Los talibanes entran en Kabul y el Presidente abandona Afganistán
/ Foto: Agencias

Decepción, tristeza, frustración. Es lo que siente el teniente coronel de la Guardia Civil española Ramón Clemente después del paso atrás dado en Afganistán, después de que todo lo que se había avanzado se haya desmoronado tan rápidamente. Tenían preparación y medios suficientes para aguantar el embate, asegura.

«Te duele, te frustra, te decepciona que no hayan sido capaces de aguantar el envite», dice a Efe este mando que en 2013, durante seis meses, formó parte del contingente español que asesoraba policial y militarmente a las fuerzas de seguridad y al Ejército afganos.

Clemente no deja de preguntarse cómo en tan poco tiempo los talibanes han conseguido hacerse con todo. Porque el otro Afganistán, el que dejaron en 2013, tenía «instrucción, armamento y adiestramiento para poder haber aguantado sin problema».

«Hay un arma poderosísima, que es la moral y la voluntad de vencer; si no hay alguien que te anime, te lidere o te convenza de que puedes hacerlo, puedes hundirte», asevera.

LA ILUSIÓN DE LOS ESPAÑOLES POR CONTRIBUIR AL CAMBIO

Ramón Clemente formó parte de los 17 guardias civiles que recalaron en la base de Qala i Naw. Fueron los últimos en esa zona, donde había un contingente militar español muy importante para asesoramiento militar y policial.

Cuando llegaron, la Policía afgana, que era asesorada desde hacía años, ya no necesitaba una continua mentorización. Todavía iban de la mano de guardias civiles españoles, pero, según relata, eran ya capaces de conducir sus propias operaciones.

«Salvando las distancias del país que era, el nivel de instrucción de la Policía afgana era aceptable», recalca.

E insiste en que tanto militares como guardias civiles fueron allí con «la ilusión y el convencimiento de que lo que aportáramos contribuía a que algo cambiara en la sociedad, de que seríamos capaces de que algo fructificase en ese país».

Muchos afganos -reconoce- no querían que estuviéramos allí, pero otros muchos confiaban en que su país pudiera avanzar y mejorar. «Esta es realmente la gente que te da pena. Y que al final todo eso se haya derrumbado tan rápidamente, que es otra de las cosas que de alguna manera te sorprende».

UN PASO ATRÁS
Le preocupa el paso atrás que supone el avance talibán. Porque no le cabe la menor duda de que se va a volver a la aplicación «estricta» de la sharía, la ley islámica.

Con tristeza, relata dos episodios que vivió, para ilustrar ese retroceso que se avecina.

El contingente español se encargó del proyecto de construcción de un módulo para las mujeres en la cárcel de Qala i Naw, dado el lamentable estado del existente. Cuando fueron a comprobar el resultado de la obra, le llamó la atención que una menor estuviera recluida.

Había cometido un delito: no quiso casarse con el hombre con el que la prometieron.

Clemente acudió a un pueblo aislado, regido por normas ancestrales, por el anciano sabio que impone su ley.

También allí una menor se había escapado para huir de un matrimonio no consentido, pero fue descubierta. Su padre acudió al anciano para pedir consejo y este solo le dio uno: lapidarla.

Ante la desesperación del padre, le dio otra solución. Si no quería que su hija sufriera, podía pegarle un tiro en la cabeza. Y eso hizo.

Los españoles acudieron a ese lugar para explicar a la población que ya había leyes en Afganistán, que eso ya no se podía hacer.

Mejor la cárcel que la lapidación. Aun respetando sus creencias y tradiciones, algo se había avanzado, porque muchos «querían un Afganistán mejor».

«No iba a ser un país al uso de Occidente, pero algo mejor sí. Y lo conseguimos. Durante el tiempo que estuvimos allí fueron muchas las mejoras», enfatiza.

Ahora, con los talibán en el poder, «el paso atrás será aún mayor».

No quiere terminar la entrevista sin un recuerdo para el centenar de españoles muertos en Afganistán, entre ellos tres guardias civiles: «Hemos derramado sangre. Es lo más sagrado que uno puede entregar, la vida, y allí se entregó».

Pero todos los que estuvieron en misiones por Afganistán mantuvieron siempre la ilusión por cooperar con ese país. E hicieron buenos amigos. Como aquel comandante de la Policía afgana que les daba seguridad y le decía: «Duerman tranquilos, no dejaré que les hagan nada».




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