La fulana narrativa para supuestamente explicar la destrucción política, económica y la catástrofe humanitaria de la «llamada revolución», se puede comprimir de esta manera:

En el siglo XX, Venezuela fue víctima de una sucesión de gobiernos rapaces que se robaron la riqueza petrolera y dejaron a la nación consumida en la más extrema pobreza. Todo lo cual impulsó la insurgencia de Chávez y el militarismo, como la alternativa socio- política a los horrores del pasado. Punto y «full stop».

Tal narrativa es compartida y comunicada hasta el cansancio. He leído innumerables textos, reportajes y artículos, de opinadores influyentes en el exterior, que fundamentan sus opiniones en las premisas apocalípticas sobre el siglo XX.

Algunos vienen un par de días a Caracas, conversan con tres o cuatro intelectuales, que más o menos son incapaces de entender nada en perspectiva histórica, y se dedican a reforzar la fulana narrativa.

Dentro del país esa narrativa aún prevalece. La frivolidad y superficialidad de muchos medios han colaborado para consagrarla. Muchos de esos medios fueron exterminados, pero no así la profunda distorsión que ayudaron a crear, como si los discursos oficialistas fueran verdades bíblicas.

La última gran obra del inolvidable Manuel Caballero: «Historia de los venezolanos en el siglo XX», es un esfuerzo intelectual de marca mayor, en el que se valoran los activos y pasivos del historial venezolano. Con crudeza y honestidad. Su hermano de toda la vida, el laureado poeta Rafael Cadenas, ha sido y es el legatario de esa valoración equilibrada y verdadera.

Ramón J. Velasquez, venezolano de larga data en la vida pública, sostenía que los «militares eran el factor permanente de la República»… Cuando por fin se logró establecer la República Civil, durante la segunda mitad del siglo XX, el militarismo se convirtió como un virus que no podía aflorar en las épocas progresistas de la Democracia, pero cuando ésta, por muchas malas razones se debilitó en su sistema inmunológico, por así decirlo, irrumpió con una fuerza que muchos no pudieron imaginar.

Pienso que debemos tener esa perspectiva histórica de la democracia y sus enemigos, y más allá de sus logros y fracasos en su etapa crítica. Con humildad no tengo problema alguno en reconocer o criticar los gobiernos democráticos de Venezuela. Es más, son el pedestal, precario y todo, para salir de esta tragedia con el valor y compromiso de las nuevas generaciones.

La fulana narrativa se nutre de la mentira: de la «abolición de la historia» como denunció Caballero. Quiénes pensamos de manera diferente, en especial por nuestras experiencias buenas o fallidas, tenemos el desafío de sobreponernos a nuestros legítimos, acertados y polémicos criterios, y hacer causa común, hasta donde sea posible, para que los nuevos venezolanos se animen en nuestra lucha para la reconstrucción de Venezuela.




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