Una de las incriminaciones más recurrentes de tantos politicastros y no solamente en América Latina, es la de acusar a los EEUU de ser un país “imperialista” que trata, a través de condicionamientos económicos o por medio de intromisiones políticas abusivas, de extender su dominio sobre otros países.  Analizando con serenidad los ultimos 50 años de nuestra historia, yo creo que esta acusación carece de todo fundamento. Sería suficiente fijarse en el comportamiento de los EEUU despues de la segunda guerra mundial cuando, lejos de aprovecharse de su enorme predominio bélico y económico, no solamente no han humillado a esos países europeos  vencidos y destrozados  por la guerra como Italia, sino que han contribuido a su reconstrucción   –  como no recordar el plan Marshall  –  creando un sistema internacional de normas y de instituciones que desde entonces han reglamentado, de una manera completamente democrática, las relaciones bilaterales entre Europa y los EEUU.

Yo creo entonces que ese anti-americanismo tan arraigado y que constituye un argumento de peso para muchos políticos demagogos, estriba fundamentalmente en  un conocimiento sumamente limitado de los EEUU y de su espíritu democrático. Me parece interesante e instructivo señalar entonces que la fuerza y la longevidad de esa democracia norteamericana, no esta ligada al poder o a la arbitrariedad de su gobierno  –  argumento trillado de tantos americanofobos   –   sino  al hecho de que su Presidente tiene continuamente que confrontarse con otras instituciones   –   Congreso, Poder Judicial etc   –   sin que ninguna prevalezca de una forma definitiva, como sucedió, en cambio recientemente en Venezuela donde el Presidente inhabilitó el poder legislativo porque en él había una mayoría opositora. Que vergüenza!

En los EEUU existe entonces una auténtica separación de poderes! A nivel vertical entre el gobierno y los distintos estados, miembros de la Federación, cada uno con su Constitución  y, por ende, con su autonomía y a nivel horizontal entre el Presidente, el poder legislativo y el poder judicial, evitando  con eso, lo que los constituyentistas Americanos llaman “las arbitrariedades  y los abusos de la mayoría”. Y así el Presidente de los EEUU, a pesar de ser erroneamente considerado “el hombre más potente del mundo”, en realidad tiene mucho menos poder que sus homólogos latino-Americanos, incluyendo a nuestro presidente.

Cabe preguntarse entonces   ¿por cuál motivo entonces esa forma de gobierno presidencialista, por supuesto con algunas comprensibles variaciones de forma, no ha tenido la misma eficacia  y no ha dado los mismos resultados que ha dado en los EEUU?. Se me ocurre una respuesta que parece obvia y que les ruego aceptar con “beneficio de inventario”: ¿No será porqué en esas  repúblicas sudamericanas la mayoría de sus gobernantes   –   hay algunas excepciones que, por otra parte confirman la regla   –   no usan el poder para servir a su pueblo sino para satisfacer su espíritu de mando, para poder controlar en forma déspota el país, para poder imponer una ideología obsoleta y, en algunos casos, para tratar de exportar su propio sistema autoritario sobre otros países por medio de la fuerza?

De ser así   –    y a la luz de lo que está sucediendo en Venezuela –    ¿quién es el verdadero país imperialista?

Desde Italia  –  Paolo Montanari Tigri




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