En el pasado, la Semana Santa comenzó con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que comprende -a la vez- el presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. La relación entre los dos aspectos del Misterio Pascual se ha de evidenciar en la celebración y en la catequesis del día.

Ya desde antiguo, la entrada de Jesús en Jerusalén, se conmemora con una procesión, en la cual los cristianos celebran el acontecimiento, imitando las aclamaciones y gestos que hicieron los niños hebreos cuando salieron al encuentro del Señor, cantando el fervoroso “Hosanna”.

Durante la Semana Santa, la iglesia católica celebra los misterios de la salvación que Cristo con su vida, muerte y resurrección dio -como regalo- a la humanidad. La preparación para esta época comienza desde el Miércoles de Ceniza. Son 40 días de reflexión, arrepentimiento y propósito de enmienda previos a la Semana Mayor que se conmemora desde hoy y hasta el domingo próximo.

Muchas veces, un sinnúmero personas se aprestan a recibir la Semana Mayor, con la única idea de tener un descanso laboral, efectuar un viaje de placer o simplemente no hacer algo (puro ocio). Valga la oportunidad para compartir un extracto tomado del libro: “Un Curso de Milagros”, acerca del verdadero significado de la Semana Santa: “…Domingo de Ramos, la celebración de la victoria, y de la aceptación de la Verdad. No nos pasemos esta Semana Santa lamentando la crucifixión del Hijo de Dios, sino celebrando jubilosamente su liberación. Pues la Pascua de Resurrección es el signo de la paz, no del dolor. Un Cristo asesinado no tiene sentido. Pero un Cristo resucitado se convierte en el símbolo de que el Hijo de Dios se ha perdonado a sí mismo, en la señal de que se considera a sí mismo sano e íntegro”.

Del texto mencionado anteriormente se extrae el siguiente párrafo: “Esta Semana Mayor empieza con ramos y termina con azucenas, el signo puro y santo de que el Hijo de Dios es inocente. No permitas que algún signo lúgubre de crucifixión se interponga entre la jornada y su propósito, entre la aceptación de la Verdad y su expresión. Esta semana celebramos LA VIDA, no la muerte. Y honramos la perfecta pureza del Hijo de Dios, no sus pecados. Hazle a tu hermano la ofrenda de las azucenas, no la de una corona de espinas; el regalo del AMOR, no el ‘regalo’ del miedo. Te encuentras a su lado, con espinas en una mano y azucenas en la otra, indeciso con respecto a cuál le vas a dar. Únete a Mí ahora, deshazte de las espinas y, en su lugar, ofrécele las azucenas. Lo que quiero esta Pascua (Jesús) es el regalo de tu perdón, que tú me concedes y yo amorosamente te devuelvo. No podemos unirnos en la crucifixión ni en la muerte. Ni tampoco puede consumarse la resurrección hasta que tu perdón descanse sobre Cristo, junto con el mío”.

Está por terminar La Cuaresma, ha sido el tiempo de conversión interior y de penitencia, ha llegado el momento de conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Después de la entrada triunfal en Jerusalén, ahora toca asistir a la institución de la Eucaristía, orar junto al Señor en el Huerto de los Olivos y acompañarle por el doloroso camino que termina en la Cruz.

La Liturgia dedica especial atención a esta semana, a la que también se le ha denominado “Semana Mayor” o “Semana Grande”, por la importancia que tiene para los cristianos el celebrar el misterio de la Redención de Cristo, quien, por su infinita misericordia y amor al hombre, decide libremente tomar su lugar y recibir el castigo merecido por sus pecados.

Para esta celebración, la iglesia católica invita a todos los fieles al recogimiento interior, haciendo un alto en las labores cotidianas para contemplar detenidamente el misterio pascual, no con una actitud pasiva, sino con el corazón dispuesto a volver a Dios, con el ánimo de lograr un verdadero dolor de los pecados y un sincero propósito de enmienda para corresponder a todas las gracias obtenidas por Jesucristo.

Para los cristianos, la Semana Santa no es el recuerdo de un hecho histórico cualquiera, es la contemplación del amor de Dios que permite el sacrificio de su Hijo, el dolor de ver a Jesús crucificado, la esperanza de ver a Cristo que vuelve a la vida y el júbilo de su Resurrección.

La Resurrección del Señor abre las puertas a la vida eterna, su triunfo sobre la muerte es la victoria definitiva sobre el pecado. Este hecho hace del Domingo de Resurrección la celebración más importante de todo el año litúrgico.
Aun con la asistencia a las celebraciones puede quedarse en lo anecdótico, sin algo que motive a ser más congruentes con la fe. Esta unidad de vida requiere la imitación del Maestro, buscar parecerse más a Él.

Para los fieles no existen cosas extraordinarias, calumnias, disgustos, problemas familiares, dificultades económicas y todos los contratiempos que se les presentan, servirán para identificarlos con el sufrimiento del Señor en la pasión, sin olvidar el perdón, la paciencia, la comprensión y la generosidad para con los semejantes.

Del capítulo 20. “La Visión de la Santidad” del texto mencionado en los párrafos anteriores, se transcribe a continuación: “La Pascua no es la celebración del costo del pecado, sino la celebración de su final. Si al mirar entre los níveos pétalos de las azucenas que has recibido y ofrecido como tu regalo vislumbras tras el velo la FAZ DE CRISTO, estarás contemplando la faz de tu hermano y reconociéndolo. Yo era un extraño y tú me escogiste, a pesar de que no sabías quién era. Mas lo sabrás por razón de la ofrenda de azucenas. En el perdón que le concedes a ese forastero, que aunque es un extraño para ti, es tu amigo ancestral, reside tu liberación y tu redención junto con él. La temporada de Pascua es una temporada de júbilo, no de duelo. Contempla a tu amigo resucitado y celebra Su santidad junto conmigo. Pues la Pascua es la temporada de su salvación (corrección de la mente), junto con la mía.”

Así, mediante la contemplación del misterio pascual y el concretar propósitos para vivir como verdaderos cristianos, la pasión, muerte y resurrección adquieren un sentido nuevo, profundo y trascendente, que llevará a los creyentes en un futuro a gozar de la presencia de Cristo resucitado por toda la eternidad.

 




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