Ya son 63 años de aquel 21 de marzo de 1958, cuando la Junta de Gobierno que presidía el vicealmirante Wolfgang Larrazábal reabrió nuestra ilustre Universidad de Carabobo, bajo la rectoría del doctor Luis Azcunez Párraga. Una acción inteligente que permitió el funcionamiento de las facultades de Derecho, Medicina e Ingeniería. Años de oscurantismo llegaban a su fin, comenzaba una era donde la vida se nutriría de moral, de cultura y fe, de las aulas afloraría el saber, como lo expresa el himno que con orgullo canta la comunidad ucista.

Pero en los últimos años recordar la reapertura no es lo mismo. La Universidad de Carabobo, como todas las casas de educación superior públicas del país, enfrentan maquiavélicas medidas gubernamentales que les permiten apenas sobrevivir. Pareciera algo orquestado dentro de un régimen al cual no le interesa la instrucción, la formación de profesionales. Aplica el dicho que mientras menos reflexiva es la gente, más fácil es la dominación. En fin, la Universidad de Carabobo se mantiene resistiendo a los embates que buscan asfixiarla presupuestariamente. El año pasado, apenas recibió la mitad del presupuesto asignado y con una devaluación del 80%. El panorama en 2021 no es nada alentador, pero como siempre he dicho, las reservas morales son más fuertes que las pretensiones de una revolución que mata de hambre a profesores, maestros, médicos y a millones de trabajadores públicos venezolanos.

Obviamente los síntomas siguen siendo alarmantes. Quienes ejercemos la docencia en universidades públicas percibimos salarios que llegan a los 20 dólares mensuales. Los centros de investigación han tenido mermas considerables, las plantas físicas padecen un deterioro imparable, la deserción de estudiantes que busca emigrar va en aumento y las solicitudes de permisos y renuncias por parte de profesores ucistas es bastante alta. Enseñar ya no da para comer, perolibera de la ignorancia y del fanatismo político, tan mortal como la pandemia. A pesar de las circunstancias, muchos nos mantenemos en esta cruzada.

Algunas escuelas ucistas de a poco tratan de culminar periodos académicos que se atrasaron por la emergencia sanitaria. Profesores investigadores, con alianzas o recursos propios, se mantienen investigando y sus artículos se publican en revistas de todo el mundo, lo que ha permitido que la institución se mantenga en los rankings académicos entre las mejores 200 universidades de América Latina. Esto nos llena de esperanza y también debe llamarnos a la reflexión, pues si bien, conocemos el ensañamiento con el que son tratadas las universidades en el país, también nos ha faltado como comunidad, elevar la voz con mayor firmeza y no dejarle todo el peso a los gremios y autoridades, aunque a veces estas coqueteen con el verdugo.

Recordar la reapertura debe servir para afianzar el compromiso con el Alma Máter. Defenderla Universidad, es defender al país, el conocimiento, la democracia. Defender la Universidad se traduce en mejores oportunidades para nuestros jóvenes. Defender a la universidad es emprender la lucha por una nueva reapertura, tan necesaria para romper cadenas y contribuir a que miles salgan de la ceguera y vean que el mundo no es solo rojo, es plural, variopinto, diverso. Así que “¡Adelante nos dice la patria. Carabobo nos llama a la acción y contigo alentamos la marcha, al encuentro de un mundo mejor!”.




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