«La indiferencia ciudadana tiene múltiples aristas, es una patología que desde el punto de vista de la etiología social parte del más limitado y esclavizante de los pensamientos, que son imágenes e impresiones, este elemento es el miedo, una sociedad sometida al miedo a expresarse por las consecuencias materiales que se infringen por medio de la crueldad…» Carlos Nañez

Hace 2.500 años Platón, para quien los temas políticos ocuparon siempre un lugar central en su pensamiento, afirmó que “el castigo de los hombres buenos que no se ocupan de la cosa pública es ser gobernados por hombres malvados”.

Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos, afirmó Martin Luther King, activista por los derechos civiles y la no violencia en Estados Unidos. Elie Wiesel, escritor húngaro de nacionalidad rumana superviviente de los campos de concentración nazis, nos dejó esta reflexión: “Lo contrario del amor no es el odio, es la indiferencia. Lo contrario de la belleza no es la fealdad, es la indiferencia. Lo contrario de la fe no es la herejía, es la indiferencia. Y lo contrario de la vida no es la muerte, sino la indiferencia entre la vida y la muerte”.

El Diccionario de la Real Academia nos dice que indiferencia es un “estado de ánimo en el que no se siente inclinación ni repugnancia hacia una persona, objeto o negocio determinado; no hay ni preferencia, ni elección”. Sin embargo, encontramos en Elie Wiesel una definición más acorde con los momentos que atravesamos: ¿Qué es la indiferencia? Un estado extraño e innatural en el cual, las líneas entre la luz y la oscuridad, el anochecer y el amanecer, el crimen y el castigo, la crueldad y la compasión, el bien y el mal, se funden. ¿Cuáles son sus cursos y sus inescapables consecuencias? ¿Es una filosofía? ¿Es concebible una filosofía de la indiferencia?

Ahora bien, la pasividad, la apatía, la insensibilidad, el desapego, la indolencia ante lo que ocurre, son conductas muy propias de las personas indiferentes, esas que dejan pasar todo por debajo de la mesa; seres carentes de ideales ni esperanzas; desentendidos de tanto y cuanto les sea posible, que postergan la facultad de pensar y congelan y la voluntad de actuar.

Esos ciudadanos proclives al escepticismo, al desinterés, o la comodidad, a quienes “todo les da igual”, o que no salen del “se veía venir”, son esos individuos que aceptan las cosas con la claudicante expresión “Esto es lo que hay”; cuando al menos quien se enfurece, se rebela, demuestra que vive, que siente y no acepta lo inaceptable. Consienten tantos desmanes y desplantes por despreocupación; por no querer tomar partido, por temor.

La indiferencia, como también la aquiescencia, son conductas que, al debilitar el tejido social, nos ubican en una especie de nihilismo que puede llegar a negar la existencia del mal, tal como ya sucedió durante varias décadas nefastas del siglo XX, la de los fascismos rojos o negros. Si no existe el mal, todo está permitido.

Con la indiferencia no manifiesta la crisis social; la arrechera, o si quieren suavizar o europeizar la cosa, la indignación, la angustia o preocupación de una ciudadanía atemorizada y desconcertada.

Con la indiferencia no se avanza ni se va a ningún lugar, y con la rabia… ¿a dónde podemos ir?

Vivimos tiempos de zozobra, de angustia, de desconcierto, pero también de mucha indiferencia. Poco o nada nos importa nuestra ciudad, su memoria histórica y su futuro, pues prevalece el habitante sobre el ciudadano. Poco importa la afrenta a la memoria histórica de nuestro terruño; que más les da el continuo atentado contra lo poco que nos va quedando de nuestro acervo cultural. Cuan lamentable esta frialdad cívica, esta prolongada anestesia social.

Cada día tenemos más claro que la oscuridad de esta crisis es mucho más tenebrosa de lo que parece. Este entorno de miedo y desconfianza hace que las emociones negativas nublen nuestra capacidad para pensar en lo que está pasando ya que nuestro único objetivo es “sobrevivir”. No podemos ceder ante la ignominia que significa vivir en la casi total indiferencia, pues cada día que así nos pasa, vamos perdiendo el derecho a vivir en libertad.

Cada uno tiene oportunidades de demostrar liderazgo y al mismo tiempo no ser indiferentes frente a los acontecimientos que día tras día nos postergan el porvenir y debilitan nuestra estructura familiar. Podemos salir de esto si logramos, además de enfurecernos, articular a esa mayoría que ya no aguanta más desmanes, que se pasea con su desconcierto y con su hambruna, pero no encuentra el faro que ilumine la salida de su desgracia.

No es solo cuestión de “complacer peticiones”; y no se trata de la trillada invitación a Miraflores, acompañada del pavoso estribillo de “Y va a caer… Y va a caer”, cuando lo único que está cayendo es nuestra capacidad adquisitiva, nuestra dignidad, nuestra responsabilidad ciudadana, nuestra salud y nuestra esperanza. Basta de slogan y lugares comunes que no aportan un ápice al escenario actual.

¿Sabremos aprovechar la crisis aparentemente irresoluble que se le presenta al régimen? La respuesta es obvia: sólo firmemente unidos, con una sociedad consciente, movilizada y con un liderazgo armado con la verdad, decidido y dispuesto a dar el todo por nuestro país. Es el imperativo categórico que en esta hora de definiciones la historia nos plantea.Es necesario recordar que muchas veces a los demócratas no les falta entereza moral, honestidad, sino firmeza, coraje y dignidad para enfrentar la ruindad de este perverso régimen.

Manuel Barreto Hernaiz




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