El mundo cristiano recuerda por estos días la pasión, muerte y resurrección de Jesús, quizá el hombre más importante del todos los tiempos, más allá de la lectura divina que le dan diversas religiones en el mundo. Fue un hombre que dedicó su vida al bienestar de los demás, demostró amor sin prejuicios, atributo que casualmente lo diferencia de los fanatismos contemporáneos que señalan y sentencian públicamente a quienes no siguen determinados estilos de vida.

Jesús se caracterizó por considerar a todos los hombres y mujeres por igual, proclamó derechos y la liberación de la especie humana. Cuestionó a los que más tienen, las hipocresías propias de los liderazgos religiosos y alentó a la población más vulnerable, a las anomalías sociales, a los estigmatizados. En este sentido, sus mensajes no fueron exclusivos para los judíos, sino que la grandeza de sus predicas traspasó fronteras y se convirtieron en atemporales.

Esta semana, en la que recordamos parte de su vida, es propicia para hablar a los más jóvenes de la ética de Jesús, en especial lo concerniente al amor al prójimo. Jesús exhortó a sus seguidores a hacer el bien, ayudar sin condiciones, tomando en consideración que el amor garantiza de alguna manera la práctica de otros valores como la solidaridad, la cooperación, la compasión, tan necesarios para la vida en sociedad. Quien se ama a así mismo y a los demás, alcanza la paz y la plenitud en la vida propia, además contribuye a que este mundo, lleno de tanta desgracia, sea un poco mejor.

La figura de Jesús se convierte entonces en epicentro del deber ser. Nos llama a cambios sustanciales, a dejar de lado el egoísmo propio de las sociedades capitalistas, en las cuales, el individualismo, la frivolidad y el consumo excesivo carcomen la esencia del ser, mutilan cerebros, y la capacidad de pensar. En conclusión, cada día somos menos humanos. Esa descripción la vemos reflejada en estos tiempos, en donde es importante aparentar en redes sociales, cuestionar, juzgar y difundir irracionalmente basura que en nada contribuye a que se emprendan cambios en nuestros contextos.

Ya lo han advertido algunos pensadores contemporáneos: o iniciamos transformaciones urgentes o nos espera una extinción labrada por el propio hombre. La avaricia y el odio a los otros nos han convertido en irracionales. Ninguno de nosotros imaginó una guerra sangrienta en pleno siglo XXI y ahí tenemos a Putin haciendo de las suyas. En fin, hoy más que nunca los valores que difundió Jesús deben ser discutidos y reflexionados en familia, entre amigos. Se hace urgente una visión del mundo basada en el amor a los demás a pesar de las diferencias, la cooperación mutua, la justicia y la compasión. De lo contrario, vendrán tiempos aún más difíciles para la humanidad.




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