Trancazo
Foto: Armando Díaz

19 personas estaban sentadas bajo la sombra de un árbol a la 1:13 p.m en la avenida Andrés Eloy Blanco, diagonal al Centro Comercial Shopping Center, que para ese entonces ya había cerrado sus puertas por temor a que ocurrieran destrozos. De esos 19 la mayoría eran hombres jóvenes, dos mujeres y pocos adultos. Uno de esos era Francisco Aguiar, llevaba chemisse azul y unos shorts oscuros por debajo de la rodilla. Es muy conocido en la comunidad de Prebo, por lo que le ocurrió hace dos meses y medio, casi al principio de las protestas que iniciaron el primero de abril.

Iba a la panadería frente a la Estación de Servicio de la urbanización cuando escuchó una ráfaga de disparos. El sonido lo tomó por sorpresa, pero mucho más el dolor que le atravesó la espalda, muy cerca de su nuca y otro en el hombro izquierdo «Aún no me recupero». Aguiar tiene una férula en su brazo izquierdo que va abrochada a una especie de cinturón blanco que le mantiene estático el miembro. A sus 52 años nunca pensó pasar por algo así. «Hubo cuatro heridos más aquella tarde».

El uniforme de los culpables del hecho llevaba el parche con las letras amarillas de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) «No puedo creer que esos guardias sean tan malos, no pueden ser venezolanos» dice Aguiar mientras acomoda sus lentes de sol.

Cicatriz en la espalda de Francisco Aguiar luego del disparo que recibió por parte de la GNB. Foto: Armando Díaz

Francisco Aguiar acude siempre que puede a las manifestaciones. Sin importar si hayan encapuchados o no. Le gusta salir a la calle por su país y para el bienestar de todos los venezolanos. Su estado de salud no es de los mejores. Tienen que hacerle una operación en la columna para reemplazarle un disco que le presiona un nervio. La mayoría reconoce a Aguiar porque siempre usa un aparato con forma de armadura que le mantiene rígido el torso.

«Fueron como 100 disparos, venían de cuatro motorizados vestidos de civil»

El lunes pasado la avenida Andres Eloy Blanco volvió a tener sangre en su pavimento cubierto con frases en contra de Maduro. «Fueron como 100 disparos, venían de cuatro motorizados vestidos de civil. Eran armas de calibres distintos. Los muchachos recogieron los casquetes. Uno de los heridos debe de venir por ahí».

Define a los manifestantes comos los nuevos libertadores de Venezuela. Esos muchachos entre 18 y 25 años quieren un cambio de Gobierno y de situación. Por eso luchan a pesar de que el riesgo latente es la vida.

Su economía está tan delicada como su salud. Hasta hace unos años tenía un negocio en el que restauraba aparatos y hacía fibra de vidrio. El local quedaba cerca de la Universidad de Carabobo y era muy visitado por estudiantes de ingeniería. Con las ganancias vivía bien y mantenía a su hijo un joven que lo mira desde la distancia y a su mujer que no está en el sitio pero que es muy conocida en los Consejos Comunales. Todo se terminó de venir abajo cuando en el Hospital de Maríara contrajo una infección nasal producto de una negligencia médica que casi lo mata, pero que le dejó un enorme orificio entre sus fosas nasales en el que introduce la pata de sus lentes de visión. Ahora pinta y arregla casas, pero su familia lo subsidia para que no le vaya tan mal.

Unas vendas negras se adhieren a su pierna derecha, puesto que hace dos años sufrió un accidente cerebro vascular que ocasionó que cayera de un segundo piso y su miembro se partiera en 22 partes. La recuperación es lenta pero nada lo detiene sigue en la calle.

Tristeza es el sentimiento que lo embarga luego de más de 100 días de calle. Llora la muerte de cada muchacho. Se siente atrapado en un país rico en el que la pobreza abunda.

Aunque son muchos los males que recaen sobre su hombros seguirá adelante. No le importa si tiene que salir y caminar todas las calles es el sacrificio que tiene que hacer por su país antes que todo sea irreversible.

 




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