«Los pueblos son grandes, no por el tamaño de su territorio, ni por el número de sus habitantes. Ellos son grandes, cuando sus hombres tienen conciencia cívica y fuerza moral suficiente, que los haga dignos de civilización y cultura.» Víctor Hugo

Ya nadie en nuestro destrozado país pone en duda en donde está el origen y la responsabilidad de este marasmo, de esta interminable crisis, de esta abominable situación que como nación, venimos transitando: en esta dictadura militar inspirada en el retrogrado modelo cubano, que controla férrea y desproporcionadamente la economía y domina todos los estamentos decisivos del Estado para asegurar su permanencia en el poder, mediante el control de las armas y la fuerza totalitaria de la represión de la disidencia y la protesta, amparada por unos sumisos y cómplices aparatos judiciales que validan sus perversas actuaciones inconstitucionales.

De igual manera, todos los venezolanos sabemos que este régimen ha perdido credibilidad, legitimidad y apoyo ciudadano por esa terrible situación a la cual, de manera ruin, irresponsable y corrupta nos arrastró; por otra parte, el rechazo y la pérdida de legitimidad internacional así como las sanciones que aparecen diariamente, las evidentes rivalidades entre su cúpula y sobre todo, la manifiesta incapacidad para frenar la hiperinflación y el consecuente empobrecimiento de los venezolanos, nos señalan la proximidad de una ineludible implosión.

Así las cosas, recordábamos aquellos graffitis del ‘68 – » El sistema se hunde, haz peso”…

Pero, de manera contradictoria, vemos como una sociedad que hace tres años parecía haber encontrado el camino del sosiego, de la reconquista de un importante espacio político, como debería ser la Asamblea Nacional, vuelve a hallarse ahora dividida en la confusión y enfrentada en la estupidez, con una dirigencia democrática desorientada; con una ciudadanía desalentada que, ante la falta de claridad sobre cómo superar sus desgraciadas penurias, ha retirado su confianza a la MUD, al Frente y a toda agrupación que propicie cualquier sugerencia para salir de este terrible atolladero.

Y ante tal realidad, rectificación y prudencia se presentan como elementos necesarios para favorecer el resurgimiento de una percepción nueva ante las situaciones que se vislumbran, en pos de una solución inédita y satisfactoria dentro del entorno que parece agobiarnos, en el que todo se presenta confuso y adverso.

La historia de la humanidad nos indica que todo cambio se inicia con una ruptura cargada de innovación, de la conjunción de iniciativas particulares que por su efervescencia creativa y de regeneración, se granjearon la confianza y aceptación de la sociedad en su conjunto. Al tiempo que las fuerzas represivas, obsoletas o desintegradoras se hunden en su marasmo, las renovadoras y creadoras despiertan en la crisis.

Ya que no sabemos a qué atenernos ni en quién confiar, es menester replantearnos qué tenemos, hoy por hoy, como política, y cuál es su identidad, si es que la tiene, porque la política, en fin de cuentas, es el esfuerzo del ciudadano por querer un espacio más humano, y por qué no, con moral, principios y valores. La imprescindible regeneración de la actividad política requiere el regreso a las ideas y a los valores, para poder recuperar la confianza, la participación y la democracia, y por supuesto, a nuestro país.

La política es o debería ser, un modus vivendi, una forma de relacionarse con los demás, incluso de reconciliarse, de no sentir como ajeno nada que le afecte al otro de una forma relevante, de entender el poder y los hechos sociales como un espacio para el encuentro y la convivencia, la libertad y el desarrollo ciudadano, pues lo que ahora vivimos como sociedad es el resultado, entre tantos elementos como los enunciados al principio de esta nota, de habernos apartado de lo público, de habernos conformado con muy poco y haber permito mucho, tanto en el abandono de los principios que rigen la democracia, como en el valor de la palabra empeñada.

Es este el momento propicio para que el accionar de la política tal como la vemos por estas latitudes, deje a un lado la absurda consideración de plantear que la verdad es asunto de ingenuos, que su uso es tan solo para alcanzar el poder, que la mal llamada Realpolitik o la política de “la realidad”, tan solo conduzca a la lógica de la fuerza, del cinismo, del secreto y de la mentira. Como tampoco resulta sano el aupar el grito poco altruista y solidario del “sálvese quien pueda” que suele escucharse en colapsos, crisis o calamidades como la que estamos padeciendo.




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