“Las sociedades no son el mero resultado de la conjunción de procesos necesarios, sino una permanente autoinvención que establece y deroga sus normas a partir de una realidad cuyo decurso simbólico nunca es irrevocable. No parece arriesgado señalar que esa permanente institucionalización y autoalteración pasa hoy por horas decididamente bajas…” Fernando Savater

Transitábamos nuestra formación universitaria, por allá, en 1975, cuando el profesor Cornélius Castoriadis publicaba un libro que sería lectura obligada de todos cuantos buscaban respuestas que no habían conseguido en aquel “Mayo Francés”: L’institution imaginaire de la société, en el cual desarrolló el concepto del Imaginario Social como aquellas representaciones colectivas que direccionan sistemas de identificación y de integración social.

Sostenía Castoriadis que la sociedad no es obra de un individuo en particular, jefe o legislador, ni de un conjunto contractual de individuos. Se trata de una obra de un colectivo anónimo e indivisible, que trasciende a los individuos y se impone a ellos.

Resumiendo: las significaciones imaginarias sociales definen las representaciones, deseos y actos de los ciudadanos. Son el conjunto de significaciones (ideas, creencias, miedos y fortalezas) que una sociedad tiene, y en virtud de las cuales desarrollan sus actividades.

El «imaginario social» es un concepto que las ciencias sociales no siempre usan para referirse a realidades mentales, filosóficas o culturales, sino para designar representaciones sociales encarnadas en las instituciones. Cierto que, de forma poco estricta -pero no completamente errónea-, el concepto se utiliza a veces como sinónimo de mentalidad, cosmovisión, conciencia colectiva, ideario o ideología.

El imaginario es una fuerza reguladora de la ciudadanía, pues en su esencia se encuentra el problema del poder legítimo, ya que todo poder debe imponerse no sólo por el poder mismo, sino también como legítimo. En tanto que la fuerza unificadora de los imaginarios sociales se sustenta en la unión entre la verdad, normatividad, información y valores. Se trata de un mecanismo de interpretación, pero también de valoración que se incorpora a los miembros de la sociedad a través de la socialización, modelando sus conductas, dirigiendo sus energías, y organizándolos hacia acciones comunes. El control de su reproducción y difusión asegura que su incidencia en las conductas individuales y colectivas, en las energías, en las elecciones, se canalicen ante situaciones inciertas, imprevisibles o aleatorias.

En principio los imaginarios para ser efectivos deben crear realidad. En el caso de los imaginarios políticos resultan relevantes porque a partir de ellos se toman decisiones y se diseñan políticas que impactan el orden social.

Hoy tenemos que insistir, con mayor perseverancia y compromiso que nunca antes, en la búsqueda intensa de nuevas rutas, que lleguen más allá de sólo escuchar nuestras revueltas íntimas, nuestro sempiterno desconcierto nuestra justificada desconfianza, para insistir en algo que no se quede en esos quiméricos pensamientos donde colocar nuestros deseos de un porvenir mejor.

¿Acaso no habitamos un mundo mucho más moderno que las ideas que rigen nuestro país? Recorremos las sendas del siglo XXI apoyándonos en pensamientos del XIX. Insistimos en lo dicho en otras ocasiones: Se hace menester, se requiere con premura esas ideas nuevas -no meras simplificaciones ideológicas- para explicarnos el sentido del país – o lo que va quedando de él – y dar respuestas a sus problemas…. pues estos irresponsables e incapaces que lo desgobiernan, lo llevaron al marasmo, y lo más preocupante, se empeñan en ir más allá.

Se acercan momentos delicados que requerirán de mucha sensatez, aplomo y hasta buena dosis de cordura; diciendo las palabras de cuanto defendemos sin vergüenza ni culpa, pues se trata de una impostergable exigencia ética, ya que el ordenamiento de las sociedades que hoy se consideran de avanzada, reposa, fundamentalmente, en los valores de la libertad, la propiedad, la justicia, la solidaridad y el bien común.

Tal vez esta nueva actitud nos dará el cambio de aire que necesitamos y a lo mejor ayude a borrar los clichés insensatos, pesados prejuicios políticos que imposibilitan pensar y hablar, pero potencian la exclusión, el monólogo y, como consecuencia, la fractura de una Nación ya cansada de tanta estulticia e indiferencia.

No se trata de resucitar ideologías sino de ser firmes en el más común de los sentidos: nuestro sentido común. Y esa búsqueda, que más allá de reflexiones y movilizaciones que además de agobiarnos y desconcertarnos hasta el desasosiego, debe conducirnos a la radicalización en la defensa de la democracia… o lo poco que queda de ella.

Nuestra entusiasta labor será entonces la de crear un imaginario democrático alternativo, capaz de entusiasmar a la ciudadanía, con algo más tangible, realizable y amable que estos absurdos ensayos de un régimen sustentado en la ruindad.

Manuel Barreto Hernaiz




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