Foto referencial.

Volvieron. Abrazos y rosas rojas de bienvenida en un ambiente sobrecargado de dolor y memoria. Los exrebeldes de las FARC regresaron a las montañas de Colombia donde combatieron a muerte, para buscar sus primeros votos entre víctimas de la guerra.

Pablo Catatumbo luchó desde 1973 contra las fuerzas del Estado. Ahora, a los 65 años, sus antiguos adversarios lo cuidan.

Son 40 hombres, entre ellos algunos exinsurgentes, que lo escoltan a él y a Marco Calarcá, dirigente de la otrora guerrilla comunista, en su ascenso por la cordillera hacia Monteloro y Santa Lucía, pequeños poblados del Valle del Cauca, en el suroeste colombiano.

Ambos exguerrilleros llegarán al Congreso gracias al pacto de paz de finales de 2016, que condujo al desarme de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y que, ya como partido, les garantiza al menos 10 de los 268 escaños parlamentarios.

Aun así competirán en las legislativas del 11 de marzo. Con una votación importante, aumentarían su representación.

La caravana de diez vehículos devora kilómetros de carretera destapada. El frío del páramo apenas da tregua.

De una camioneta blindada desciende Don Pablo, como llaman al excomandante de lentes, que a finales de los años 90 llegó con una nutrida tropa y una advertencia: De aquí no se va nadie.

Los paramilitares quisieron apoderarse de estos territorios estratégicos, que conectan con el Pacífico por donde salen toneladas de cocaína hacia Estados Unidos.

En cualquier momento uno podía morirse, evoca Reinaldo Montoya, un agricultor de 58 años. Entonces se sucedían masacres, combates, desplazamientos y también cualquiera podía recibir un balazo bajo la sospecha de colaborar ya sea con el ejército, con la guerrilla o con los paramilitares. Todos apretaban el gatillo.

Montoya, que perdió varios primos, no les garantiza su voto a los exguerrilleros, pero espera que les vaya bien. Eso les daría ánimo para estar más calmados. No pensar ya, digamos, en volver a una guerra.

SI NOS QUIEREN 

Catatumbo avanza entre un puñado de campesinos y pequeños comerciantes que agitan banderines de la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC), el nuevo partido de la rosa roja.

Don Pablo lleva una chaqueta blanca que disimula la barriga. Sonríe. Hacía diez años que no volvía a estas tierras fértiles y ganaderas donde ahora pregunta por viejos conocidos.

En pocos lugares como este podría exhibirse una pancarta electoral con su rostro. Los curtidos guerreros de antaño, convertidos en candidatos sin traje, han recibido insultos, piedras y huevos en algunos recorridos de quienes se oponen a verlos hacer política por sus largos prontuarios.

Con escaso apoyo en las encuestas, la FARC decidió suspender los actos de plaza pública. La ira es sobre todo en las ciudades donde, paradójicamente, menos se sintió el conflicto. La seguridad para el nuevo partido fue reforzada.

Catatumbo insiste en declaraciones a la AFP en que todo responde a una campaña pagada de bullying político montada sobre la idea de que nadie quiere a la FARC.

Pretenden hacer creer como si la guerra no hubiese terminado, y que por lo tanto no podemos hacer política legal, agrega Calarcá. El enfrentamiento de más de medio siglo deja unas ocho millones de víctimas, entre muertos, desaparecidos y desplazados, y muchas heridas abiertas.

Pero aquí la gente nos reconoce, nos quiere, porque en los años de la guerra defendimos estos territorios, enfatiza Catatumbo.

El que fuera el grupo rebelde más poderoso de América, que desarmó a 7 mil combatientes antes de hacer proselitismo, se comprometió a confesar sus crímenes y reparar a las víctimas. Si cumple, líderes como Catatumbo podrán cumplir penas alternativas a la cárcel y mantenerse en el Congreso.

Y eso encoleriza a muchos colombianos, y a una derecha que promete llegar al poder en las presidenciales de mayo para modificar los acuerdos que han evitado casi 3 mil muertos al año.

MÁS FÁCIL, LA GUERRA

En Monteloro, Catatumbo recordó a sus muertos y a los que causaron las FARC. Antes de denunciar la corrupción de las élites que avivaron el conflicto, pero que nunca fueron a la guerra, pidió perdón.

Ever Rivera, un cultivador de café de 50 años, lo escuchó durante los 40 minutos que habló. Como la mayoría aquí, vio caer a muchos a manos de las FARC en su fallida lucha por el poder.

Ellos asesinaban gente y uno sin saber por qué. Aun así marcará la rosa roja en la tarjeta electoral porque quiere ensayar con un nuevo partido y porque ellos más que nadie han conocido cómo sufre el campesino, expresó.

En un pequeño recinto de Santa Lucía, a tres horas en auto de Monteloro, también decenas de personas oyeron a Catatumbo pedir perdón y su promesa de no volver a las armas, y renunciar al Senado en caso de que se compruebe que se enriqueció con la guerra.

Algunos también vieron en la penumbra el abrazo del futuro senador con un jefe policial. Aunque destaca gestos como este, el exguerrillero reflexiona sobre lo muy difícil que ha sido hacer política tras dejar las armas en un país gobernado históricamente por la derecha.

Casi que estoy convencido de que fue más fácil hacer la guerra que hacer la paz. Colombia es un país muy reaccionario, afirma. Los policías que lo custodian cruzan miradas.




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