«La esperanza es paradójica. Tener esperanza significa estar listo en todo momento para lo que todavía no nace, pero sin llegar a desesperarse si el nacimiento no ocurre en el lapso de nuestra vida». Erich Fromm.

Hace poco más de cinco décadas publicaba Erich Fromm su libro «The sane society» traducido al español como Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. En su introducción el autor afirmaba que el progreso de una sociedad sólo sería efectivo cuando lo fuese en todos los ámbitos que conforman la sociedad, político, económico o cultural, y «que todo progreso limitado a una sola de esas esferas resulta destructor del progreso en todas ellas. Definía los síntomas de una sociedad enferma: «Una sociedad insana es aquella que crea hostilidad mutua y recelos, que convierte al hombre en un instrumento de uso y explotación para otros, que lo priva de un sentimiento de sí mismo, salvo en que se somete a otros o se convierte en un autómata».

La aparición de la pandemia – realidad ineludible de riesgo latente – además de tantas marchas y contramarchas han terminado por desanimar a muchos. Sin embargo, son tiempos que si bien de resguardo y prevención, apremiantes para apartar las dudas y tomar decisiones unitarias y debidamente concertadas.
Menester es reconocerlo: vivimos inmersos en un proceso de «deserción ciudadana». Bajos niveles de participación y compromiso, escasa identificación con los partidos políticos -cuando ya sabemos que en el siglo XXI necesitamos partidos políticos acordes con este convulsionado milenio – todo lo cual parece corresponderse más con una cultura política de súbditos que de ciudadanos responsables y participativos. Ha resultado iluso y hasta peligroso pensar que sólo a base de ONG’s y de agrupaciones o movimientos sociales y de aportaciones de otras asociaciones como la empresa privada vamos a poder realizarse los grandes cambios que nuestro país necesita para subsistir.

De ahí que la acción política, con todas sus insuficiencias pero también con todas sus virtudes, sea indispensable. Nos urge rehacer el espacio de la política y apoyar el activismo político. Vivimos a corto plazo y con una incapacidad manifiesta para pensar a largo plazo. Nos encontramos en un momento en el cual se gestionan situaciones en lugar de trascender intereses, y no nos organizamos alrededor de principios, con lo cual el debate político -que a su vez presupone la existencia de un cuerpo político- se vacía de sentido y sustentación. No resulta fácil establecer qué demandan esos ciudadanos que parecen desorientados. Algunos quieren simplemente gobernabilidad; otros esperan mejor calidad institucional; casi todos esperan bienestar y sobre todo salud… o al menos que les vacunen para prevenir la inminencia del COVID.

Desechar el miedo y la apatía, es requisito para emprender cualquier tarea y alcanzar cualquier victoria. El futuro, según lo ha demostrado la historia, es siempre el cambio y transformación social; y una vez más la convocatoria es toda la sociedad venezolana, a que se mueva con el poder de sus convicciones y no con la inercia de las circunstancias. Sin organización política no se puede alcanzar el gobierno y mucho menos el poder. Y sin gobierno y sin poder no pueden transformar la sociedad y garantizar que sus derechos sean derechos y que sus propuestas de organización social alcancen el reconocimiento y aceptación de todos los sectores democráticos de nuestra nación.

Aprovechemos este obligado resguardo para acumular fuerzas y hacer lo que esté a nuestro alcance para deslegitimar el arcaico y nocivo sistema al cual nos pretende someter el régimen usurpador. Deslegitimarlo no sólo desde el punto de vista ético, por los abusos y las consecuencias políticas y sociales terribles que se vienen acumulando a lo largo de este interminable periplo, sino por ser desde el plano moral el sistema más ruin que jamás la humanidad ha producido.

Nuestra sociedad está agobiada, temerosa, confundida y desesperanzada; se lamenta, con sobrada razón, por la opacidad y la falta de respuesta de la dirigencia política. Una vez más se le exige a la dirigencia estar a la altura de las circunstancia y en sintonía con lo que piensa la mayoría del país.

En estos momentos podemos hablar de una sociedad herida anímicamente, pero no desmoralizada, si bien cansada, lánguida y angustiada no solo ante la inclemencia del COVID, sino también por el inalcanzable costo de la vida, el temor por la inseguridad callejera, por la lamentable diáspora que se lleva buena parte de nuestro joven talento, sin embargo, lo afirmamos con certeza: nuestra sociedad no está aletargada y menos aún acobardada. Lo que sucede es que el régimen emplea toda su maquinaria en disgregar las fuerzas que puedan poner en peligro su autoridad y poder.

Y esa mayoría que conforma nuestra sociedad tiene la certeza que no se puede ir a elecciones sin condiciones justas y, además, convocadas por un ente ilegítimo. Puede venir un período de oscuridad mayor. Como el que dicen ocurre cuando se avecina el día…

Ya para concluir, retomamos las ideas tan vigentes de uno de los pilares de la «Escuela de Frankfurt «, como lo fue Fromm, quien, al distanciarse del comunismo sentenciaba «….Cualesquiera que sean sus principios al respecto, lo que importa es comprender cómo la agresión puramente defensiva se mezcla fácilmente con la destructividad (no defensiva) y con el deseo sádico de invertir la situación mandando a los demás en lugar de ser mandado por ellos. Siempre que esto sucede, la agresión revolucionaria se corrompe y propende a renovar las condiciones que trataba de abolir».

Manuel Barreto Hernaiz




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