El contenido de este artículo no expresa el significado amplio del término vida nocturna. Nos referimos a uno de sus componentes: comer, beber y conversar en restaurantes y tascas, sin incluir lugares de rumba, de juego o actividades más de la nocturnidad que de la noche..

Al menos en Valencia, el norte no fue una quimera. A lo largo de unas sesenta cuadras de Av. Bolívar se dispersaron sitios memorables entre las décadas cincuenta a noventa del siglo pasado. Años en los que fuimos felices y lo sabíamos. ¿Qué hacer ahora para no vivir sólo de nostalgias?

En las dos primeras de esas décadas, Valencia mudó de pueblo a ciudad. En las nuevas costumbres influyó la caída de la dictadura; su desarrollo industrial; el crecimiento de su población; las pautas de modernización refleja difundidas por los medios de comunicación; la apertura de la Universidad de Carabobo que dinamizó la vida intelectual y cultural; la integración de la tercera ola migratoria, la de los musius que llegaron con sus culturas, sus oficios y sus recetas.

Así apareció entre nosotros, el ciudadano urbano desprendido de lo rural y dispuesto a formar parte de una contagiosa vida nocturna que necesitaba luz, taxis y establecimientos para florecer. La clase media y los estudiantes fueron seducidos por Las Cibeles, Las cuevas de Luis Candela, Villa Madrid, El botellón 70  o los Toneles, fundado por uno de los socios del Mayantigo, el Sr. Gonzáles y su esposa Conchita. .  .

Alguno de esos restaurantes fueron lugares de buenos entendimientos o discutibles paradas políticas como la Hosteria del Rey fundada por Romano Caverzan; de conversaciones de negocios como el Mar Chica y su pequeña barra comandada por García Mena; de pasiones taurinas como La Masía con Manuel Urquía y César Dao; de romances y sueños. En una tasquita del Edificio Los Sauces se podía oír la guitarra y la voz de Don Julio Centeno, en el Germania Grill a una estudiante de economía, Judith Rodríguez y en un bar de La Entrada los boleros de Tania Rugeles.

En el sótano del Hotel Carabobo había un discreto Restaurant de ambiente claustral donde se podía encontrar al poeta Rodríguez U conversando en voz baja con el Dr. Maninat. A la altura de la Urbanización Miranda, Suso, el propietario de El Galeón podía sentarse a conversar en una mesa, mientras su esposa Remedios asumía el timón; en el Toro Rojo cuyo fundador fue Guzmán Toro había buen Steak y unas empanaditas inolvidables; en la barra de la primera Casa Valencia solía sentarse Salvador Castillo.

En la últimos días de esa festiva vida nocturna de Valencia, con la lamentable ausencia de calles en las cuales pasear, se produjo la apertura de La Grillade y sus mismos dueños abrieron posteriormente un Restauran que Orel Zambrano me lo mencionó como el único buen restaurant italiano donde se podía degustar un exquisito plato francés. Se trataba de El Tiberius, curiosamente el emperador romano que vivió antes y después de Cristo. Al parecer la dualidad gastronómica la hacía posible la conducción de Alain Krauss quien tuvo el buen tino de no ser víctima de la nueva cocina.

La buena cocina en la Valencia, siempre señorial, podía sorprender en los menús del Cantone, la Trattoria Romana, Da Armando, el Alí Babá o el Vagón libanes, el Imperisal Garden o el Don Vicente libre de himo y algarabías.

Por supuesto no faltaba en esa época, algún ostentoso nuevo rico capaz de pedir, para que se le oyera, que le sirvieran un Ron Perignon.




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