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Los apagones en los veinte años de revolución bolivariana han sido como las sequías en los cuarenta años de franquismo, pertinaces, pero el de ahora y definitivo, el que ha llegado a los noticiarios, «es la mejor metáfora de la revolución», ha dicho a Efe la escritora venezolana Karina Sainz Borgo, radicada en Sevilla, España.

Autora de «La hija de la española» (Lumen), Sainz Borgo ha añadido que «el apagón de ahora es el mayor fracaso de la revolución» porque la gran presa que surte de electricidad a buena parte de Venezuela «fue construida por Betancour en 1976, fue obra de la democracia, tan denostada por Chaves».

Los apagones están muy presentes en su novela porque en Venezuela, en estos veinte años, «los apagones nunca fueron nuevos», como no lo son los gases lacrimógenos en Caracas, hasta el punto de que los personajes de su libro se cuidan de no abrir las ventanas para, al menos, respirar sin dificultad en el interior de sus apartamentos.

«Después de veinte años de revolución Venezuela está quebrada, sin luz, sin agua, sin alimentos; el único logro ha sido convertir a todos en pobres, en miserables o en cadáveres», ha dicho la autora venezolana, que abandonó su país en 2006 para establecerse en Madrid y seguir ejerciendo el periodismo, en el que comenzó con 17 años.

A la pregunta de qué siente cuando escucha a políticos como Íñigo Errejón (Podemos, izquierda) afirmando que gracias a la revolución los venezolanos disfrutan de tres comidas diarias, responde con tristeza: «Es la demostración clara de que nunca se es demasiado joven para ser un cretino», aunque el político ha reconocido que se arrepiente de algunas declaraciones hechas en el pasado.

«Cada cual ha de ser responsable de sus obcecaciones y adanismos; cierta izquierda europea prefiere blanquear a un dictador antes que ir contra sus ideas; suelen ser los más jóvenes y desinformados… A cierta izquierda europea siempre le gustó irse de safari ideológico; desde Sartre», ha añadido.

Con su novela ha querido «convertir la tragedia venezolana en universal; mostrar cómo los totalitarismos terminan barriendo a los individuos, a los que permanentemente someten al exceso de poder».

También ha querido contar cómo «las víctimas y los verdugos se intercambian, porque los verdugos no habrían actuado con tanta saña de no haber estado sometidos a tales desigualdades sociales».

«Porque el populismo se alimenta de una gasolina que es el agravio; el Estado reina sobre el resentimiento y el resentimiento no construye sino que actúa pensando en hacer algo peor de lo que le tocó a él; Trump tiene el mismo mensaje: ‘Si te ignoraron las elites, tendrás visibilidad conmigo'».

«Es el odio y la emocionalidad que necesita un régimen así, un régimen que reina sobre la destrucción y la carestía, donde lo único democrático es el hambre y la muerte», ha dicho para asegurar que se trata de una guerra «aunque no tenga aspecto de guerra» y lamentar que sea «algo ya muy largo que ha hecho que parezca normal la desesperación y que se normalice la degradación».

«Necesitaban envenenar el panorama» y de ahí «toda esa corrupción, hasta traficar con comida subvencionada», como hacen personajes de su novela, además de «okupar» viviendas pese a estar habitadas, golpear a los que se resisten y colaborar con bandas paramilitares motorizadas cuyos miembros, con la cara tapada con máscaras que reproducen el rostro de una calavera, establecen controles arbitrarios para extorsionar a la gente.

Sobre la recepción de su primera novela, cuyos derechos han sido vendidos a 22 países en el momento de su publicación en España, ha advertido de que es una obra «muy política, pero no politizada; las novelas no sirven para corregir nada, ni para tumbar gobiernos».

«La literatura venezolana olvidó a la víctima y al masacrado» y la autora también ha querido cubrir ese hueco «pero sin renunciar a la literatura, sin hacer una novela-panfleto, ni una soflama», sino que, ha concluido, «he retratado el totalitarismo que yo he conocido».




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