Quien muere de hambre es víctima de un asesinato.”

  Jean Ziegler

Decía Cicerón “que contra todo podía el hombre menos contra el hambre”, nunca una frase fue tan preclaramente dura como esta, pues limita nuestras capacidades al acto de comer para vivir, la crisis en Venezuela es una grieta que fractura en dos a la sociedad, un cisma cruel que decide quien vive y quien muere, un cálculo diario que somete quien debe sacrificar su dieta para que los más vulnerables coman, somos el país con la segunda mayor prevalencia de hambre seguidos de Haití, nuestras realidades salariales son superadas por Ruanda, Ghana y Burundi, es decir dejamos de tener características propias de la región latinoamericana, para mutar regresivamente hacia esta cosa indecible que llamamos país.

Los indicadores sociales dan cuenta de la imposibilidad de que exista bienestar, la diáspora desesperada da cuenta de eso, es la ratificación positiva del horror, pero el hambre es un dolor silente, una punzada que nos indetermina como humanos y nos aproxima a una suerte de licántropos, los miseros diez gramos de proteína indican el fantasma del hambre, los ya consabidos productos de las cajas de los comités de abastecimiento, son la muestra del hambre que nos hace indignos, que nos escinde de las cualidades antropológicas, el hambre nos reduce a un estadio de animales, es la pócima de Circe, que cruje en las entrañas y nos convierte en bestias.

El país de la beca, de la dádiva, del bono, de la espera, de la expectativa, un aluvión de indeterminaciones que nos frustran y nos condenan a una existencia deleznable, nos someten a los estadios de divertimento del Titano y sus adláteres, quienes bailan mientras el país se desangra, al parecer los cuentos grotescos de Pocaterra, son un edulcorado amago de una tragedia en donde el hambre es mitigada por la temporada de mangos, en donde puede residir la muerte implacable, al asecho de un profesor hambriento quien se desprendió de este árbol buscando calmar a fuerza de mangos el hambre, que no puede mitigar con su inexistente salario. ¿Debía quizás seguir los consejos de la implacable ministra Santaella y procurarse un ingreso, vendiendo plátanos? Tanto es el encono que se les tiene a los maestros y es justamente por la capacidad que se tiene de crear conciencia crítica, aun con las vísceras vacías, pero con el alma repleta de coraje y valentía.

En lo personal, el salario dejó de ser un reclamo, pues comprendo que la estrategia es hacer que desistamos y sustituirnos por marionetas manipulables, o por sujetos con interés crematísticos, esos mismos que de enconados defensores de los Derechos Humanos y de las Constituciones, pasaron a ser asiduos visitantes de los circos del vampiro que gobierna en el Estado, los deslices morales de estos sujetos solo ratifican que tienen un precio por cierto muy bajo y que además son acomodaticios como el viento.

El hambre nos acerca a las bestias, por ello se puede comer de la basura, treparse a los árboles y encontrar la muerte en temporada de mangos, estas frutas son el salvavidas de muchos, quizás de allí exponer la vida para lograr comer una fruta, pues la vida en este país vale menos que un mango.

En la absoluta levedad, sigue el curso de la vida cotidiana, no faltara algún atolondrado que exprese su extrañeza por el hecho de que un sexagenario, se trepe a un árbol para calmar el hambre, ese dolor silente y la desesperación de un aparato digestivo esperando ser saciado, es la experiencia más angustiosa que se vive, sobre todo cuando se conoce que no existen posibilidades para mitigar el hambre.

Comer de la basura, el éxodo cuasi bíblico de los venezolanos, los náufragos del mar, los desaparecidos en el Darien, los acribillados en las protestas solo indican el costo que asumió el régimen para convertirse en una tiranía, así un estúpido candidato a las primarias opositoras, quiera ser presidente pero no sea capaz de definir un régimen político y exhiba su ignorancia cual plumas de pavorreal, he allí nuestra desgracia, en esa soledad, en el drama del profesor que se resbaló del árbol de mango y encontró la muerte, en los náufragos quienes no llegaron a Trinidad, pues no los mató el mar, sino el mal de este régimen, en los desesperados del Darien y en la suma del horror abyecto.

Venezuela es una sucursal del infierno de Dante, un pozo de petróleo ígneo, oscuro, sin luz, sin esperanza y con el castigo del hambre de Fineas, las arpías de tobillos chuecos que nos arrancan el pan son el chavismo y su revolución, cuantía de errores, amasijo de maldades y suma de fracasos.

Ustedes los secuestradores, han convertido a mi país en un campo de concentración, son los culpables de la muerte en el hospital, del hambre del niño y del anciano y del éxodo de más de 8.1 millones de connacionales, la historia pasa y escribe y muchos nombres de colaboradores de este horror quedaran develados. Doy gracias a Dios por mis agobios, por mis limitaciones y por ser dueño de mi relato que me aproxima al que sufre y me separa de quien hace negocios con el mal, al fin quien se junta con lobos a aullar se enseña, allá cada cual con su mochila de culpas la mía es muy liviana.

A sus traiciones mis incisivos, molares y canidos, que se aprietan para que mi lengua irredenta no los califique de traidores y tartufos, de cómplices del horror, ustedes tampoco están a salvo y caerán bajo el peso de la crueldad de sus amos, una tragedia mucho peor que ser victima de estos monstruos por decir y fritar la verdad.




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.