Pareciera que la suerte está echada. Pareciera que se llegó al fin de la ilusión y que entramos al territorio del desaliento. Debemos reconocerlo, la fractura es tremenda, más la nostalgia por la libertad perdida no tendrá piedad ni conmiseración alguna.

la convicción para mantener la esperanza pensando en los que no la tienen

Viviendo en el país de lo efímero, en la defección de la memoria, en medio de absurdas medidas, disparatadas celebraciones como èsta de hoy dìa; como muda testigo del asalto gubernamental, absorta, indignada y hastiada la ciudadanía ya llega a los límites de una espera, de un desenlace que parece vano, a pesar que pareciera ser distinto cada día. Sin embargo, esa desilusión, al despojarse de ese tenue velo encubridor, hace que se perciba con mayor fuerza la magnitud del peligro, lo que, por su percepción en sí, alienten a la acción, y por ende, a la esperanza. ¿Y entonces?…»Sólo aquellos que no tienen esperanzas nos dan esperanza», es una frase de Walter Benjamín citada por Herbert Marcuse para concluir su libro «El Hombre Unidimensional», que vendría a representar la convicción para mantener la esperanza pensando en los que no la tienen, que podría disminuir las dudas de quienes se enredan en razonamientos desesperados ante la falta de alternativas y confiesan la derrota sin pensar siquiera que al país aún le queda mucha historia, y en nosotros está ser parte de su construcción.

Cuando intuimos parte de la verdad sobre cuanto acontece en nuestro país, cuando nos percatamos, aunque sea a tientas, de lo que se nos avecina, más que dudas e incertidumbre, nos da miedo. Tenemos al menos la tentación de huir de la realidad, de cerrar los ojos, de buscarnos un paraíso artificial, un mundo imaginario o utópico, para no afrontar la realidad.

Siempre hay una ficción, un pasado imaginado o ajeno, una presunta lealtad fosilizada, un adversario real que pretendemos de fantasía, a pesar de que él sí nos tilda claramente de enemigos; una sutileza ideológica, una querella personal, una familia, un negocio, un Morrocoy -cabeza de playa tomada hace ya buen tiempo por la «boliburguesía»- una finca de un pariente, dónde escondernos del deber. Porque abrir los ojos a los problemas reales del país nos obligaría a actuar con realismo ante lo que tenemos por delante; que va más allá que destrozar la navidad de niños y grandes, el asalto a una juguetería, el destrozar el sistema monetario de nuestro país; el dejar al desamparo la crítica salud de buena parte de nuestra ciudadanía.

Resulta lógico que estimemos el orden y demos la espalda a todo intento de anarquía; de pelea, sin embargo, esta actitud llevada al extremo puede permitir aceptar la excepción como normalidad. Es decir, pueden terminar no sólo reconociendo la dictadura ante la disyuntiva del caos, sino terminar aceptándola por comodidad como un régimen normal, presentándose la paradoja de desconocer con ello la verdadera esencia de la democracia. Nada hay de respetable en quien, conociendo el problema, rehúye la solución.

Desidia es un término que procede de un vocablo latino que hace referencia a la negligencia o la inercia. Puede asociarse a la dejadez, la indolencia, el desgano, el desinterés, la pasividad que un individuo manifieste frente a una determinada situación. Curioso –por no decir paradójico-deseo y desidia vienen del mismo verbo latino desidere; la desidia es querer abandonar lo que se tiene y el deseo es añorar lo que se perdió.

Así las cosas, la desidia es la actitud más peligrosa para los venezolanos que son conscientes de los males del país y son contrarios a ellos.

En tanto que la ignorancia es la ausencia de información o la falta de conocimiento. Es diferente a estupidez que es la falta de inteligencia, y no tiene que ver con la necedad, que es la falta de sensatez. La ignorancia se considera a menudo como sinónimo de estupidez, tomándose de ese modo como un insulto, cuando es más bien una crítica a la personalidad humana. Al gobierno de los ignorantes el país se le escapa entre las manos sin saber qué hacer, vacías ya las arcas de recursos para malgastar, “estimular” y “propiciar diálogos”. Se ha incrementado en nuestra sociedad una ignorancia general, que la auspició este régimen manipulador, al alabar la medianía, la vulgaridad, la mediocridad, el desinterés, el desapego, la baja autoestima, la negligencia, la irresponsabilidad, el conformismo y el miedo.

Y la ignorancia de esos males es el vicio más característico de muchos oficialistas de buena fe, que también existen. Tengamos presente que hay gentes muy limitadas de inteligencia pero que saben bien actuar; hay, en cambio, personas inteligentísimas que son estultos en su actuar. La desidia en la defensa de un principio es la mejor ayuda en su destrucción. Desidia al fin, porque la consecuencia sería la inacción, el abandono de posiciones, la traición o el abandono a los compañeros de tantas marchas, pitos y banderas. Y así, la desidia de unos reforzaría la ignorancia de otros y la habilidad de quienes impulsan la destrucción por principio.




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