Por ahí viene una fecha que desde hace tiempo se baraja como el día D, la oportunidad impelable, el momento de la verdad; el turning point, que dicen los gringos. El propio día en el que la dictadura chavista se convierte en ilegítima, porque va a tomar posesión un presidente que fue electo a través del fraude y de la trampa, con votos inventados, sin adversarios, en una fecha ilegal y con el respaldo de una asamblea constituyente de origen espurio. Ese día, el 10 de enero, el mundo le va a caer encima a los rojitos y van a retirar a los embajadores y habrá sanciones y el chavismo hará implosión. Pero la verdad es que ese día, y los siguientes y los de más allá, no pasará nada si no hay un plan de acción, un liderazgo y un compromiso que convierta la chispa en un motor de cambio.

Las fechas, los aniversarios y las efemérides son símbolos. Nada más. Pueden tomarse como pretexto para comenzar un movimiento, una revolución o una transformación profunda. O para depositar ofrendas florales. O para dejarlos pasar esperando que la mano divina intervenga y haga desaparecer la calamidad. Un día es apenas un período de 24 horas y, salvo circunstancias excepcionales, no es suficiente para darle vuelta a la historia, para liberar a una sociedad oprimida o para ganar una guerra. Como en los deportes: una volea magistral entre las piernas que resulta en un passing shot y deja al rival con la raqueta en el suelo puede arrancar los aplausos del soberano, pero es apenas un punto entre todos los que hay que ganar para llevarse un partido de tenis.

Un ejemplo reciente de una jornada memorable, que prometió mucho pero resultó en muy poco, fue el 16 de julio de 2017. Ese día, más de 7 millones de venezolanos, convocados por la sociedad civil y los partidos de oposición, a pesar del sabotaje oficial y sin maquinitas de votar, emitieron su opinión rechazando la asamblea constituyente, exigiéndole a las fuerzas armadas que hicieran respetar la Constitución y reclamando la renovación de los poderes públicos. El resultado final, en términos prácticos, es harto conocido: el 30 de julio de 2017 se “eligió” una Constituyente, los militares siguen siendo los grandes compinches de la dictadura y los poderes públicos nunca se renovaron. Se hizo un esfuerzo heroico para montar centros electorales desde Catia hasta Calgary, la gente respondió y su opinión fue escuchada, pero hasta ahí. Unos días de euforia y una derrota para el régimen que no sirvió para ganar el juego.

El próximo 10 de enero, es cierto, se consuma una ilegalidad. Se decretan como válidas unas elecciones chimbas y se le entrega la presidencia del país (no de la República, que esa ya no existe) a quien no se la ganó. Sin embargo, la ilegalidad está instalada en Venezuela desde que comenzó el siglo y el 10E de 2019 no es sino un evento más en una larga cadena de violaciones a las leyes de parte del régimen. Un evento que no tiene cualidades mágicas. Un evento para el que hay que preparar una respuesta fuerte, de largo aliento y sin tregua. O se repetirá la historia de los últimos 20 años: jugaron como nunca pero perdimos como siempre.




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