El Beato José Gregorio Hernández (1864-1919), fue una persona muy especial, y en cierta manera enigmática para muchos. Tanto que a su muerte, su amigo y colega, el Dr. Francisco Antonio Risquez pronunció un discurso donde formulaba preguntas existenciales a las que no dio respuesta: ¿Qué aureola nimbaba su figura para que el mundo le otorgara atributos de santidad? ¿Qué imán invisible atraía hacia él las voluntades? ¿Qué chispa sobrenatural encendió en él el cirio de la fe y la antorcha de la ciencia? ¿Qué poder residía en aquel carácter para que se sobrepusiera a su medio y lo amoldara a su voluntad? ¿Qué influencia tenía su espíritu para que en su presencia lo aparentemente negativo se transmutara en positivo? Fueron, entre otras, las interrogantes que dejó abiertas el sabio Risquez.

Sería una pretensión muy arriesgada el tratar de responder, en vísperas de los 101 años de la muerte del Dr. José Gregorio Hernández, esas preguntas que su amigo y colega, el sabio Risquez, y quizás otros de sus compañeros y discípulos de la medicina venezolana, no pudieron despejar. Pero hay un aspecto de la asombrosa vida del Dr. Hernández que ha pasado prácticamente inadvertido, incluso en estos días de celebración y reconocimiento por la esperada beatificación, recién autorizada por el papa Francisco. Ese aspecto no es, desde luego, su conocida vocación religiosa, en términos generales. En este sentido, el Beato José Gregorio es un ejemplo de cómo la fe y la razón se iluminan mutuamente. Juan Pablo II en su Carta encíclica Fides et Ratio, de 1998, escribió: la fe y la razón son las dos alas con las que el hombre sube al conocimiento de la verdad… Tal cual José Gregorio Hernández.

El aspecto en referencia, eso sí, es su identificación con una espiritualidad particular, la Franciscana, que le dio sustento y orientación a la integralidad de su vida, durante largos años. El Dr. José Gregorio Hernández fue Terciario Franciscano desde 1899. Eso significa que perteneció a la Tercera Orden de San Francisco, la seglar, que luego sería denominada por Pablo VI como la Orden Franciscana Seglar (OFS). Y lo fue por dos décadas. Y ello implica que hizo su profesión de «vivir el Evangelio» al estilo de San Francisco de Asís, desde su realidad de laico. Formó parte de la Fraternidad de la Merced de Caracas, en la Iglesia Nuestra Señora de la Merced, de la Parroquia Altagracia, confiada a los Frailes Franciscanos Capuchinos. He sabido que su dirección espiritual estaba a cargo de los Franciscanos Capuchinos que allí servían. Así mismo, los Franciscanos Capuchinos fueron promotores principales de la apertura de su Causa de Canonización, en 1949. Si José Gregorio Hernández se nutría de la espiritualidad de San Francisco de Asís, entonces se comprenden muchos rasgos fundamentales de su manera de ser y de obrar, que se fueron fortaleciendo en su madurez.

Una vida meritoria, de maestro de la Ciencia Médica, de modernidad y vanguardia profesional, entregada por completo al servicio de los demás, y en especial a los pobres y más necesitados. Un hombre reconocido y admirado, que vivía desprendido de sí, inmerso en la profundidad y sencillez Evangélica del amor a Dios y el amor al prójimo. Un caballero disciplinado y riguroso consigo mismo, pero afable, servicial y fraternal con todos los que podía. Un médico eminente que veía en el enfermo al mismo Jesucristo, al igual que San Francisco de Asís. De eso se trata en gran medida, y lo digo con profundo respeto y veneración, el carisma de San Francisco, el de la familia Franciscana. Ojalá y las interrogantes existenciales del sabio Risquez pudieran encaminarse satisfactoriamente en esta dirección: José Gregorio Franciscano.




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