Las hiperinflaciones, son sucesos desafortunados en el devenir de la política monetaria, es más, su frecuencia, rigor y grado de violencia están asociados a la inobservancia de aspectos teóricos en torno al manejo funcional del dinero y al proceso de inyección de dinero a la economía. La presencia de las mismas se encuentra relacionada con la inviabilidad para ofrecer grados de estabilidad política, toda hiperinflación se encuentra asociada a un proceso de inestabilidad política y el asunto se agrava si a este factor agregamos aspectos de manejo inapropiado de la brecha fiscal, disfuncionalidad en las formas de establecer la correlación entre la política monetaria y fiscal y finalmente la terquedad por querer imponerse a la teoría económica.

El origen de nuestro desastre hiperinflacionario encuentra su óbice en la emisión irresponsable de dinero, pero si ahondamos más en las causas encontraremos que el quebranto de la institucionalidad del Banco Central se encuentra subyacente en este drama; la nueva economía institucional, una visión desde la lógica de Douglass North, describe como la absoluta pérdida de autonomía política e independencia funcional, ha incidido en el derrotero que ha supuesto sostener por más de tres años un largo, doloroso y violento proceso de hiperinflación.

La inflexión en este drama surgió en 2016 cuando entramos en un proceso de vórtice de hiperinflación, es decir, un umbral en el cual el crecimiento de precios era proporcional a la inyección de recursos monetarios e inversamente asociado con el peso del déficit público sobre la economía. Esa inobservancia se ha expandido por más de tres años, generando así un proceso de hiperinflación que destruyó el signo monetario y ha defenestrado a la población a un 80% de incapacidad para alimentarse.

La hiperinflación es tan grave y lacerante, como elemental para explicarse; la misma ocurre cuando se inyecta de manera desordenada recursos desde el Banco Central para financiar la brecha fiscal, y además se yuxtapone la presencia de un aparato productivo desmantelado, que no puede dar respuesta desde la demanda a esta inyección abundante de recursos por encima del tamaño de la economía. Esa elemental causación es la responsable de que coexistamos junto a la antigualla hiperinflacionaria, la cual se reclasifica como guerra a la economía, crimen de estabilidad o cualquier adjetivo calificativo que soporte este nivel de extravío social, que sustente a la verdad única y homogénea del régimen.

Esta dinámica nos lleva a la repudiabilidad de la moneda local, el bolívar no es aceptado por la población, es considerado como un activo toxico desprovisto de las cualidades elementales del dinero, no es reserva de valor, no es patrón de cambio ni unidad de cuenta. Entonces refugiarnos en el dólar no resuelve el problema, embrida niveles espantosos de inequidad y desigualdad, demostrando la mutación del chavomadurismo, hacia un modelo capitalista de corte clientelar, en el cual aquellos que se asocian al gobierno obtienen acceso a recursos y prevendas pecuniarias en medio de una situación miserable de la economía.

Justo en medio de esta situación de acceso a recursos opacos, el capitalismo clientelar logra establecer unas condiciones absurdamente lujosas, opulentas y ostentosas, incompatibles con el tenor de esta catástrofe humanitaria, allí hace vida y se aferra la corrupción, la cleptocracia y cualquier forma de desviación; es ese el esquema de los bodegones, de los concesionarios de vehículos ridículamente lujosos en medio de un país destruido por una crisis promovida por el propio gobierno.
Es imposible que se logre salir de la hiperinflación sin corregir los temas políticos y generar estabilidad, el cambio económico es dependiente del cambio político, el crecimiento económico es dependiente de la calidad de la política monetaria y el orden fiscal, justamente los extravíos en estos aspectos relacionados con la macroeconomía aplicada, son los causantes de que toda la política económica haya sido instrumentalizada por esta hegemonía en el poder, cuyas formas son absolutamente censurables.

La publicación de las cifras del Banco Central de Venezuela ratifica y reafirma el fracaso estruendoso de un modelo anquilosado en el colectivismo de la izquierda anacrónica, hacia un modelo salvaje y hostil de capitalismo clientelar que emplea los exiguos recursos de los que aun dispone el país, para engranar un aparato productivo incompatible con la paridad del poder de compra destruido como resultado de la hiperinflación, la cual se emplea como mecanismo de control social y político y por ende el desparpajo de mostrar las cifras oficiales retrasadas, que confirman una verdad a voces.

Estamos y padecemos de Hiperinflación de acuerdo a los aportes de Phillip Cagan y Milton Friedman en 1956 ya que tenemos tasas de inflación intermensual superiores al 50%, de acuerdo a la asociación internacional de contadores públicos ostentamos más de 100% de inflación, también los aportes de Reinhart y Rogoff perfilan la eclosión de un fenómeno moderno de hiperinflación.

El vínculo entre la inestabilidad política y la explosión de precios es evidente y queda sólidamente demostrado en el caso de la hiperinflación venezolana, el deterioro institucional del país es quizás el elemento subyacente en nuestra dolorosa crisis humanitaria, la muerte del bolívar se gestó desde la pérdida de la autonomía e independencia del Banco Central de Venezuela.

Somos un país sin monedas y billetes, ya que la presencia de estos no supera el 2,11% de la liquidez total de la economía, y la propuesta de digitalizar las transacciones, es un placebo que esconde el riesgo de lanzar a la colectividad hacia mayor exclusión del giro elemental de operaciones básicas, pues para tener acceso a la tecnología se requieren equipos de comunicación así como continuidad en la conectividad y en el acceso a la energía eléctrica.

“El régimen sedicente comunista falló por no ser auténticamente socialista: porque, lejos de socializar la economía, la política y la cultura, las estatizó y, a su vez, sometió el Estado a la dictadura del partido. Una vez más: no puede haber socialismo auténtico, o sea, igualdad, allí donde el poder económico, político y cultural están concentrados en manos de una pequeña minoría.” Mario Bunge.




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