«Las instituciones de la libertad constitucional no son más valiosas que lo que la ciudadanía haga con ellas».
J. Habermas
En balance tentativo, el civismo de la sociedad venezolana ha perdido y ha ganado. Como en otros fenómenos sociales, acción y reacción ocurren simultáneamente y se potencian. Desaliento cívico y reafirmación son dos caras opuestas de un mismo fenómeno.
En medio de las turbulencias, recriminaciones y desencuentros que marcan la dinámica socio política, va dejando signos que nos abren a la esperanza. Más allá de los debates o desencuentros en lo pertinente de ir o no a unas elecciones, y más allá de las discusiones y diatribas suscitadas a partir de la conformación de los diferentes “Frentes”, nos va quedando activo del país los procesos de conciencia colectiva, como elementos constitutivos de un nuevo orden político más ético, más democrático y de mayor compromiso.
Mientras los analistas, los politólogos, las encuestas de opinión y hasta los opinadores aún discuten acerca del significado o alcance del asunto propiamente electoral, la ciudadanía en general debe preocuparse por otra dimensión de estas elecciones: ¿Qué ha significando esta experiencia nacional para la educación ciudadana de la población?
De algún modo, en diversos sectores sociales, especialmente en las generaciones más jóvenes, se ha reforzado la conciencia del derecho y del deber, se está ahondando el sentido de pertenencia, la responsabilidad por el destino de nuestro país, la civilidad que son, en esencia, los componentes de un sentimiento ciudadano que hoy se torna aprendizaje y convicción.
Necio resultaría desconocer que nuestra condición ciudadana es frágil porque la agobiante pobreza, la inocultable miseria y la desgraciada hambruna son una piedra al cuello de este perverso régimen, a pesar de las más lacerantes hipótesis sustentadas en las afirmaciones de Giordani, Héctor Rodríguez y Tareck El Aissami.
Hasta el momento existe un pesado fardo que es necesario superar, desterrar y sustituir. Se trata de las cargas e inercias de un sistema autoritario que no sólo opera en el fraude electoral, sino que se encuentra en la violación sistemática de los derechos humanos y las prácticas violentas de un gobierno sin control; en las complicidades que se apoyan en la impunidad de fuerzas perversas al margen del derecho; y en la falta de políticas públicas claras en materia de medios de comunicación, de respeto a la propiedad privada, de cómo se imparte la justicia, de combate a la pobreza y respuesta a la carencia total de salud . La construcción de ciudadanía tiene que ver directamente con la edificación de instituciones democráticas, que tengan en el centro la rendición de cuentas y el servicio a la ciudadanía.
Recientemente escuchábamos plantear en un foro que una democracia débil, en donde la ciudadanía se desentiende por completo de exigir cuentas y participar, es una democracia delegativa.

En este tipo de sistema la ciudadanía es un factor débil y frágil, de baja densidad. Una sociedad que mayoritariamente tiene bajos niveles de escolaridad, que no está muy informada de los problemas de la vida pública, que padece niveles de pobreza grave, que ha estado acostumbrada a los métodos del clientelismo, a las sempiternas “Misiones”, y ahora a “bonos por cualquier cosa”; a las prácticas de corrupción en la forma como se imparte la justicia, es ciertamente, una ciudadanía frágil para la democracia.
Así las cosas, lo que se impone es la construcción de ciudadanía, propiciando o estimulando la voluntad de participación en las decisiones sobre el rumbo del país. Orientarnos en el surgimiento de un sistema político que dé certidumbre, que ponga frenos a la discrecionalidad y que termine la simulación, la mentira y la demagogia. Tal vez, uno de los vicios más dañinos para la cultura ciudadana democrática sea el fraude y la corrupción en los asuntos públicos.
Para poder arribar a un mejor escenario es decisiva la educación, una pedagogía social que articule el entendimiento de lo político sobre el eje de la ciudadanía, que no exaspere los sentimientos colectivos y que evite radicalmente su manipulación política.
En estos momentos se ve como muy lejana la posibilidad de articular referentes políticos de renovación y lamentablemente el debate político actual, recursivo y centrado en la sempiterna disputa del régimen, impide que interlocutores nuevos y discursos alternativos tengan audiencia y cabida en el espacio público.
Sin embargo, debemos emprender desde ahora lo que esté a nuestro alcance para transformar el poder ciudadano mediante nuestras buenas prácticas locales; nuestras redes de enseñanza- aprendizaje; y sobre todo nuestro compromiso participativo.




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