«Hay épocas en que el equilibrio social se rompe a favor de la mediocridad. El ambiente se torna refractario a todo afán de perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres acomodaticios tienen su primavera florida. Los gobernantes no crean ese estado de cosas: lo representan….»

Estas ideas las expone un ilustre pensador, el argentino José Ingenieros en “El hombre mediocre”, un libro publicado en 1911. Ha transcurrido más de un siglo y aquellas palabras de Ingenieros resultan vigentes, al percatarnos de cómo la mediocridad general ha colmado todos los espacios de nuestra vida institucional; lo que nos lleva a recordar que la actitud de la ciudadanía no puede fundamentarse en la tolerancia (que etimológicamente significa soportar el mal, para evitar males mayores), ni en la condescendencia (que es descender a un nivel moral inferior), ni tampoco con la transigencia (que es ceder del propio derecho para facilitar la convivencia), sino que ha de traducirse en el respeto a la dignidad del otro.

Hace cierto tiempo un amigo nos decía que en Venezuela todos los días amanece el mismo día. No avanzamos, o lo hacemos imperceptiblemente. Y es verdad, como el estribillo de aquella vieja melodía: “la rutina ya le dio sabor a nada”.

Sin embargo, otro aspecto que tenemos ante nosotros, a pesar de los maquillajes y arreglos de fachadas, es el vertiginoso avance de la destrucción nacional. Esta es una realidad incuestionable, a pesar del disfraz socio político que seres acomodaticios, esos colaboradores del marasmo nacional, se empeñan en darle al «repunte de la economía venezolana con sabor a algo”

Y ese sabor no lo describen las palabras que no pasan de ser gritos en el cielo y susurros en este árido terruño sobre el cual no solo tenemos que sembrar las semillas del porvenir, sino colocar los cimientos de un nuevo país.

Gritos y susurros que al menos tengan algo de coherencia y que esperamos sean escuchados por quienes podrían influir en el curso de los acontecimientos, pues el resultado hasta ahora observado es un desfase entre quienes dirigen o coordinan organizaciones y lo que creen u opinan sus integrantes.

Lo que podría ser tremendamente dinámico e interactivo, no dejan de ser cónclaves o cotos cerrados y ahora enmudecidos. Por un lado, vemos un liderazgo dividido y desorientado y por el otro, una ciudadanía desalentada que, ante la falta de claridad y orientación en tiempos tan duros, ha retirado su confianza a todo el estamento político, quedando expuesta a la manipulación clientelar, verbigracia, y aquí mismo, la demagogia de Lacava con su versión tropical de “El discreto encanto de la burguesía” que hubiese fascinado al mismo Luis Buñuel.

Así las cosas – y lo repetimos una vez más – este es el momento para reorganizar un decidido movimiento, bloque, frente, que entusiasme y logre movilizar a la población en torno a un mensaje claro y esperanzador, pero alcanzable.

Inmensa labor, no por la magnitud del reto o por lo arduo de la tarea, sino por la aparente carencia de efectividad, coherencia, compromiso y hasta agilidad de muchas personas, organizaciones y partidos políticos. Construir, edificar el mejor país posible, es tarea de los políticos. En tanto que a los intelectuales les incumbe vigilar, advertir, prevenir. Deben, en cierto sentido, controlar a los políticos, recordarles cuánto se alejan de la realidad al seguir las falsas apariencias que ellos muchas veces consideran, es la política.

A veces nos preguntamos para qué sirve el libre albedrío o la pluralidad, o tantas palabras, si cada cual con su pedacito nunca podría concretar algo que nos lleve al campo de las soluciones reales, tangibles o prácticas. El admirado Vaclav Havel sostenía que la verdadera consciencia de las perspectivas surge – más allá de ese querer pensar en el futuro- de reflexionar sobre el presente, comprender las crisis y darles un nombre. Hannah Arendt consideraba que debemos descubrir nuestro propio camino de pensamiento a partir de la inserción de nuestro presente entre un pasado y un futuro; propiciando la existencia de obras trascendentales, en medio de la siempre cambiante transitoriedad del mundo.

Es allí donde debemos ubicarnos, en el punto de ese presente que nos permita descubrir el significado de nuestro propio actuar y de nuestro propio proceso de pensamiento limitados ambos por un pasado, por un recuerdo, por un pensamiento anterior, y por un futuro cuya infinitud está lleno de interrogantes y de retos. Y es allí donde se nos presenta ese enorme reto de comprender a cabalidad la realidad del momentum político y la importancia de participar en él.

Pensamos que se trata de un acto de auto-fidelidad muy prolongado que se acrecienta con las adversidades y reveses, es la firmeza personal con respecto a nuestros propios valores y creencias…

Sin embargo, no podemos negar que muchas veces la lucidez se nos va muy largo al carajo y la coherencia no cuadra con nuestra razón… Y es allí, en ese momento de desafección, donde, con toda humildad, debemos conservar el sentido de la libertad, de la dignidad y de la justicia.

Y entonces recordamos canciones de Serrat, y hasta aquellos libritos que de muchachos se nos atravesaron, como por ejemplo “Juan Salvador Gaviota” de donde guardamos una frase que la hicimos casi una oración…:”Tu única obligación en cualquier período vital consiste en ser fiel a ti mismo»…




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