Recuerdo haber visto hace poco más de tres semanas, durante las últimas jornadas del año 2024, varias publicaciones en redes sociales de personas planteándose como objetivo leer más en el transcurso de 2025.
Una causa noble, sin dudas. Había quienes incluso adelantaban los nombres de las obras que recorrerían; ficción y romance, principalmente, pertenecientes a la literatura juvenil. ¿Cuestionable? En algunos casos, quizás, aunque lo cierto es que la intención de adentrarse en cualquier universo narrativo siempre es positiva porque hay un buen margen para progresar.
Sin embargo, de este mar de fotografías y videos subidos a Instagram también emergían, en grandes cantidades, títulos de autoayuda y “géneros” similares. Al verlos no pude evitar pensar en lo mucho que ha cambiado nuestra visión como sociedad sobre lo que es la literatura y su valor.
Los libros malos siempre han existido; no lo digo yo, lo dicen los propios escritores veteranos que alcanzaron a ver el auge de las letras en Latinoamérica durante la segunda mitad del siglo pasado. Por aquel entonces, los buenos autores eran admirados y sus textos despertaban un entusiasmo genuino.
Mucho ha llovido desde aquellos tiempos. Aquí estamos ahora, en una época en la que se escribe demasiado, pero sin prestarle mucha atención a la calidad. Algunos hombres han decidido investirse a sí mismos como escritores, perdiendo por completo el pudor artístico que en algún momento llegó a ser ejemplar y convirtiendo al libro en un simple producto de consumo masivo.
¿Cómo lo hacen? Redactando. Sí, redactando —no escribiendo— fórmulas aparentemente mágicas para encontrar dinero, éxito, amor y, en algunos casos más atrevidos, la felicidad. Da igual los siglos de filosofía en búsqueda de respuestas robustas al sentido de la vida; ellos son los ungidos que han encontrado el camino verdadero que compartirán contigo, por supuesto, si antes les pagas 30 dólares y contribuyes a convertirlos en bestsellers.
He ahí el peligro de las “metas de año nuevo”, en las que muchas personas se disponen a leer títulos de autoayuda. Este es el equivalente a plantearse aprender a andar en bicicleta con ruedas de apoyo o nadar con flotadores. Y sí: se pueden devorar estos ejemplares por decenas, pero no sentir que se avanza o que se adquieren los beneficios que la literatura real ofrece.
A la hora de planificar estas lecturas, lo mejor es buscar un tema que genere interés y conseguir un autor que lo explote desde adentro, con calidad y respeto por lo que hace. Muchos de los grandes maestros, que aguardan por nosotros en las bibliotecas, vendieron incluso menos que los ungidos del progreso personal.
Pero no importa, porque para ellos la literatura era mucho más que eso.