Hace 2.500 años Platón, para quien los temas políticos ocuparon siempre un lugar central en su pensamiento, afirmó que “el castigo de los hombres buenos que no se ocupan de la cosa pública es ser gobernados por hombres malvados”.

“Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”, afirmó Martin Luther King, activista por los derechos civiles y la no violencia en Estados Unidos…en tanto que William Shakespeare dejó anotado: “El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia. Elie Wiesel, escritor húngaro de nacionalidad rumana superviviente de los campos de concentración nazis, dejó anotada esta reflexión: “Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.

La pasividad, la apatía, la indolencia ante lo que ocurre, son conductas muy propias de la persona indiferente, esa que deja pasar todo por debajo de la mesa; parece cubierta de teflón, todo le resbala; y cuando le preguntan “¿Y tú… qué piensas?” mira a otro lado, y, asiéndose de la filosofía de Snoopy -soy feliz en mi ignorancia- baja la mirada en tanto pretende evadirse de la realidad que ya le alcanzó. La indiferencia, el “todo da igual”, o “se veía venir”, como también  la aquiescencia, son conductas que, al debilitar el tejido social, nos ubican en una especie de -nihilismo que puede llegar a  negar la existencia del mal, tal como ya sucedió durante varias décadas nefastas del siglo XX, la de los fascismos rojos o negros. Si no existe el mal, todo está permitido. La indiferencia expresa la crisis social; la indignación), la angustia o preocupación de una ciudadanía atemorizada y desconcertada. Con la indiferencia no se avanza ni se va a ningún lugar, y con la rabia… ¿a dónde podemos ir? Aun viene a nuestra memoria aquella premonitoria sentencia del profesor André Glucksmann: “El peor crimen de nuestro tiempo es el de la indiferencia».

¿Qué le sucede a la rana que cuando la metes en una olla con agua fría y comienzas a calentarla…? Es incapaz de saltar fuera antes de morir hervida. Todos sabemos lo que ocurre, la progresiva subida de temperatura del agua impide a la rana darse cuenta de que realmente corre peligro, y esto se debe a que su cuerpo se adapta en la misma progresión a la nueva temperatura del agua. Jamás nos ha pasado por la cabeza realizar este cruel experimento, pero realmente pone de relieve algo que nos asemeja mucho a las ranas, se trata de nuestra capacidad para adaptarnos… A comprar al “bachaquero”, a recorrer más de 40 farmacias; a rodar con cauchos lisos, en fin a recordar que hace 16 años era todo tan distinto. Vivimos tiempos de zozobra, de angustia, de desconcierto.

Cada día tenemos más claro que la oscuridad de esta crisis es mucho más grave de lo que parece. Este entorno de miedo y desconfianza hace que las emociones negativas nublen nuestra capacidad para pensar en lo que está pasando ya que nuestro único objetivo es “sobrevivir”.

El indiferente acepta las cosas con la claudicante expresión “Esto es lo que hay”; al menos quien se enfurece demuestra que vive, que siente y no acepta. Así las cosas, realmente resulta muy dificultoso encontrar la debida transformación política en la rabia ciudadana.

Podemos salir de esto si logramos, además de enfurecernos,  articular  a esa mayoría que ya no aguanta más desmanes

No podemos ni debemos ser indiferentes. Cada uno tiene oportunidades de demostrar liderazgo y al mismo tiempo no ser indiferentes frente a los acontecimientos que día tras día nos postergan el porvenir y debilitan nuestra estructura familiar. Podemos salir de esto si logramos, además de enfurecernos,  articular  a esa mayoría que ya no aguanta más desmanes, que se pasea con su desconcierto…y con su hambruna, pero no encuentra el faro que ilumine su desgracia. Podemos salir de esta pesadilla si entendemos y nos comprometemos como un TODO a hacer lo que sea necesario.

Maquiavelo sostenía el principal error en política es confundir los deseos propios con la realidad, y ante esa realidad que nos carajea a todos de manera inmisericorde no podemos ser ni indolentes, ni indiferentes.

Y no es solo cuestión de “complacer peticiones”; y no se trata de la trillada invitación a Miraflores, acompañada del pavoso estribillo de “Y va a caer…Y va a caer”, cuando lo único que está  cayendo es nuestra capacidad adquisitiva, nuestra salud y nuestra esperanza. Basta de slogan y lugares comunes que no aportan un ápice al escenario actual. Ahora se trata de conducirse con la destreza ineludible que nos permita  transitar este sinuoso sendero lleno de cualquier cantidad de obstáculos, trampas, arbitrariedades, aquiescencia, desesperanza y hasta fatalismo.

No podemos ignorar que forma parte de la condición humana no ceder ante las contrariedades, y buscar nuevas vías para salir airosos en el combate que se emprenden contra ellas. Sabemos bien que el desasosiego y la angustia que el régimen y sus secuaces han logrado instalar en nuestra sociedad, que hasta el simple hecho de imaginarnos un pasajero bienestar suenen como un sarcasmo. Pero aún así, mantengamos la esperanza que ya las campanas están doblando por un régimen que, al irse a pique, pretende, de manera extremadamente irresponsable y criminal, arrastrar en su hundimiento a todo el país.




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