Recientemente, en una de estas invitaciones que nos hacen a los comunicadores sociales en el marco del Día del Periodista, una colega me invitó a tomarnos fotos sin tapaboca. Irresponsablemente y quizá por la efervescencia del momento, tras meses -en mi caso- de confinamiento extremo, accedí. De esta acción me lamentaría los días subsiguientes como nunca lo había hecho en mi vida, pues una imprudencia de mi parte pudo desgraciarme la vida y la de mis seres queridos.

Horas después me entero por terceros que la colega dio positivo al examen que detecta la COVID-19. Obviamente esa noche no concilié el sueño. Recibí llamadas de gente buena consultando si me sentía bien. En realidad, no percibía ningún síntoma, pero la preocupación fue grande. Me interpelé como nunca, tomando en consideración que hasta con mis afectos más íntimos uso el barbijo, como le dicen en Argentina.

Con un viaje a la vuelta de la esquina para reencontrarme con mi familia, realicé el correspondiente hisopado y la prueba resultó negativa, por suerte. El episodio permitió reforzar mi fe y reflexionar a profundidad sobre nuestras responsabilidades individuales y colectivas. No portar tapabocas en un lugar público es un acto de agresión y en tiempos de pandemia, en los que hemos visto morir gente cercana no lo podemos permitir.

En este sentido, el llamado a quienes tienen la oportunidad de leerme es a reforzar las medidas de bioseguridad en nuestras casas, lugares de trabajo y sitios que frecuentamos rutinariamente como los supermercados. No debemos bajar la guardia y estamos obligados a reclamar cuando observemos en la calle a gente light, que no guarda distanciamiento y cree que el virus es imaginario.

Recordemos que enfermar en Venezuela es entregarse a la muerte. El sistema sanitario nacional colapsó desde hace años, está en ruinas y en los hospitales no disponen ni siquiera de alcohol. Además, se hace casi imposible pagar un seguro médico y costear tratamientos en pandemia es casi imposible, por lo que la mayoría apela a la solidaridad. En este contexto, la responsabilidad es mayor con nosotros mismos y con quienes nos rodean, incluyendo a nuestros colegas. Con ellos, al superar la pandemia, habrá tiempo de tomar las fotos que nos vengan en gana.Por ahora, prudencia, cautela y sentido común.

No olvidemos que el virus está en todas partes, que las citas para vacunación llegan a cuentagotas y que las estadísticas oficiales son bien dudosas, como lo han advertido los gremios de la salud, así quereforcemos la autoprotección. En caso de dar positivo para COVID-19, no olvide contactar a las personas con las que estuvo en los últimos cinco días como lo establecen los lineamientos de bioseguridad. Debemos cuidarnos entre todos y demostrar empatía. En mi caso, me enteré por amigos alarmados que vieron la fulana imagen en redes sociales. La colega nunca me informó nada. Probablemente entró en pánico, así que no la juzgo.

Como vemos, cada minuto de vida enriquece nuestra existencia. Enfrentemos con sensateza esta terrible pandemia que ha transformado nuestras formas de vida y nos mantiene en un constante duelo. En mí caso, creo que pagué mi cuestionable acción con insomnio y vergüenza. Aboguemos entonces para que siempre reine la razón por encima de la frivolidad.




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