“…La secuencia lógica, pocas veces entendida, de consecución de objetivos es la siguiente: necesitar, desear, intentar, pedir o exigir, obtener y merecer. Pero frecuentemente violamos esta cadena. No deseamos lo que necesitamos, no intentamos lo que deseamos, no obtenemos lo que intentamos, y claro finalmente no merecemos lo que obtenemos…” Mikel Agirregabiria .

Vivimos en un ambiente en el cual, más que el aire, es la moral la que se encuentra contaminada. Son muchos años desconfiando, juzgando y exigiendo a los demás el cumplimiento de nuestras propias responsabilidades. No tan solo términos como productividad, calidad, competitividad se han perdido sino que igualmente hemos extraviado conceptos mucho más humanos e indispensables para enfrentar la pandemia y el pandemónium ocasionado por la ruindad de este régimen…

Nos referimos a la tolerancia, a la humildad, a la amistad, a la solidaridad, que a veces aparecen como frases-cohetes en las redes, pero distanciadas de su justa dimensión y profundidad. Tal vez la estulticia, la desconfianza en los otros, la desesperanza más que aprendida, condicionada, el temor o el simple cansancio, nos ha ido acostumbrando a este sistema perverso, usurpador y corrupto.

Pareciera que más de dos décadas de repetidos extravíos contribuyen a aceptarlo como una realidad ineludible e inalterable.

No es el momento de apatía, desconfianza, de escepticismo, de temor o de renuncia. Como tampoco del cálculo, la intriga o esas artimañas pragmáticas que suelen conocerse como «químicas políticas» cuando en realidad no llegan ni a fétida alquimia. Valorar la construcción democrática -y trabajar por ella- en estos momentos es la mejor apuesta a futuro y el mejor antídoto contra esta ruindad hecha gobierno y su recurrente aspiración por el control y sumisión de una sociedad pusilánime, temerosa, que acepta las cosas sin querer cambiarlas; y que necesita restringir su libertad para sentirse segura, ya que no hay justificación moral para soportar el yugo de la coacción, la imposición o la violencia.

No es perdonable ni justificable la aquiescencia o la cobardía ante desmesura del poder; como también resulta imprescindible identificar contra quien es la lucha, con la debida sindéresis y sin dejarnos llevar por sentimientos innobles. La política, es una lucha continua entre el ser y el deber ser.

Atrás debe quedar el debate político repulsivo que impide que nuevos interlocutores y discursos alternativos tengan cabida en el espacio público. Ahora es el momento de construir redes de verdadero tejido democrático, convenciendo y movilizando a los ciudadanos, no con simples actos callejeros, sino planteando asuntos de vital importancia; con acciones que inviten a repensar, rediseñar, y redefinir de manera audaz, creativa e inteligente las ideas, las prácticas, las actitudes y los valores de tantos ciudadanos dispuestos a terminar con ese maniqueísmo ruin, con tanta corrupción, con tan desmedidos abusos y arbitrariedades que hoy se amparan bajo el manto de este régimen que busca, a como dé lugar, perpetuarse en el poder.

No posterguemos la obligación que cada uno tiene en esta comprometida brega, pues nuestra responsabilidad es perseverar en el cumplimiento de un deber cívico y del mandato constitucional, que nos demanda la defensa de los derechos humanos.

Si así lo comprendemos, si realmente tomamos conciencia de ello, la cuesta será menos empinada y el horizonte libertario se divisará con mayor claridad.

Manuel Barreto Hernaiz




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