“Así como hay vidas que transcurren su tiempo, están las de la gran mayoría, que pasan desapercibidas en el transcurrir interminable del tiempo, en el que sus huellas fueron una tenue marca en la arena, que con la más leve brisa se borran para siempre” M. A. Cornejo

¿De dónde han surgido las empresas de excelencia, instituciones como IBM, Disney, Matsushita, Sony y otras? ¿Cómo logró un pequeño ser (físicamente hablando) liberar a un país de 350 millones de habitantes, la India; del imperio más poderoso en su tiempo sobre la faz de la tierra? ¿Cuál fue el secreto de aquél ser extraordinario que fundó una iglesia solamente con 12 seguidores y actualmente cuenta con más de mil millones de fieles?

La respuesta a las interrogantes anteriores se resume en que ha sido el resultado de un sueño de alguien que imaginó hacer posible, el sueño de los idealistas y como decía Albert Einstein: “qué sería del mundo sin los soñadores”, los que hacen avanzar a la humanidad, vencen las enfermedades, crean la tecnología, amplían el progreso, logran la excelencia en campos donde la mayoría lo cree imposible.

Seres con contenido existencial han creado filosofías que han trascendido su tiempo, han luchado incansablemente por concretar su sueño, hasta hacerlo realidad. Ahí está el origen, realizando acciones concretas, hasta convertirlas es costumbres, de ahí han surgido las culturas.

Los asiduos lectores de este espacio deben hacerse las siguientes preguntas: ¿están de acuerdo con el mundo actual? ¿con su entorno? ¿con su realidad? ¿se dan cuenta de su potencialidad? ¿están conforme con lo que han logrado? ¿son quienes desean ser?

Una de las teorías de la Universidad de Harvard, titulada: “El Líder Nace Dos Veces”, se refiere fundamentalmente a la permanente inconformidad que caracteriza a los líderes de mejorar lo que hacen y cómo lo hacen, lo que señala diferencia entre el gerente clásico y el líder. El primero no se compromete demasiado, negocia, tratar de ganar lo adecuado o, al menos, de perder lo menos posible, en caso de emergencia, se mide en su esfuerzo y trata siempre de mantenerse en una posición equilibrada.

En cambio, el líder es apasionado, asume todos los riesgos, cada proyecto que inicia para ser el último que va a realizar en su vida, los problemas los internaliza a título de desafío personal; no juega a ganar o a perder, siempre juega a ganar, no deja energía de reserva; es un triunfador, gane o pierda o empate, siempre se utiliza a fondo, da siempre su mejor esfuerzo.

Al gerente convencional le interesa más el cómo, el procedimiento de hacer las cosas, en cambio el líder se cuestiona el qué y el por qué, poniendo en tela de juicio todas sus acciones, si son las que efectivamente debería realizar. Es un inconforme por naturaleza, pero no se confunde con el quejumbroso, sino que él está orientado a la acción, a cambiar aquello que no le gusta; es un realizador.

El reto es el mayor estímulo que pueda existir para el auténtico líder; está dispuesto todos los días a empezar de nuevo.

Las preguntas que se deben hacer las personas que pretenden ser líderes de excelencia son las siguientes: ¿quién soy? ¿cuál es mi potencialidad? ¿para qué existo? ¿cuál es mi realidad? ¿cuál es la razón de mi existencia?

Todos los seres humanos tienen una vocación, un llamado para realizar una tarea determinada, no son producto de la casuística, cada persona tiene una misión que cumplir. Desafortunadamente, pocos tienen el valor de reclamarse a si mismos esta responsabilidad. Lo primero que se tiene que reconocer es: ¿cuál es la naturaleza intrínseca de cada persona? ¿cuáles son sus fortalezas? ¿cuáles competencias poseen? ¿cuáles son las actividades que les producen mayor placer?

Vale la pena aclarar que una persona por poseer algún don especial no le garantiza, por ese simple hecho, ser un realizado en la vida. Las personas deben enfrentarse a si mismo y tener el valor de reclamar su ser, el medio que le dio el Creador para vivir en plenitud y para ser feliz.

Cuando una persona decide ir en pos de algo, cuando decide ser un ser extraordinario, diferente, y potenciar su ser mediante el desarrollo de lo mejor de sus cualidades, deberá pagar el costo del cambio a través de una poderosa autodisciplina, sembrando acciones de cambio personal y algunos hábitos de excelencia que desee adoptar. No serán fáciles, le exigirán gran perseverancia y agallas, hasta convertirlos en costumbres, en hábitos, hasta que se incorporen definitivamente a su personalidad, logrando modificar su estilo de vida.

Cuando la persona se arriesga por primera vez a realizar algún cambio o a emprender una nueva actividad, hay que estar consciente de que implica un riesgo, y este conlleva tanto posibilidades de éxito como fracaso, pero la única forma de alcanzar el éxito es enfrentar ambas posibilidades con una filosofía positiva. Para aprender a cambiar solamente hay un camino: intentarlo, y gracias a la perseverancia se logra totalmente.

Cuando se proponen cambios personales, y se logran, el primer impacto que se recibe es el aumento de la energía personal, que impulsa a las personas a buscar cambios más importantes y significativos, en similitud a la sensación de logro que tiene un montañista al legar a la cumbre y su pensamiento vuela inmediatamente al reto de escalar una montaña mayor.

Cada vez que las personas enfrentan a un cambio de superación personal, implica una modificación de hábitos, y algunos de éstos están tan arraigados que duele desprenderse de ellos, por lo que resulta difícil el proceso de cambio. La estrategia debe ser sustituir el mal hábito por un buen hábito: el malhumorado debe sonreír, el de carácter irascible debe ser afable, el neurótico, desestresarse sistemáticamente y controlarse.

Uno de los grandes retos para lograr la excelencia es aprender a dar lo mejor de cada quien, ya que usualmente sólo se da a los demás lo que sobra. La Madre Teresa decía: “Debemos aprender a dar hasta que duela”, a dar lo mejor de cada quien, solamente en esa medida se aprenderá verdaderamente el sentido de la generosidad.

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