La explosión en Beirut acelera la desdicha de los refugiados sirios
/ Foto: AFP

En solo unos segundos, la vida de Ahmed dio un vuelco brutal cuando perdió a su mujer y dos de sus hijas, sepultadas bajo los escombros de su casa, en la explosión del 4 de agosto en Beirut, adonde trajo a su familia desde Siria para salvarla de los combates.

«Tengo la sensación de haber perdido la cabeza. Cerré los ojos y cuando los abrí, todo a mi alrededor se había metamorfoseado», cuenta desconsolado este padre de familia a la AFP, de pie delante de las ruinas de su casa, en el barrio de la Quarantaine, muy cerca del puerto en la capital libanesa.

«Lo perdí todo en un instante. Eramos una familia de seis. Ahora somos una pequeña familia, mis dos hijas y yo», añade con la voz quebrada.

La experiencia de Ahmed

Oriundo de la ciudad de Idlib, en el noroeste de Siria, Ahmed, un obrero que trabaja en Líbano desde hace años, trajo a su familia de Siria en 2014, cuando los combates se intensificaban.

El día de la explosión en el puerto, que devastó zonas enteras de la capital y mató a más de 180 personas e hirió a más de 6 mil 500, Ahmed acudió corriendo a su casa.

Primero vio el cuerpo sin vida de su hija Latifa, de 22 años, que yacía cerca de un pedazo de pared derrumbada.

Apoyado por jóvenes del barrio y socorristas de la defensa civil, descubrió después los restos de su mujer Khalidiyya, de 49 años, y de su hija Jude, de 13.

Los socorristas necesitaron once horas para extraer a su hija Diana, de 17 años, atrapada bajo los escombros y que pedía auxilio. Gravemente herida en las dos piernas, fue ingresada en el hospital.

Desde entonces, Ahmed y su hija Dima, de 14 años –la única que salió indemne– pasan sus días junto a su cama.

«Buscaba un futuro mejor […] Hoy, solo aspiro […] a irme al extranjero para vivir con ellas en seguridad», afirma Ahmed, quien dice «no contemplar volver a Siria».

«Ni trabajo ni vivienda»

El barrio de la Quarantaine, uno de los más pobres de la capital, fue golpeado de pleno por la explosión, provocada por una enorme cantidad de nitrato de amonio almacenada en el puerto en Beirut, según las autoridades.

Oudai Kattan compartía en este distrito una modesta vivienda con su hermano, sus dos tíos y sus primos, que la dividieron con tabiques de madera en varias habitaciones. Todo saltó por los aires.

Oudai y sus familiares, que trabajaban en el puerto también han perdido sus ingresos.

Ahora duermen a la intemperie en medio de los cascotes, tras haber instalado colchones en el patio del edificio, así como una estufa de gas y una cuerda para tender la ropa.

«No tenemos ni trabajo ni vivienda […] pasamos aquí todo el día, sin hacer nada», se lamenta Oudai, de 21 años, que huyó de Siria hace un año.

Como el resto de los miembros de su familia, perdió su casa en Siria y no quiere volver, para eludir el servicio militar.

En el barrio, este paisaje apocalíptico se repite en cada esquina: edificios destrozados, techos derrumbados o escombros.

«Dos golpes”

Líbano siempre atrajo a los sirios en busca de un empleo, antes de recibir en los últimos años a cientos de miles que huían de la guerra.

Según la embajada siria en Beirut, 43 sirios fallecieron en la explosión.

La ONU documentó la muerte de 13 refugiados y 224 heridos, así como 59 desaparecidos, sin precisar si se trata únicamente de sirios.

Para la familia Kattan, la explosión del 4 de agosto no ha hecho otra cosa que acelerar la desdicha en un Líbano hundido en una crisis inédita desde hace casi un año: con el derrumbe monetario, sus ingresos diarios se redujeron a 5,7 dólares, frente a unos 30 dólares anteriormente.

Entre la guerra siria y la ruina libanesa, coronada por la explosión, dicen que han llegado al borde del precipicio.

«Dos golpes en la cabeza duelen», lanza uno de estos hombres.

Mientras, sobreviven gracias a la ayuda humanitaria que envían países de todo el mundo.

Con la llegada de un coche cargado de provisiones, cada uno se precipita para recibir una caja que contiene dos paquetes de pasta, uno de galletas, dos botellas de agua y algunas latas.

«Antes, trabajábamos para comer, beber y pagar el alquiler. Hoy, no hay ni comida, ni agua, ni dinero, ni país, ya sea en Siria o en Líbano», lamenta Nasr, de 21 años.

© Agence France-Presse




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