Como buen idealista y soñador, Óscar Pérez desestimó a quienes se enfrentaba para lograr la libertad de este país, cuna de él y de los otros cinco compañeros masacrados vilmente el 15 de enero de 2018, en el sector Araguaney de la parroquia El Junquito de Caracas por funcionarios de las Fuerzas Especiales de la Policía Nacional Bolivariana y de la Guardia Nacional Nacional Bolivariana, así como por colectivos armados que fungían como policías, que actuaron en ese suceso tan sangriento y desproporcionado en el uso de las armas, en el cual supuestamente y según confesión del mayor encargado de comandar el procedimiento, el presidente de la República había pedido resguardarles las vidas de las hoy víctimas del infortunio y de los desafueros del poder. Por el cruento final que tuvieron sus vidas parece que Óscar Pérez nunca entendió con cuales personas daría la batalla para librar a Venezuela de la dictadura y de un gobierno narcoterrorista, como él calificaba a la gestión de Nicolás Maduro, por cuanto no resguardó sus estrategias ni salidas en público, al tiempo que amenazó demasiado a sus “enemigos”, sin considerar que guerra avisada no mata soldado.
No consideró, igualmente, que Hugo Chávez tuvo casi 25 años conspirando dentro del Ejército para atentar contra un presidente constitucionalmente establecido y no logró su objetivo, sin embargo fue absuelto luego de haber ido a la cárcel de Yare, porque en 1992 pese a la crisis política, económica y social, existente en ese momento, en Venezuela había democracia y se respetaba el Estado de Derecho de los ciudadanos. A pesar de las miles de los miles de muertos que produjeron con su insurrección armada, a Chávez y a sus compañeros se les respeto sus vidas cuando se rindieron y, posteriormente, el primer mandatario nacional Rafael Caldera lo absolvió de ese grave delito y pudo el teniente coronel participar como candidato a la presidencia de la República en las elecciones de diciembre de 1998.
Al contrario de Óscar Pérez, Hugo Chávez no se dio a conocer hasta que dio el golpe de Estado. Tampoco amenazó, sino que uso la estrategia sorpresa y amaneció de golpe y la muerte acompaño a las víctimas del 4 de febrero de 1992. Pero se enfrentó a un demócrata y no fue liquidado como si le hicieron a él, muchos de quienes en aquel entonces acompañaron a Hugo Chávez en ese alzamiento militar, tan inconstitucional, como el golpe que le hicieron a Chávez como presidente, en 2002 y en el cual igualmente le respetaron la vida, porque quienes lo querían fuera de Miraflores no eran matones absueltos, sino personas con visión de futuro que no deseaban que Venezuela llegara a la crisis de hoy, porque visualizaron, en ese momento el peligro de la democracia venezolana frente a todas las violaciones a la Constitución Nacional que el teniente coronel haría para perpetuarse en el poder.
Lo cierto del caso es que a Chávez no se le asesinó en ninguno de esos actos, porque a quien se enfrentó en 1992 fue un demócrata, respetuoso de la vida y de los pasos legales para juzgar el delito y quienes lo enfrentaron a él, 10 años después eran militares de carrera, con valores democráticos y conocedores que los delitos de lesa humanidad no prescriben. Militares sin adoctrinamiento comunista ni comandados por paramilitares ni por sujetos con alto prontuario judicial, como se encuentran actualmente infectadas muchas instancias del poder púbico venezolano, sobre todo las fuerzas de seguridad del Estado.
Óscar Pérez no entendió que la democracia se ha resquebrajado y que quien contraria o critica al gobierno se convierte en un enemigo necesario de liquidar para evitar se convierta en piedra de tropiezo para los planes políticos que para Venezuela tiene Nicolás Maduro, a través de la Asamblea Nacional Constituyente. Tampoco le sirvió de ejemplo el destino sufrido por el capitán Juan Carlos Caguaripano, otro soñador que no entendió nunca que a quien se estaba enfrentando no eran demócratas y, por ende, expuso demasiado su plan y hoy no se conoce oficialmente que pasó con él. Si murió o continúa con vida o ha soportado las más despiadadas torturas que sus familiares denunciaron que fueron sometidos el, como el teniente que lo acompañaba cuando lo arrestaron por funcionarios de la policía del municipio Sucre del estado Miranda, cuando transitaban en un vehículo por ese sector y trataron de esquivar una alcabala.
Óscar Pérez se atrevió a soñar en la Venezuela libre donde él se formó como funcionario del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas, Cicpc. No aceptó que los colectivos armados formasen parte de los cuerpos de seguridad del Estado ni que los niños de Venezuela se estén muriendo por desnutrición, falta alimentos y medicinas. O que los niños con cáncer ya no cuenten con sus quimioterapias o que los jóvenes venezolanos huyan del país por la inseguridad y falta de oportunidades para su progreso y bienestar. Tampoco que el Presidente Nicolás Maduro convocara de manera ilegal a la Asamblea Nacional Constituyente para atornillarse en el poder y consolidar el modelo castro comunista en esta nación. Por eso, apareció en la escena de los detractores del gobierno piloteando un helicóptero sobre el Tribunal Supremo de Justicia y lanzó una granada sonora que asustó demasiado a todos los presentes, sobre todo al presidente de esa instancia, quien salió corriendo a esconderse en los sótanos
de esa instancia judicial.
El efecto no pasó de un susto, pero le permitió al gobierno convertirlo en un objetivo a liquidar. Más aun cuando el 18 de diciembre de 2017 insurgió en un comando de la Guardia Nacional, en San Pedro de Los Altos, en el estado Miranda, y robo armas, a través de la operación que denominó Génesis, como parte de su desafío al gobierno nacional amparado por los artículos 333 y 350 de la Carta Magna. Al igual que en la primera irrupción, no hubo ningún herido ni muerto, porque él y sus compañeros respetaron la vida de los militares destacados en esa unidad militar. Solo le ataron las manos y colocaron tirro en los labios, porque el propósito de él no era matar a los antiguos compañeros ni a los venezolanos fuera del poder, sino invitarlos a que le acompañaran en su lucha, la cual, de acuerdo con sus palabras, estaba dirigida por Dios y Jesucristo.
Óscar Pérez ya no está físicamente, pero al parecer su muerte se ha convertido en un detonante que ha abierto las puertas ocultas de la revolución bolivariana y tanto interna, como externamente sirve para comprobar que en Venezuela no se respeta la vida de los opositores ni críticos del gobierno y que para eliminar a los contrincantes se realizan ejecuciones extrajudiciales y se usan armas desproporcionadas para vencer al enemigo, aunque este se haya vencido. Un enemigo al cual silenciaron para siempre con un lanzagranadas antitanque RPG-7 de origen ruso que pertenece a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) más el tiro de gracia en la cabeza que supuestamente le dieron no sólo a Oscar Pérez, sino también a los demás compañeros que fallecieron junto a él en ese chalet que les sirvió de refugio durante meses, ubicado en el Junquito, municipio Libertador.
Un lugar donde los funcionarios militares, policiales y paramilitares antepusieron su repudio y adversidad hacia Oscar Pérez y sus compañeros por considerarlo terroristas y no un venezolano más en desacuerdo con la grave situación que atraviesa el país. En consecuencia, se olvidaron de los principios internacionales suscritos en Ginebra sobre la guerra y sin piedad ni raciocinio explotaron y dispararon un arsenal de armas de guerra para acabar con la vida del ex inspector del Cuerpo de Investigaciones Científica Penales y Criminalísticas y todos quienes le acompañaron, por el simple hecho de haberse atrevido a revelarse de las atrocidades cometidas por el gobierno de Nicolás Maduro, mientras que los verdaderos terroristas caminan tranquilos por las distintas arterias viales del país y la delincuencia ataca día a día a venezolanos indefensos.