Hace veintinueve años, un grupo de militares insurrectos con las caras pintadas nos hicieron amanecer de golpe, desde ese justo momento, la amenaza cernida sobre toda una generación estaba latente, los insurrectos fueron dominados pero la democracia estaba herida de muerte, el pulso democrático del país era tan débil, la hipnosis colectiva tan sórdida y soporífera que impidieron que reaccionásemos para denunciar este acto contra la institucionalidad, la frase “por ahora”, embridaba el poder del lenguaje y ocultaba la intención perversa por revertir la institucionalidad, generar una terrible regresión y sumirnos en estos terribles, brutales y mustios años, en los cuales hemos iniciado el tránsito hacia la crisis de la verdad. La destrucción del lenguaje y el naufragio estructural de la educación que permita deconstruir al sujeto y a su gnosis, acotándolo simplemente en el entorno de los aspectos biológicos, siendo seres sin capacidad de significar, seremos también una presa fácil para la dominación, para la docilidad y la incapacidad para construir un contradiscurso.

El país ha sido defenestrado a un foso, hacia una terrible situación que embrida una terrible simplificación de los pulsos progresivos propios de los ciudadanos dotados de un lenguaje capaz de significar y construir cadenas de causación validas, que se enlacen con niveles de racionalidad.

Así simplificados a lo meramente existencial, a un estadio mucho más elemental que la mera satisfacción de necesidades básicas, las aspiraciones por el bienestar, la formación espiritual, humana, la educación y el continuo fortalecimiento de las virtudes, son abandonadas por la existencia en medio del caos, de la precariedad, las palabras entendidas como el ladrillo del relato son vaciadas, imperfectas y automáticamente referenciadas a un marco absolutamente comatoso, un nivel de estímulo ininteligible, que es la expresión cierta corpórea y valida de lo precario.

Un país con 80% de pobreza de ingreso, incapaz de comer, de satisfacer las necesidades básicas, azotado por un fenómeno innominado hasta para los economistas como lo es la hiperinflación, por cierto la segunda más duradera en la historia del planeta, acompañada de un acuciante proceso de destrucción del aparato productivo, el cual en un septenio se ha desplomado, retando a las más osadas teorías de polemología, pues en Venezuela, no se ha verificado una catástrofe natural o un conflicto bélico, pero sin embargo ostentamos este terrible desempeño en materia económica  solo capaz de haberse gestado en aquella madrugada nefasta de hace 29 años, en la cual la historia hizo inflexión con todas las suertes de desviaciones institucionales y la peor de todas las regresiones, la ética, la moral, la inflexión de la verdad, su perversión abyecta, en manos de la posverdad de esta hegemonía gansteril, que recalifica, redefine e instaura una falsa normalidad.

La estética de la precariedad ofrece dividendos políticos, pues la misma desmoviliza, derrota, paraliza y hace laxa esta anormalidad, este escollo de la dignidad de un país. Quizás el abatimiento de las formas progresivas inherentes al ser humano, al reducirnos cual hechizo de circe a una existencia pletórica en pulsiones viscerales básicas, la hegemonía parece estabilizarse en medio de la antifragilidad impuesta y acotarnos en marcos biológicos escindiéndonos de las complejidades propias del ser humano.

Esta estética precaria, por demás praxiológicamente insoportable, como fue insoportable la levedad del ser para el escritor checo Milá Kundera quien nos advirtiera de los riesgos de abandonarnos a la deriva del pensamiento único y hegemónico, que logra colonizar escuelas, universidades, vencer cátedras y terriblemente comprar silencios llevándonos de la mano, del pragmatismo a la proxemia con el horror y el abatimiento silente de la individualidad constituyendo un logro apetecible para el deseo de una hegemonía gansteril, de hacer de todo un país un predio sin ley para sus tropelías, debe ser necesariamente rechazado, repelido, expulsado y denunciado, para lograr revertir este estética de lo precario y del caos, el vicio del desorden, de la imprudencia, de la inmediatez, del instinto trepador para el ejercicio instrumental del poder. La búsqueda del equilibrio de lo justo, el punto medio de perfección aristotélica, para comenzar a tejer la urdimbre de civilidad, que le den a la democracia y a la libertad, representadas en el telar de Penélope un día más para ver el retorno del orden a Ítaca, para soñar con la imposición de la virtud al error.

Estos duros momentos, estos tiempos de peste y brutalidad, señalan un reto existencial que reside en no caer en la laguna del inconsciente que supone la estética de la precariedad y su hermana la estética de la desesperanza, rechazar la grosera manera de torcer el destino, asumir que hace veintinueve años los caudillos cara pintada, propinaron un golpe artero a la libertad y desde allí han minado al cuerpo moral del Estado, es una tarea para ser acometida por los docentes, a quienes esta estafa histórica nos ha lanzado a la pobreza material, pero que jamás logrará doblegarnos en nuestra misión por formar ciudadanos, por exponer los vicios de las estéticas para la dominación y de imponernos a la precariedad.

La educación, la escuela y la universidad;  golpeada, vapuleada, asaltada, asfixiada y prácticamente expoliada del talento humano, pues el estado gansteril se niega a asumir el costo del capital humano, siguen siendo los obstáculos para los intereses omnímodos e hipertrofiados de un Estado total en fase gansteril, el esfuerzo encomiable de las Universidades Central de Venezuela, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello, por presentar datos reales que contradicen la andanada absurda y sin sustento de un régimen avieso y felón, son la razón del criminal abandono de las infraestructuras y personal docente, administrativo y obrero de la educación superior, pues si allí se construyen cadenas lógicas de causalidad, la tarea es tomarla, estrangularla, pisotearla.

Establezcamos el dique de contención al horror, no caigamos en el fango de la precariedad y decidamos siempre el camino de la civilidad y la ciudadanía.

 




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