Si tú le dices a un extranjero, que se está comprando un boleto para ir a ver a Darwin y a las tortugas, que en Galápagos hace 200 años hubo un ingenio azucarero, te va a decir que no es posible.

Con estas tres líneas, Florencio Delgado, arqueólogo de la Universidad de San Francisco de Quito, tenía asegurada mi atención. Pero había más:

«Te imaginas que hubo gente que trajo agua del cráter de un volcán para un ingenio -que proveía al continente- de 20.000 toneladas anuales de azúcar, que construyeron líneas de tren para sacar la caña, y que todo eso fue dirigido por una persona: Cobos.

Hasta ese momento, yo asimilaba un solo nombre propio con Galápagos: Charles Darwin y su famosa obra «El origen de las especies». Pero siguiendo la pista de Florencio Delgado llegué a otro libro y a otro nombre: «Manuel J. Cobos. Emperador de Galápagos».

El autor de este libro es Octavio Latorre, el primer historiador que contó la historia de Cobos a finales del siglo pasado, y lo describió como un hombre «incansable para el trabajo, tenaz en sus propósitos, seguro de sí mismo y de su estrella».

Las tortugas gigantes son uno de los atractivos fundamentales del turismo en Galápagos.
Pero inmediatamente advierte que «el aspecto humano, o más bien, inhumano de Cobos, anula mucho de lo bueno y grande de su obra».

Esa obra, ubicada en la parte alta de la isla San Cristóbal, ha intentado ser rescatada por los pobladores del lugar, funcionarios locales, universidades nacionales y extranjeras, pero el legado de Cobos permanece desconocido para muchos ecuatorianos y la gran mayoría de extranjeros, esos que viajan a ver a Darwin y a las tortugas.

Colonización, orchilla y azúcar

«No sabemos mucho de las actividades de Cobos antes de su aparición en Galápagos -dice Latorre- excepto que era un activo comerciante que tenía su base de operaciones en Chanduy, un puesto sospechosamente atractivo para el contrabando».

Según el historiador, lo que atrae a Cobos a Galápagos, más precisamente a la isla de San Cristóbal (que en los mapas antiguos figuraba como Chatham), fue la explotación de orchilla, un líquen utilizado en la industria tintorera.

Esto ocurrió en 1866, 42 años después de que Ecuador se hiciera cargo de las islas y en medio de ingentes esfuerzos del gobierno ecuatoriano por colonizarlas.

En 1880, luego de pasar 10 años explotando este líquen en Baja California, Cobos regresa a San Cristóbal a buscar nuevas oportunidades, ya que el negocio de la orchilla había sido afectado por el progreso de las anilinas europeas.

En la isla, Cobos comienza la preparación del terreno para plantar caña de azúcar para la confección de mieles, panela y aguardiente. En Guayaquil, su socio José Monroy comercializa los productos y consigue trabajadores para el ingenio.

«Es difícil conocer cuántos trabajadores eran ´forzados´ y cuántos ´conciertos´ o voluntarios, pues nunca se hizo diferencia en la hacienda ni se tenía trato especial en la isla. Una vez llegados allá, todos estaban sujetos a la misma regla, la misma comida y a los mismos castigos», dice Latorre.

Los castigos no eran tan comunes porque toda la población de la isla dependía completamente de la voluntad de Cobos, tanto en comida y agua, como en vivienda y transporte. El dueño del ingenio incluso creó su propia moneda, refiere un interesante reportaje de la BBC Mundo, tomado por El Nacional.

El sistema de pago en la isla era una moneda creada por el propio Cobos.
Pero en ocasiones, la insubordinación ocurría y se pagaba con azotes, palos o latigazos. En casos más graves, como en un levantamiento en 1886, cinco trabajadores fueron fusilados. El segundo motín, en 1904, culminaría con el asesinato de Cobos.

Otro castigo era el confinamiento a las islas desiertas. El caso más conocido fue el de Camilo Casanova, enviado a la isla Chávez, quien vivió cuatro años como un auténtico Robinson Crusoe.

Leer el trabajo completo en El Nacional




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