La ironía es sangrienta: la llamada «revolución bolivarista» destruyó al signo monetario venezolano, el «bolívar», y mientras más le echa la culpa al Imperio por todos los males que padece nuestra patria, más se dolariza lo que queda de economía, y ya el dólar es la verdadera moneda de curso general. Y claro, nada de ésto es producto de estrategia alguna, sino que es consecuencia del caos provocado por una hegemonía despótica, depredadora y envilecida, que malbarató la oportunidad histórica del siglo XXI, y hundió al país en una catástrofe humanitaria que se extiende y profundiza día a día.

Cuando uno más o menos recuerda la estruendosa retórica del predecesor sobre el denominado «bolívar fuerte», no sabe qué es lo más apropiado: si reír o llorar. Pero no importa, la indignación es lo que nos debería envolver a todos. Una indignación justa y legítima, porque el crimen continuado que se viene cometiendo en contra de Venezuela y su potencial, no tiene precedentes ni referentes en América Latina, y más allá. Se trata de una devastación nacional, en todos los ordenes que permiten construir un futuro mejor. Nada se ha salvado, y entre las víctimas más notorias está el «bolívar».

El exterminio del «bolívar» y la entronización del dólar como moneda vernácula han sido, pues, a las patadas. Tanto que gran parte de los precios se dolarizan velozmente, pero hay un precio fundamental que se mantiene en bolívares derretidos, a saber: el precio del trabajo, es decir los salarios. Venezuela tiene uno de los salarios mínimos más bajos del mundo. No hay derecho a que ello sea así luego de la bonanza petrolera más caudalosa y prolongada de los anales, la cual fue tan brutalmente desaprovechada que ya estamos muy cercanos a transmutarnos en un país ex-petrolero.

Todo parece un absurdo sin orillas. Pero no lo es. La camarilla que controla el poder, comenzando por sus patronos cubanos, ha sido implacable depredando todos los recursos depredables. Y ese modo de proceder también ha hecho estragos desde algunos ámbitos de una oposición que no se opone, sino que disimula hacerlo, para satisfacer intereses patrimoniales a costa de lo que sea. ¿O me equivoco? Realmente creo que en este asunto, no. La devastación nacional, repito, es un efecto directo del despotismo depredador de la hegemonía y sus aliados. No podía ser de otra manera.

Pero puede serlo, porque es inaceptable el considerar que Venezuela esté condenada a continuar o agravar el presente. Uno, en el que se sobrevive si se tiene acceso a dólares, y se muere de mengua, si no. Para la considerable mayoría de los venezolanos, no hay tal posibilidad, a pesar de lo que envían los emigrantes, muchos provenientes de sectores populares. He visto informaciones de economistas serios, que estiman que el 20% de la población tiene acceso a dólares. La cifra no es poca cosa, pero y el 80% restante… Mal y cada vez peor.

A este poder establecido hay que superarlo. Pero nos equivocamos si pensamos que ello sería posible a través de parapetos de diálogo y tramoyas electorales. Puede que suene fuerte, pero es verdad. Nuestra experiencia de estos largos años lo demuestra hasta la saciedad.




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