Muchas son las personas que, cuando aprieta el calor, se dan una ducha de agua extremadamente fría con el fin de refrescarse. Esta práctica que es tan común, en realidad no es nada aconsejable.

Nuestro cuerpo es homeotermo. Que tiene la capacidad de autorregular la temperatura del organismo con el fin de que nuestros órganos internos puedan mantenerse a una temperatura constante de 37 grados; la temperatura óptima para funcionar perfectamente.

Y es que cuando hace frío y baja de esa temperatura se contraen y relajan, rápida y repetidamente, algunos de nuestros músculos (la típica ‘tiritera’) con el fin de entrar en calor o, si por el contrario, cuando hace mucha calor provoca la sudoración con intención de refrescar el organismo.

Por tal motivo, al darnos una ducha con el agua excesivamente fría lo que provocamos es que nuestro organismo descienda de golpe la temperatura. Y que, por si solo, éste intente recuperar los 37 grados a los que debe estar los órganos internos y haga que en cuestión de minutos (después de esa ducha de agua fría) estemos de nuevo sudando: Así se ha puesto en marcha nuestro regulador interno de temperatura.

Al ponernos de nuevo a sudar provoca que gastemos energía y necesitemos hidratarnos, aprovechando algunas personas para darnos un buen trago de alguna bebida (agua, cerveza, refresco) que está excesivamente helada… Otro error, ya que volvemos al mismo punto que la vez anterior (refrescarnos con algo excesivamente frío para, a continuación, volver a sudar).

Por tal motivo, los especialistas recomiendan que en caso de tener mucho calor lo que debemos hacer es ducharnos con agua que esté a una temperatura ambiente. Al igual que si bebemos procurar que no esté excesivamente fría (muchos son las culturas en las que se tiene por costumbre beber infusiones muy calientes con el fin de combatir el calor).

Es de resaltar, también, la peligrosidad que hay de introducirse de golpe en el agua (piscina, rio, playa…) tras largo tiempo expuesto al sol, pues al estar alta la temperatura de nuestro cuerpo y la del agua baja podríamos sufrir un ‘sincope cardiaco’. Y si encima estamos recién comidos hay alguna pequeña posibilidad de sufrir un ‘síncope de hidrocución’ (el corte de digestión del que tanto nos avisaban nuestras madres cuando éramos pequeños). Aunque, evidentemente, la probabilidad de que esto último nos suceda es menor al temor que nos infundían nuestros mayores. (Fuente: blogs.20minutos.es)




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