Transitar desde La Fría, municipio García de Hevia del Táchira, hasta Cúcuta, Norte de Santander de Colombia, resulta una aventura. Necesaria para muchos, indispensable para otros, arriesgada para todos. El trayecto -por la suma de pasaje y extorsiones- puede llegar a costar hasta 100 mil pesos colombianos o 30 dólares estadounidenses; la moneda venezolana, el bolívar, no cuenta.
Reporta el medio web argentino Infobae que sin importar lo que Caracas y Bogotá crean que pasa en esa “tierra de nadie”, la guerrilla y los paramilitares se han confabulado con policías y militares, más venezolanos que colombianos, para ejercer control territorial y económico de la franja fronteriza en la que se mueve una poderosa industria de millones de dólares. Es que el cierre de la frontera alimenta el principal negocio de los grupos irregulares.
Hoy en día el flujo de personas que va y viene en la frontera resulta constante, arriesgan la vida, no solo por lo que pueda ocurrir con los grupos irregulares armados que están a todo lo largo y ancho de la línea fronteriza, sino muchas veces atravesando los ríos. Cuando, por ejemplo, el río Táchira crece, es peligroso atravesarlo, aun así, cientos de personas esperan en la orilla a que baje un poco el caudal, otros se arriesgan, hay quienes hacen puentes improvisados con pedazos de madera, árboles o piedras.
El pasaje, de ida y vuelta, entre La Fría y Cúcuta cuesta 60 mil pesos y los vehículos de transporte están viejos y destartalados, mayoritariamente camionetas Caribe o camiones 350, que se toman en el sector Mate Cure (a 10 kilómetros de La Fría), entrando por la autopista en sentido hacia San Cristóbal, capital del estado Táchira.
Guerrilleros y militares
Desde que se toma el transporte cerca de La Fría hasta que llegue a Cúcuta, el viaje es de unas dos horas si no está lloviendo y los ríos no están crecidos. El trayecto es accidentado por otras razones; gran parte de la carretera es de tierra o destapada, como la gente de la zona llama a la vía que no está trazada por asfalto o granzón.
Aquellos que ya conocen el camino toman sus precauciones, más aún si tienen problemas de salud en la columna o los riñones. Los novatos pagan las consecuencias del viaje con la vía abundante en huecos inmensos, desniveles, puentes caídos y traqueteo por la antigüedad de los vehículos que, alguna vez, ya hace mucho tiempo, gozaban de buena amortiguación.
Así se viaja por las trochas en los destartalados vehículos de un lado a otro de la frontera.
Esta vez el viaje transcurre sin mayores sobresaltos hasta llegar a la Base de protección Fronteriza Morretales del Ejército Bolivariano de Venezuela, donde para poder seguir hay que pagarle a un soldado, de esos que pregona defender la patria, dos mil pesos colombianos; ahí no reciben bolívares ni petros. Los pasajeros pagan resignados, pero los que pasan por ahí por primera vez manifiestan el disgusto de pagarle la “vacuna” a quien usa el uniforme que alguna vistió el gran Simón Bolívar.
Cinco kilómetros más adelante, casi llegando a territorio colombiano, pero a dos kilómetros de la quebrada La China, límite entre los dos países, hay otra alcabala, pero esta es del Ejército de Liberación Nacional (ELN); es inaudito no solo que los elenos tengan ese punto de control en territorio venezolano, sino a unos tres kilómetros de la del Ejército.
Los guerrilleros requisan los vehículos, interrogan a los pasajeros como si fueran la autoridad policial o militar de Venezuela, pero al igual que el soldadito también cobran la “vacuna” de dos mil pesos. Una mujer murmura, después que el vehículo arranca, y asegurándose que los irregulares no la oyen: “Y pensar que Padrino López y Maduro se llenan la boca hablando de patria y de la libertad del país”.
Por fin los vehículos llegan a la quebrada La China, calculan el paso más seguro y atraviesa entre tropezones, hasta alcanzar el otro lado del curso de agua donde ya es territorio colombiano.
Desde ahí empieza una carretera de asfalto, no precisamente en buenas condiciones, pero mejor que la de tierra que quedó en el lado venezolano. Es la población de San Faustino de Los Ríos, territorio que alguna vez perteneció a Venezuela y del cual Colombia se apoderó en uno de esos históricos litigios, y al cual le pusieron mucho empeño para que el primer presidente colombiano, nacido en San Faustino, no quedara como venezolano.
Los vehículos siguen traqueteando, pasan dos alcabalas en territorio colombiano, una del Ejército colombiano y otra de la Policía Nacional de Colombia, nadie cobra vacuna. Los pasajeros van comentando la diferencia hasta que llegan al sector La Modelo, en la zona donde se encuentra la cárcel del mismo nombre, en Cúcuta, que es hasta donde permiten llegar a los vehículos venezolanos. Ahí termina el viaje.
Tres extorsiones
Horas después muchos inician el regreso. El transporte se toma en La Modelo y comienza la travesía Cúcuta, San Faustino, quebrada La China, alcabala del ELN, otra vez cada pasajero paga las “vacunas” de paso y responde las preguntas de rigor que hacen los guerrilleros: ¿de dónde viene? ¿Para dónde va? ¿Qué lleva? La única diferencia es que si algunos de los pasajeros trajeron mercancía o tiene maleta de viajero que dé la impresión de ir más lejos de la frontera, debe pagar una “vacuna” adicional, de acuerdo con el peso, el volumen y el valor de lo que trae. Mientras tanto se observa el paso de camiones cargados de diferentes mercancías; esos pagan una “vacuna” mucho más alta.
No todo termina ahí. Aún falta la alcabala del Ejército, en la Base Morretales, los otros dos mil pesos que debe pagar. Pero esta vez hay una sorpresa. En el caserío Mate Cure, cuando apenas quedan unos pasos para finalizar el viaje, un funcionario de la Guardia Nacional (GNB), de apellidos Rodríguez, se acerca al carro de transporte. Con alta e inteligible voz, dijo: “Bueno señores, vamos a ser claros y directos, son 10 mil pesos por persona”. Los pasajeros apenas hablan, casi ninguno levanta la vista, a regañadientes le dan el dinero al indigno militar venezolano.
El chofer del transporte, para que se le permita entrar a Mate Cure a dejar y a buscar pasajeros, debe pagar a los funcionarios de la GNB, 10 mil pesos, a cambio de lo cual obtiene un cartoncito con una carita feliz, como contraseña o salvoconducto.
Con información de Infobae.