La violencia es más antigua que las leyes y es eso justamente lo que condujo a la necesidad de la creación de las leyes como acuerdos necesarios en la sociedad para intentar vivir en armonía.

300 años han trascurrido de aquella expresión utilizada por Hobbes -”La guerra de todos contra todos”- para significar que la naturaleza humana era esencialmente egoísta y utilitaria, que cada quien luchaba por su propia subsistencia, por la satisfacción de sus intereses individuales, lo que inevitablemente le conducía a una confrontación permanente con otros seres humanos. Para superar esta situación, era menester la concepción de un órgano no-utilitario, que buscase la satisfacción del colectivo y no de intereses particulares.

Apareció entonces, la noción básica y la materialización del Estado, como ente regulador capaz de imponer el orden en medio del “caos natural”.

El régimen hace intentos desesperados por impedir el indetenible, indoblegable  y sentido reclamo que clama a viva voz esas realidades que él mismo ha creado: una imposición irracional de una  Constituyente que resulta inconstitucional, fraudulenta y forajida, haciendo gala de la mayor tozudez, no se conforma con la burla y los acostumbrados improperios,  insultos y tropelías, sino que pasa a la violenta represión, en la más pura postura totalitaria.

Luego de más de ochenta días de protestas y de igual números de muchachos asesinados, lo sucedido este 5 de julio en la Asamblea Nacional  quedará registrado en la historia contemporánea   como el regreso a la barbarie.   A ciento sesenta y nueve años de aquel asalto al Congreso, se repite la canalla, el oscurantismo y la ruindad.

Desde la antigua Grecia se ha sostenido que la razón permite producir juicios que sólo serán válidos si han sido elaborados sin presión o fuerza. Aristóteles divulgaba que el hombre libre debe hacer su voluntad, mientras que el esclavo debe someterse a la ajena. Kant sostenía que los imperativos categóricos de carácter moral sólo podían tener validez si eran un proceso interno del hombre que se expresaba como voluntad libre y sin ninguna imposición; en tanto que John Stuart Mill y los liberales exaltaron la libertad como condición para que un juicio fuera válido. La Revolución Francesa creía salvar la libertad suprimiéndola, cuando la libertad girondina pensaba de distinto modo que la libertad jacobina. Ese sofisma sangriento consistía en decir que se aplazaba la libertad, por no decir se suprimía.

Y esa historia se repitió a partir de 1917 en Moscú, y así sucesivamente dondequiera que se ha pretendido imponer una revolución, un principio, un dogma, sin la libre aceptación, lo que siempre conllevó a imponer al individuo que resiste o no comprende, una revolución que cree falsa, un dogma que cree mentira, un principio que cree sea injusto.

¿Y hay derecho para imponer a algún ser humano lo que la inteligencia de ese ser humano no comprende o no acepta? Pues NO, simple y llanamente, NO.

No tienen derecho de imponer su política, o su sistema por la fuerza, la violencia o el terror.
Y eso es precisamente lo que hemos venido observando de manera creciente estos últimos días en nuestro país, donde Maduro y sus secuaces buscan mantenerse en el poder de manera indefinida, perpetua de ser posible, mediante todas las formas posibles, como lo es este parapeto de constituyente, partiendo por un despliegue de incontrolada violencia.

Es común el «aguerrido» grito de La Pasionaria -No pasarán-, como si realmente las calles perteneciesen a los secuaces del régimen; ya nos acostumbramos a la represión exagerada de estos gorilas que le hacen el juego a las órdenes de actuar con fuerza brutal y sobre todo, de gastar al máximo esas bombas lacrimógenas pues algo queda en su adquisición.

La intolerancia -hábilmente cultivada por el régimen-, que se sirve de la utilización del miedo y de la agresión para imponer a los demás sus proyectos políticos; los atentados a la libertad de expresión y de pensamiento, que persiguen la criminalización de las ideas legítimas defendidas por vías pacíficas y democráticas, tan sólo vienen a demostrar la desesperación ante diez y ocho años de desaciertos y violencia.

La violencia infligida a cuantos nos oponemos a tanta locura no se convierte en justa sólo porque un colectivo manipulado la apruebe.     Se reconoce, pueden tener la fuerza, más no la razón. Y se hace menester anotarlo una vez más: la esencia del ser humano es la razón. Esto lo diferencia de los animales, por lo cual la única fuerza que debe usar es la de la razón. La calidad y veracidad de los argumentos es lo que da respaldo a la razón. Pareciera que la anhelada constituyente tan sólo consiste en la imposición, por la fuerza y en nombre de la revolución, de la permanencia de Maduro y sus secuaces  en el poder, con  esa dictatorial restricción de libertades y mediante el uso decidido de los grupos civiles armados que ha organizado el Gobierno, apoyados por el sector de la FAN incondicional al régimen.

No nos amedrentarán,  y nos opondremos como una Nación determinada,  al  impedir que se asesine nuestra Constitución y con ella el futuro de nuestros hijos, por lo que exhortamos a pensar en la unidad y la tolerancia de todo un angustiado, desorientado y cansado país, votando en el plebiscito que la MUD está organizando para el domingo 16 de julio, donde la verdadera y democrática consulta popular  dará al traste con las pretensiones totalitarias del régimen, al demostrarle  al mundo entero lo que realmente desea, espera y merece TODA Venezuela.

 

 




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