Lo que hace que se “despierte” o aparezca alguna emoción en nuestra consciencia, no es lo que esté ocurriendo en ese momento, no es el hecho presente en sí mismo, sino la interpretación que hagamos del acontecimiento emocional que estemos viviendo. A toda emoción siempre le  incluimos una interpretación personal, consciente o inconsciente, de lo que sentimos; por esto, ninguna emoción es neutra, ni es semejante de persona a persona; todas las emociones tienen un “toque” individual, personal. En todas hay sentimientos diferentes, aun cuando pensemos que los hechos se parezcan, que sean similares, o que digamos que son iguales… No olvidemos que la emoción «vive” en nosotros, en nuestro cerebro. Somos sus dueños y protectores, a la vez; aun sin intención, revisamos y actualizamos las experiencias que originan las emociones. Esto es lo que  explica por qué dos o más personas sienten y reaccionan de maneras muy distintas, ante lo que “parece” ser un “mismo” acontecimiento.

Cada quien tiene su propia reacción, apacible, lenta, acelerada o desesperada.

Pensemos lo que nos ocurre, por ejemplo, cuando tenemos que cancelar un viaje que hemos preparado y deseado. Cada quien tiene su propia reacción, apacible, lenta, acelerada o desesperada. Pero, ¿no es lo mismo lo que ha pasado con el viaje? ¡No, no es lo mismo! Las maneras de entender y explicarnos el fracaso del viaje son tantas, como sea el número de personas que formen el grupo de frustrados viajeros. Pero, si nuestra primera reacción es de calma, y somos capaces de reinterpretar más objetivamente la experiencia del fracaso, aun cuando no nos gusten mucho las razones, la enfrentamos mejor, le buscamos “salidas” más lógicas a la situación, y la recordamos de un modo más saludable y menos traumático.

Lo primero, lo más trascendente y útil para manejar los desequilibrios que generan nuestras emociones inesperadas adversas, es conocer cuál es la dinámica operativa clave de las emociones. Ante cada presión emocional desequilibrante, lo primero es identificar de qué se trata el asunto. En nada nos ayuda quedarnos pensando en el hecho mismo, impresionados por lo que pasa o ha pasado. Debemos reconocer, pronto, que con la interpretación que hagamos del acontecimiento emocional, contaminamos la perspectiva (sentimiento) que tengamos de la emoción adversa. Una persona puede quedarse durante largo tiempo culpándose o buscando culpables, sin avanzar con soluciones, mientras que otros reinterpretan el hecho y la emoción vivida, entonces lo consideran un aprendizaje y una buena experiencia, “pasan página” y promueven una solución eficiente.

¿Cómo utilizar las circunstancias emocionales adversas, y ponerlas a nuestro favor? Un paso grande es aceptar, dignamente, lo que ha ocurrido. No quedarnos “discutiendo con nosotros mismos”, ni con otras personas, si lo que ha pasado es bueno o malo, si valió la pena, si fue “fulano” o “mengano”. Si nos mantenemos empeñamos en negar o subestimar los hechos, al decir que “no ha pasado nada”, o “nada importa”, o en insistir que no somos culpables (“pobrecito yo”), o que hay que buscar a un responsable (“hacer cacería de brujas”), no conseguiremos quitarnos la emoción de encima. Entonces, ¿qué es lo que nos ayuda a aceptar lo que ocurrió, y nos quita el peso emocional? ¡Dejarnos de excusas, asumir –sin agredir– que nos equivocamos; darnos permiso para ser dignos! Muchas veces el problema aparece ante la incapacidad de reconocer que nos afecta una emoción adversa. Podemos sentir miedo, tristeza o molestia y no saber –por ejemplo– qué palabras francas ponerle a lo que nos afecta. Para ello, es útil hablarlo, comentarlo, aunque no seamos precisos…  

Para salir de un momento de atascos, y no “ahogarnos en un vaso de agua”, la experiencia que tengamos nos ayuda, porque está a la mano, y es el momento de recomenzar, al hacernos nuevas preguntas: ¿Qué puedo aprender de todo ello? ¿Qué beneficio me aporta? ¿Qué partes del fallido plan pueden ser cambiadas? En definitiva, al poner la situación en “positivo”, ayudamos a transformar las emociones adversas, y eso lo logramos si somos capaces de aceptarlas, asumirlas,  reinterpretarlas, contemplarlas de un modo más amable, y al tomar perspectiva con un enfoque proactivo, para relativizarlas en su justa medida. De este modo conseguimos que cada mala experiencia se convierta en un aprendizaje útil para el futuro…




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