A lo largo de la historia el ser humano ha buscado fórmulas que lo expliquen todo. Comenzó preguntándose cómo curar las dolencias físicas, luego cómo controlar las emociones, y consiguió algunas respuestas. A esa inquietud debe la humanidad parte del progreso científico. Pero ante lo desconocido surgió siempre la duda, que facilitó la perdida de la fe y las frustraciones. Los humanos constataron las dificultades que se abrían con cada interrogante. Muchos sucumbieron y tomaron el camino simple de querer explicarlo todo mediante el pensamiento mágico y determinista: Esto era utilizar formulaciones acomodaticias para acallar la presión de la inseguridad, y manejarse con menos angustias. Postergar las respuestas era una vía usual, intentada para la “solución” de los problemas; aun los más apremiantes.

Si alguien sufre un accidente en su día de cumpleaños, por ejemplo, una respuesta inmediata y tranquilizante seria decir que “el accidente ocurrió porque ya estaba destinado que fuese ese día”. Como siempre, al aludirse al destino los alegatos se presentan (se fabrican), casi siempre, después de conocido lo que aconteció. Con este “mecanismo” de explicación “a posteriori”, se conforma rápidamente una opinión pública influyente, favorable y en expectativa. Muchas personas quedan complacidas y tranquilas, porque le suministran la información deseada, aunque nadie se hubiese movilizado para profundizar en el análisis de las causas.

Con esta conducta acomodaticia, la persona calma rápidamente la angustia

Con esta conducta acomodaticia, la persona calma rápidamente la angustia de no poder explicarse fenómenos complejos y sin respuestas, o que no quiere averiguar, por miedo a descubrir lo que no desea encontrar, y para lo cual no se encuentra preparada. Si a un recién nacido se le descubre una extraña mancha en su piel, pongamos este ejemplo, no faltará alguien que con pasmosa velocidad establezca una relación directa entre la mancha y una salida de paseo que hizo la madre del bebé en una noche de luna llena. El mundo del pensamiento mágico es de gran fertilidad a la hora de fabricarle “soluciones” a los problemas diarios.

Son conocidas las narraciones de quienes recuerdan haber sentido mucho calor antes de que ocurriese un terremoto; por esta razón, ante el fuerte calor podemos oír que alguien diga: “¡Qué calor, parece que va a temblar!” Estas formas de la conducta humana se explican como huellas dejadas por el pensamiento mágico con que hemos vivido nuestra infancia. Cuando el niño de tres años ve el resplandor de un rayo y de inmediato escucha el ruido del trueno, asustado dirá: “¡Papá Dios está bravo!” Así da una “explicación” a lo que acaba de presenciar. No podemos descartar que en esa explicación esté también presente la enseñanza recibida de los adultos. ¿Por qué ocurren con tanta frecuencia estas formas de razonar los fenómenos o situaciones humanas?

Toda conducta está causada. Cuando hacemos algo tenemos una razón para hacerlo

Toda conducta está causada. Cuando hacemos algo tenemos una razón para hacerlo, y si la conducta proviene de otra persona, quedamos con interrogantes sobre las intenciones que motivaron a hacerlo. Las explicaciones mediante fórmulas, formulitas, razonamientos simples, e incluso mentiras preparadas, obedecen a la gran necesidad humana de evadir la angustia por lo desconocido y la información confusa. Es mucho más sencillo y menos angustiante afirmar que siempre hay una oveja descarriada en la familia, que razonar seriamente sobre las causas por las cuales un reconocido miembro de la familia se haya visto involucrado en un caso de delincuencia. La solución de un problema de este tipo es compleja por la información aclaratoria que “explota”, de lado y lado de los afectados, y porque sea distorsionada por tantas personas con posibilidad de ser afectadas. El tiempo que transcurra, al igual que el apego a la verdad con que manejemos los problemas, son factores que deben tratarse con habilidad para que tanto el problema como la solución sean reconocidos y comprendidos por los afectados, porque la verdad se corrompe tanto con la mentira, como con estirar el silencio para apaciguar los ánimos. Aristóteles (384 AC-322 AC) fue preciso al referirse a los problemas y sus soluciones, cuando comento que “no basta con decir solamente la verdad, porque más conviene mostrar la causa de la falsedad (problema)”. También San Agustín (354-430), Obispo y filósofo, mostró la interconexión entre los problemas, la verdad y las soluciones, cuando afirmó: “No vayas fuera, vuelve a ti mismo. En el Ser interior habita la verdad”… ¡Cuidado con formulitas y evasivas, que nada solucionan!




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