacer todos los partidos políticos es saber por qué la han perdido. Qué espera la sociedad en ellos y qué pueden ofrecer.

Podemos entender – como ciudadanos pendientes del acontecer político y no como idiotas de acuerdo a la acepción de los antiguos griegos – que en esos menesteres se parte de la idea de que decir la verdad es cosa de ingenuos, que la política consiste sólo en poder y que por tanto requiere destrezas casi teatrales en cuanto a ficción, simulación u ocultación, una sempiterna mise en scene de Moliere con Houdini haciendo de las suyas, pero evitando la desaparición perpetua. Como también podemos entender – sin propiciar ni aplaudir- lo que se empeñan en llamar la Realpolitik, la política de “la realidad”, que conlleva a la lógica del secreto, de la hipocresía, del cinismo y de la mentira.

Eso, lo podemos entender, pero lo que nos resulta inaceptable es que el político, ese hombre público, sea un sinvergüenza, un canalla, o un corrupto, que tergiversando aquella célebre sentencia del precursor de la ciencia política – el fin justifica los medios-se ciña a esa suerte de “sálvese quien pueda” que ha venido acentuándose en estos tiempos de desafección política, en estos tiempos tan duros.

Tiempos que nos conllevan a plantearnos que o renovamos un pacto para el rescate de nuestro país, sociedad y partidos verdaderamente comprometidos usando las mejores prácticas de una nueva buena política en la que todos podamos creer y confiar, o se postergará peligrosa e irresponsablemente el porvenir que anhelamos y merecemos, y que le debemos a nuestros hijos.

Manuel Barreto Hernaiz.




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